✖ Instinto de lucha ✖

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Tras ver con horror que Freddy Aviano se hallaba completamente armado, esbozando una macabra sonrisa de demencia, los gángsters echaron a correr por uno de los pasillos de la guarida sin siquiera mirar hacia atrás para cerciorarse de que el entren...

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Tras ver con horror que Freddy Aviano se hallaba completamente armado, esbozando una macabra sonrisa de demencia, los gángsters echaron a correr por uno de los pasillos de la guarida sin siquiera mirar hacia atrás para cerciorarse de que el entrenador no los estuviera persiguiendo.
Tropezaban unos con otros mientras vociferaban palabras al azar.

Estando en su lugar, yo habría hecho lo mismo.
Frederick no se andaba con juegos.

—¡Cobardes! —exclamó el entrenador, apretando los puños y alzando el derecho—. ¡Tres contra uno! ¡No debería ser tan difícil!

Dio media vuelta girando sobre sus pies, y meneó la cabeza decepcionado.
Cruzó los brazos por encima de su pecho, y se dirigió hacia nosotros con tranquilidad mientras tronaba los nudillos de su mano derecha.
No tenía idea de por qué siempre chasqueaba sus nudillos; ¡desde que había llegado no paraba de hacerlo!
¿Sería acaso un tic nervioso, una costumbre, o por el contrario, tenía alguna deficiencia ósea?
Pensaba plantearle la duda en ese mismo instante, pero a juzgar por la expresión furiosa que tenía, decidí que sería más que una pésima idea.

—¡Aviano! —anunció Norman, abrochando su cadena al cinturón—. ¿No crees que debes ir a perseguirlos? ¡Darán la voz de alerta a los demás!

Solté un juramento.

Si Bélica nos estaba buscando, iba a averiguar nuestro paradero más rápido que nunca.
No podíamos dejar que sus secuaces escaparan. Podría costarnos verdaderamente caro.

Freddy examinó atentamente el corredor con un semblante serio, y se encogió de hombros.

—Algo me dice que no hará falta perseguirlos, Detective Cardinal —declaró.

¿Por qué lo decía?

Norman sonrió unos breves instantes, y tendió hacia mí los guantes que le había prestado minutos atrás, cuando derrumbó por accidente el tabique del túnel.

—Gracias, Cris.

—De nada, Niss.

Acomodé los guantes nuevamente a mis manos. Verifiqué la elasticidad de cada uno.

Por el rabillo del ojo, distinguí algo que me sobresaltó.
Desde el pasillo derecho, una fugaz y brillante luz parpadeó varias veces, iluminando nuestros rostros y las paredes del salón.
De inmediato se escucharon estridentes disparos; uno por cada flash de luz. Tres disparos, con exactitud.

Una tras de otra, fuertes pisadas se aproximaron, anunciando la llegada de alguien.
Estaba psicológicamente preparada para ver a más Mafiosos armados hasta los dientes, dispuestos a matarnos sin piedad...

La idea de que fuera Bélica me inquietaba de una manera pavorosa.
¡No soportaría tenerla cerca ni siquiera cinco minutos!

Presté atención a las marcas que habían dejado sus filosas uñas —en forma de medialuna— sobre mis muñecas: a pesar de que eran heridas un poco profundas, algunos hilillos de sangre brotaban de estas.

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