✖ Hallazgo desconcertante ✖

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Desde lejos divisé que la puerta principal de mi casa estaba cerrada o trancada de manera muy informal; tal como había dicho Norman, las luces permanecían apagadas

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Desde lejos divisé que la puerta principal de mi casa estaba cerrada o trancada de manera muy informal; tal como había dicho Norman, las luces permanecían apagadas. No parecía haber vida en los alrededores, como si de un pueblo fantasma se tratara.

¿Cómo carajos era posible que ocurriera?

Eché a correr de inmediato hecha una furia, seguida de los fieles pasos de mis amigos.
Probé a tocar la puerta varias veces e incluyendo el timbre con desesperación. Esperé cinco minutos, diez minutos, quince minutos... Y nada. Nada de nada.

"Que me parta un rayo".

Iba a apresurar mis pasos para internarme en casa, pero una mirada desaprobadora por parte de Norman me advirtió que no era una buena idea: existía todavía el peligro. Confiaba en él como lo haría un ciego con su perro guía.
Empezaba a anochecer temprano: algo más que odiaba del invierno y sus colegas insoportables —resfríos, catarros y narices rojizas—. Las sombras estaban consumiendo las calles con sus difusos contornos, y las nubes allá en lo alto se teñían del incandescente color del fuego. Hermoso, sí, pero mi mente tenía cosas más importantes que pensar. Por ejemplo, no arrancarme los pelos a manotazos.

—¡Mamá! ¡Papá! ¡Soy Crista! —exclamé sin éxito, mordiendo mi labio inferior—. ¡Zack! ¡Gwen!

No había indicio alguno de que mi familia estuviera ahí. Pero, ¿cómo?
Ni siquiera me había llegado un mensaje de mamá para avisarme si por si acaso si al final fueron al paseo (del cual no avisaron a tiempo para que yo llegara a casa y así irme junto a ellos), o si debieron salir por un asunto de emergencia o cualquier estupidez (reverendas estupideces) que se les ocurriera hacer.

Me negaba a adentrarme en mi propia casa por miedo a lo que pudiera descubrir o desencadenar, y claro: Norman no me permitiría entrar por mucho que rogara porque su sentido del riesgo era mucho más agudo e insistente que el mío. Por eso no se metía jamás en problemas, por esa justa razón su carácter era medido y sigiloso.

Presentía que algo rondaba por allí. Nada bueno auguraba aquél silencio sepulcral.
Pateé el suelo con impotencia, queriendo despotricar contra el mundo, o contra lo que fuera.
El hecho de que mi casa se encontrara oscura y vacía como una llanura era una idea que no se ensamblaba nada bien en mi cabeza. Intenté pensar con claridad apretando mis sienes con los dedos.

—Tranquilízate, Cris —alegó Norman, apoyando su mano en mi hombro—. Sólo manteniendo la calma puedes permitirte razonar.

Quiso agregar algo más, pero en cuanto abrió la boca volvió a cerrarla. Ocultó sus pálidas manos del frío utilizando los bolsillos de su chaqueta.
Planteé sobre la mesa que con seguridad mis hermanos estarían jugando a la Xbox, o tal vez viendo una película en la televisión, algo que podrían hacerlo perfectamente a oscuras.
Pero... ¿Y lo de la puerta forzada?
El súbito pensamiento del peligro me paralizó.

Nadie respondió ni vino a abrirme la puerta, y como único resultado escuché el ronroneo del viento, poniéndome la carne de gallina de inmediato. Me daba muchísimo miedo estar en una calle tan oscura, aún teniendo a Lease y a Norman a mi lado.
Mi mente imaginativa empezaba ya a adivinar movimientos en todos lados, siluetas que aparecían y se recortaban en la penumbra que más tarde no lograba ver a tiempo. Desaparecían en el punto ciego de mis ojos.

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