✖ Cruda realidad ✖

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Cuatro minutos

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Cuatro minutos.
En cuatro minutos ya había consumido lo poco que quedaba en mi plato.
No me molestaba en lo absoluto tener que cenar nuggets de pollo. De hecho, me gustaban. Acomodé mi silla al lado de Crista, intentando no ponerme tenso y nervioso: notaba que ella me veía. Una sonrisa se dibujaba en su delicado rostro. ¿O tal vez estaría sonriéndole a su plato de comida porque tenía hambre?

La entrevista que habíamos tenido con Maverick había terminado infructífera. Nos habíamos ido con las manos vacías, o casi vacías. Sin embargo, me sorprendió que ese sospechoso de cuarta tuviera el valor de hablar. El tipo nunca nos decía una frase mínimamente coherente, lo que causaba que mi paciencia empezara a oxidarse  y...

Crista se había mostrado bastante valiente frente a Maverick; sus preguntas sonaban firmes y decididas al expresarse. No sería difícil imaginarla como una Detective. La idea me llenaba de emoción.
Observé alrededor de la mesa: Lease y Lime estaban —como la mayoría de las veces— intercambiando palabras, comentarios, y algunas bromas.
Miller, mientras tanto, agarraba una a una las servilletas para doblarlas y convertirlas en cómicos barquitos de papel. Le gustaba hacer formas de origami: uno de sus pasatiempos favoritos, además de hacerme la vida imposible a mí y a su primo.

Keith y Zoe, por el contrario, se sentaron lo más lejos posible uno del otro; uno en cada extremo de la mesa. Apenas se dirigían la mirada.
Intenté concentrarme en mi lista de tareas por terminar, la cual saqué aún doblada del bolsillo del jean. Pensé que la había dejado en el bolsillo la chaqueta, pero ahora que Crista la llevaba puesta desde que estábamos en el interrogatorio esa idea estaba descartada.

Le eché un vistazo al papel:

Visitar a papá y a Miles.
▪Entregarle el collar a Crista.
▪Resolver el Caso.

Esas tres cosas formaban parte de las prioridades que estaban atormentando mi mente.
El collar de Crista (una bella gargantilla de encaje) estaba listo y terminado en mi bolsillo. El Caso aún no estaba resuelto: aquello era una molestia incesante, como si alguien estuviera caminando detrás de mí pisándome los talones.

«El espía...»

Maverick había dicho que todavía se encontraba encubierto un espía en la Agencia.Tomé este dato en cuenta, y proseguí con los detalles: alguien debía de tener alguna relación cercana con el espía, seguramente algún Detective, como nos acusaban los Agentes: una de las personas que más los influenciaba era Fletcher Coyle. Esa era la razón por la cual no me agradaba Fletcher. El tipo creía ciegamente en la inocencia de los Agentes, alegando que nosotros habíamos sido los presuntos culpables del Fraude.

¿Pero con qué pruebas dictaminaba algo así? ¿Sin alguna justificación aparente...?

Al formular Keith el plan B, el de "emergencia", se llevaría a cabo una medida extrema importante: todos los internos (tanto Agentes como Detectives) —o sospechosos—, serían interrogados por Keith, sin excepción alguna.
El cantante podría parecer majo y tranquilo por fuera, pero en los interrogatorios se transformaba en una persona temible. Para empezar, a él no le importaba en lo absoluto si tenías doce años, cuatro años, o si parecías pequeño e inocente: podría acosarte hasta que soltases alguna palabra, todo sin que se le moviera algún músculo de su rostro mientras te interrogaba con una pregunta tras otra.
Su actitud era fría y calculadora; no pararía hasta encontrar la verdad. Nada lo detendría. Era una de esas personas que por más que lo intentaras sería difícil de olvidar.



Cuando terminé de leer mi lista, observé a Crista mientras hurgaba en su bolsillo. De él sacó su móvil negro. Se dispuso a revisar las aplicaciones que poseía, abrió la casilla de WhatsApp, fijándose en el último mensaje enviado: el mío. Crista me había clavado el visto.

—Es de mala educación dejar el visto a tu mejor amigo —comenté cerca de su oído.

Ella dió un respingo y volteó a verme con los ojos bien abiertos.

—Estaba apurada, no jodas. Además, me habías pedido que te buscara tu lupa. Luego de eso me fui a duchar y luego me vestí.

Me hubiera gustado estar allí. ¡El cielo para mis ojos!
No sé por qué se me dio por pellizcarle la mejilla. Descubrí a Crista mirándome con molestia. Sé que no le agradaban mis pellizcos.

