✖ Aquél viejo uniforme ✖

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Lo cierto es que nadie sospechó nada cuando abandonamos la sala

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Lo cierto es que nadie sospechó nada cuando abandonamos la sala. Se podría decir que tuvimos mucha suerte... o al menos, aquellos individuos se encontraban demasiado enfrascados en una conversación.

Frente a mí, la cocina se extendía brillante y limpia, con una mesa prolija integrada en el centro. En el horno se olía un delicioso aroma a pastel de manzana: Nicholas amaba cocinar y Norman también. Cocinaban de maravilla, no como Lease.
Seguimos de largo por pasillo de la cocina hasta que en la esquina derecha vimos los primeros peldaños de la escalera, internándose en la pared, yendo más allá. Norman levantó la barbilla y miró hacia arriba.

—Ve tú primero —le sugerí con una sonrisita—. Esta es tu casa y además arriba está oscuro.

Norman puso los ojos en blanco. Sin más ni más me sujetó por la cintura y cargó con mi peso hasta arriba por sí solo mientras yo pataleaba, reía, e intentaba no montar un escándalo. Sentía chispazos cuando sus dedos me rodeaban, protectores. Tenía bastante fuerza; subió con destreza.

—¡Oye! —exclamé entre carcajadas—. Bájame...

Me soltó en el suelo sin decir nada, pero manteniendo una mueca divertida.
Un pasillo grande continuaba su recorrido; pude contar tres puertas de madera. Norman se dirigió hasta la puerta de la izquierda, la única que daba a la escalera, la más cercana a la cocina, y encendió la luz de esa habitación de un parpadeo. Me condujo hasta allí. Acto seguido cerró la puerta tras de mí, casi sin aliento. Percibí su mirada calculadora escudriñar mi rostro.

—¿Te gusta...? —balbuceó.

Miré a mi alrededor inclinando la cabeza. Casi no reconocí el lugar de tan renovado que estaba.
En el suelo descansaba una gran alfombra gris sobre el parqué de madera. Delante de mí se ubicaba una ventana enorme con marco negro. El decorado de la habitación al más puro y oscuro estilo gótico erizó mi piel.
Bueno, no era del todo "gótico", podría definirlo entre medio del gótico y el formal: cerca de una pared se encontraba un gran escritorio de caoba, lleno a rebosar de papeles y partituras de piano por doquier. Por encima del mueble se hallaba un tablero de madera con muchas fotos y datos, parecidos a las películas policiales, de esos que varios puntos se unen a través de un hilo rojo: ese era el lugar donde él resolvía casos e investigaba. ¡Por Dios!
Norman era su cuarto, y su cuarto era él.

Su cama era moderna y sobria, el diseño combinaba con el del escritorio y su zona de investigación, e indudablemente, la frazada negra que cubría el mueble demostraba formar parte de otro conjunto más oscuro.
El cuarto se encontraba desprovisto de televisión, pero sí tenía un magnífico equipo de estéreo.
Al lado de los parlantes se hallaba la icónica guitarra eléctrica negra y roja, junto a un piano eléctrico apoyado de modo vertical, con seguridad el que utilizaría para tocar dulces melodías cuando se sentía solo.

Norman hizo lugar sobre su escritorio repleto de papeles y libros de ciencia, y se sentó vacilante. Dio vueltas a su silla giratoria con el pie, contemplando las partituras de piano con cierto cariño.

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