✖ La caja prohibida ✖

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La sala quedó en un silencio sepulcral

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La sala quedó en un silencio sepulcral.

Keith guardó el celular de la Mafia en el bolsillo. Observó a Lime como diciendo: "No hay nada más que hacer."
Crista, con los ojos llorosos se dio la vuelta y atinó a subir por las escaleras rápidamente. Decidí seguirla para asegurarme de que estuviera bien, pero Lease casi me hizo trastabillar al tirar de mi chaqueta. Me escudriñó con regaño.

—No vayas —me disuadió.

Rodé los ojos.

—Sabes que voy a ir tras ella de todos modos —insistí—. Tengo que estar con ella.

—Lo que ella necesita es respirar un poco, Niss.

—¡Si Crista está sufriendo y se da cuenta de que no estoy acompañándola, va a pensar que la he dejado plantada! Al menos quiero ir para saber cómo se encuentra. No quiero decepcionarla.

Lease soltó mi chaqueta dando un sonoro resoplido. Meneó la cabeza, y se dio la vuelta.
Lime se desplazó hasta el pie de la escalera, y ojeó hacia arriba.

—Mejor vamos los dos juntos.

Imaginé que al llegar hasta la habitación de Crista, ella se encontraría sobre la cama llorando como en las películas de princesas de Disney. Pero no.
Por una pequeña rendija, detrás de la puerta de su cuarto, la podíamos ver: se hallaba furiosa, refunfuñaba mientras seleccionaba su ropa y la colocaba con frenesí sobre su escritorio. Sus mejillas estaban prácticamente rojas.

Antes de entrar golpeé la puerta con suavidad. Lime esperó junto a mí a pesar de que la puerta ya estaba abierta y —técnicamente— podíamos pasar. Si no deseara ser visitada trancaría la puerta.

—Entren —habló con pesar—. Ya no importa. Estoy guardando la ropa que me llevaré a la Agencia. También he guardado mi computadora y algunas cosas más...

Nos observó desanimada, y volvió la vista a su armario.

—Ella cree que soy imbécil, ¿eh? —murmuró para sí misma—. No le voy a entregar nuestra Agencia en bandeja de plata. Es una reverenda hija de puta, ya me lo veo venir.

—Crista... —empezó Lime— sé que estás enfadada, pero no hay razón para actuar sin pensar. No tenemos que recurrir al extremismo. Podemos solucionarlo con la astucia.

—Siempre hemos hecho eso, Lime —respondí, sentándome en la cama de Crista—. Y no siempre resulta todo como queremos. Okay, sí: yo también soy una persona metódica y lógica, pero esta vez hay que cambiar de táctica. Para vencer hay que atacar.

—Pero... ¿dónde? —preguntó Crista, sosteniendo en sus manos un escotado vestido de noche, el cual yo desearía vérselo puesto, respetuosamente hablando—. ¿En donde mierda se supone que debemos atacar? Esa organización es inmensa, ¿no? Tiene jodidas guaridas por todo el mundo. Es como buscar una aguja en un pajar. ¿Dónde diantres está Bélica?

Lissa pensó un momento qué decir.

—Nosotros, los Agentes y Detectives, también tenemos guaridas en todo el mundo —contestó finalmente—. Pueden ayudarnos a encontrarla.

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