✖ Reencuentro ✖

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Al pasar las horas desesperadamente lento, me resigné a esperar con calma —bueno, no mucha— que las diminutas agujas del reloj de mi muñeca giraran más rápido: tenía ansias por ver a Crista, y ni siquiera habían pasado treinta minutos desde que la...

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Al pasar las horas desesperadamente lento, me resigné a esperar con calma —bueno, no mucha— que las diminutas agujas del reloj de mi muñeca giraran más rápido: tenía ansias por ver a Crista, y ni siquiera habían pasado treinta minutos desde que la acompañé hasta el gimnasio.
Estaba más que emocionado por ella.
Durante esas infernales horas libres no hice más que investigar y deducir teorías. Bueno, también vi series en Internet y jugué en mi computadora.

Aproveché la oportunidad para salir a pasear por los alrededores del edificio, pensativamente mientras miraba hacia la nada, con las manos en los bolsillos de mi negra gabardina.
De vez en cuando me paseaba por los pasillos de la organización para hacer tiempo, y perderlo, para qué negarlo.

Lo bueno: mantenía a mi cerebro ocupado.
Lo malo: me encontré algunas veces con Miller Loid y luego con Ian Vay.

No obstante, no todo fue malo: me topé también con personas agradables, como Matthew González, Natalie Chartenner, y Su Real Majestad —Keith, claro—.
Natalie Chartenner siempre me ha caído fenomenal. Esa seria y confiada chica pelirroja era la tercera mejor Detective juvenil de la Agencia, después de Keith Loid e Ian Vay.
Sin embargo su novio, Matt, era un Detective extremadamente torpe, olvidadizo, y lento, todo lo contrario a ella. Bajo mi perspectiva, no soportaría trabajar con alguien así. ¡Sería desesperante!

—¡Me parece excelente que Crista comience a entrenar! —opinó Natalie, cuando nos detuvimos a charlar unos momentos junto a la máquina de café, al lado de la cantina.

Dí unos tragos a mi vaso —estaba hirviendo como la lava—, y respondí:

—También me alegro por Cris. Ahora no es una Agente experta, pero lo será. Tiene un espíritu fuerte. Es algo que amo de ella.

Natalie me observó con dulzura. Sus oscuros ojos verdes eran sin duda muy brillantes y refinados.

—Nunca te has dado por vencido con ella —añadió, volviendo la vista a su vaso—. Siempre tan entregado y atento, Norman... Pienso que son almas gemelas.

—¿En serio? Muchas personas me dicen lo mismo, pero no lo creo. No soy su tipo —sugerí, inclinando ligeramente la cabeza—. Hay determinados aspectos subjetivos que no tenemos en común, como todos, pero... Es que no sé cómo decirle que me parece una chica espectacular, y no he mirado a nadie como la miro a ella.

Natalie palmeó mi hombro, dándome ánimos. Tenía los ojos levemente humedecidos:

—Después de lo que ha ocurrido con tu madre, necesitarás un rayo de luz en tu vida. Crista es la indicada: eso lo tengo por asegurado. Y no tengas miedo de expresar lo que sientes, Norman. Nunca reprimas tus sentimientos. Y aquí tienes un tip: invítala a cenar, o algo, y ahí te le declaras.

Le sonreí con franqueza. Natalie me guiñó el ojo con confianza. Se despidió de mí, y se fue caminando muy lento y pausado, leyendo varios papeles en su mano, a la vez que restregaba contra su cuerpo un pesado abrigo de lana; la ausencia de calor en los pasillos del edificio era tremenda.

Seguiría el consejo de Natalie. La llevaría a cenar, y luego hablaríamos de cosas realmente interesantes.
Se estaba acercando la hora de la verdad.

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