✖ ¿A alguien más le aburre la Nochebuena? ✖

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¡Ah, la Navidad

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¡Ah, la Navidad...!
Esa fecha donde todos te traen regalos, finges una cara de "¡Claro, tía! ¡Tu regalo es lo que siempre he querido toda mi vida!" y desde luego, lo único que te regaló fue un par de medias que luego se las entregarás a tu perro para resguardarse del frío.

No hay que ser tan consumista. Bueno, estoy diciendo una gran falacia, porque todos los seres humanos amamos los regalos —a menos que seas un extraterrestre, o una persona demasiado espiritual—.
No me mientas: yo sé que cada vez que alguien llega con un obsequio envuelto en papel te emocionas un montón porque sueles pensar que es para ti. Si dices que no, mi cadena brillará como el carbón encendido.

El verbo "brillará" está en futuro, porque mi cadena no va a repararse tan rápido.
Me dolió verla hecha trizas. Dolió profundamente ver cómo se iba en las manos de Morton Bradson. Ah, y obviamente sabía que Morton era bisexual (¿creías que no me iba a dar cuenta, eh?). Él había sido el novio de Led Rossin hace seis meses: cualquiera se daría cuenta.

Pero volviendo al tema de la Navidad, dulce Navidad, la celebración familiar por excelencia... Siempre me aburre. Y sí, no soy el Grinch, pero he de reconocer que me siento bastante ermitaño.
Con mi hermano Miles y mi padre, la "fiesta" de Nochebuena constaba en decirnos unos a otros un "Feliz Navidad" antes de acostarnos, y nada más.
Sin mamá, las dulces navidades no son lo mismo y jamás lo serán. No importaba cuántas luces, canciones, regalos, o invitados tengamos: no era una noche alegre para ninguno de los tres.

¿Y los regalos? ¿Aquello que hace sonreír y disfrutar a cualquier persona?
Bah. Los regalos pueden llegar a ser la cosa más falsa y superficial de todo, a veces.
Un buen regalo para mí sería un abrazo de papá —de esos que asfixian—, y uno de Miles (no, en realidad no quiero un abrazo de Miles).
De ser los regalos elementos materiales, podrían llegar a ser de los más predecibles del mundo: papá me obsequiaba cuerdas de guitarra, un cuaderno y un lápiz para dibujar o escribir notas y datos, un libro (mis favoritos son los de misterio, o de divulgación científica, metafísica, terror y leyendas urbanas...), y otras veces realizábamos un pequeño viaje a un museo o biblioteca.
Amo los regalos intelectuales: siempre tengo que estar investigando algo; sino no sería yo.

Antes de Navidad, después de llegar sano y salvo de la Misión, estas preguntas rondaban mi cabeza:

¿Qué le diría a mi padre sobre la cadena de plata?
Se fastidiaría tanto, tanto... que me asesinaría.
¡La cadena de mi abuelo! ¡La cadena que nuestra familia atesoró durante siglos!

¿Qué le diría sobre la Misión?
Me castigaría por una semana, teniendo en cuenta que no lo llamé y que ni siquiera comenté antes acerca de eso.
Papá se preocupaba en exceso por nosotros: no lo culpo para nada. Después de lo de mamá, somos lo único que le queda: lo único que ama más que su vida y que daría la misma por garantizar la nuestra.

"Le diré lo que necesita saber, pero omitiré los detalles", pensé.

El mismo día que regresamos de la Misión le conté todo. Sí, bueno, salteé algunos detalles de menor importancia, pero lo demás lo dejé intacto.
Ni bien terminé de relatar los hechos esperé el peor castigo del mundo, una gran palabrota seguida de un "Estás castigado hasta la fecha de tu muerte", pero papá solo se limitó a juzgarme con gesto ceñudo, bastante parecido al mío, y ojeó con sospecha mi pantorrilla algo morada.
Hizo bastantes interrogantes, pero aclaré sus dudas: el doctor Aviano me había dado una inyección para prevenir que la toxicidad de la bala alcanzase puntos estratégicos de mi organismo. Para resumirlo, alegué que no ocurriría nada demasiado trascendental.

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