—¿Cuándo veré a Miles y a tu padre? —inquirió con inocente tranquilidad.

"Oh, no, Cris..."
"¡No preguntes sobre mi familia...!"

—¿Y qué ha pasado con tu madre? —inquirió Crista de repente—. Siempre evitan hablar de ella. ¡No es muy justo...!

Se lo contaría después-

—Pues... —luché desesperadamente para evitar mencionar que había fallecido. Desvié la mirada hasta la ventana. No quería que me viera cuando mis ojos se pusieran vidriosos—. No sucede nada. Yo... quiero decirte todo esto en privado.

Ya no está.
Nunca más.
Nevermore.

—Bueno... Supongo que sí puedo esperar —balbuceó.

¿Cómo iba a relatar semejante noticia?
¿Cómo?


Finalizamos nuestros platos, y aún seguía mi estómago revuelto. 
No iba a ser fácil decirle la verdad, la cruda realidad que yo vivía día a día.
Al final del camino, guié a Crista hasta mi despacho, convencido de que era el lugar idóneo para nuestra privacidad. Un nudo se agolpaba en mi pecho como nunca antes, y sentía mis manos entumecidas. Mi cabeza estaba a punto de sucumbir a la presión.
Cerré la puerta del despacho, tras de mí. Crista dejó a un lado el abrigo que llevaba puesto, sin dejar de observarme con extrañeza. Sería mejor comenzar abruptamente.

—Tu madre jamás vino a visitarnos... ¿Qué ha sucedido con ella?

—¿Te acuerdas de que estaba muy mal de salud? —las lágrimas se agolparon en mis ojos. Mis labios temblaban de dolor, y toda la seguridad que aparentaba poseer mi cuerpo desapareció.

—Sí. Lo recuerdo.

—Ella fue internada hace años, Crista...

Oí el reloj de pared sonar insistente. No resistiría más el secreto que llevaba conmigo, hiriéndome todos los días, como si me estuvieran dando arsénico dentro de panecillos, como en Flores en el Ático.

—No pudo sobrevivir.

—¿Qué? —Crista se puso una mano en la boca, tratando de asimilarlo—. Es imposible... ¡No puede ser posible! ¡¿Pero cómo?!

—En el hospital, de un coma, luego, un ACV la destruyó y... —las palabras no me salían con facilidad; me costaba formar las oraciones porque sentía un nudo en la garganta que me oprimía también el pecho.

Esto era, por lejos, lo más doloroso que había sentido en mi vida: aceptar que mi madre ya no estaba y que jamás (nunca más) volvería a verla. Su cuerpo estaba enterrado tres metros bajo tierra, y allí se quedaría por siempre, y con ello, nuestra familia estaría relegada a vivir fragmentada en mil pedazos.

—¿Y cuándo pensabas decírmelo? —su voz se quebró, sus ojos se nublaban por las lágrimas—. ¿Dentro de diez años? ¿¡Duhanna está muerta!?

—Perdóname por haber ocultado todo esto... —le rogué, cabizbajo. Las lágrimas bordearon mis mejillas.

—Lo siento muchísimo por ti, Norman... —apoyó su cabeza en mi hombro—. Me hubieras pedido ayuda para superarlo. Te hubiera acompañado. La verdad, tu madre era fabulosa... —suspiró con amargura—. ¡Nunca debería de haber sucedido! ¡No puedo creerlo! No... —inmediatamente puso las manos en su rostro, ocultándolo.

En mi interior sentía cómo otra vez todos esos pensamientos dolorosos nublaban mi mente: una niebla densa, tóxica, que poco me dejaba respirar.
La razón la cual no informé antes sobre mi madre a Crista, fue porque no merecía nuestra familia recibir lástima alguna. Detesto que se compadezcan de esa forma; uno no sabe jamás qué decirle a alguien cuando sufre por luto. Nada arreglaría nada. 
Y si Crista continuaba pensando que mamá estaba viva, pues así prefería que se quedara en su mente: eternamente sana y salva. Invencible. Bella.

—Es injusto —comentó con suavidad, evitando equivocarse al utilizar las palabras.

—Lo sé —lamenté—. Ahora lo que ha pasado, ya pasó. Y poniéndome a llorar como un niño no voy a solucionar nada. No va a volver a estar viva por más lágrimas que suelte.

Unió su mano con la mía. La apreté fuertemente. Nuestro abrazo bastó para reconfortarme. 
Mi mamá se había marchado, pero Crista aún seguía ahí.
Y haría lo imposible para mantenerla viva.




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