✖ 14 de diciembre ✖

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[Aclaro, antes que nada, que todos los personajes son ficticios NO reales. No me he basado en nadie para crearlos.

Gracias por leer ❤]


Cliqueé con el mouse furiosamente otra vez el link de color azul con un gesto ceñudo. La dirección no se abrió, me hizo entrar en desesperación.
Con las manos sujeté algunos mechones de mi cabello rubio para transformarlo en una cómoda coleta de caballo, y de paso apartar algunos mechoncitos de mi rostro mientras observaba atentamente la computadora.
Cliqueé nuevamente. No lo podía creer: había invertido casi trescientos dólares en una notebook de aparentemente buena calidad como regalo de cumpleaños, y encima la máquina se ralentizaba. ¡Vaya porquería! ¡Quién pudiera tener una MacBook!
Hice excelente uso de buena parte de los ahorros —regalos en dinero efectivo— para poder actualizar mis equipos y computadoras, e incluso mi familia consiguió aportar un poco más. Un obsequio bastante oportuno, pero frente a la problemática comenzaba a dudar de ello.

[Llamando a Lissa Trevor...]

...

[-Conexión fallida-]

Me encontraba plácidamente recostada en una silla giratoria, de cara al pequeño escritorio de caoba de mi habitación, balbuceando palabras poco delicadas.
Ojeé apesadumbrada los cuadros que sostenían las paredes, absolutamente todos creados por mi padre, basados en disciplinas artísticas, tales como el Cubismo, Surrealismo, Puntillismo... Y otros "ismos".
A papá, Alexander Flame, le fascinaba pintar, pero ninguna palabra mágica haría cambiar de parecer a mi madre, Melissa, quien detestaba la pintura.
Yo no poseía el maravilloso don de pintar, pero sí el de dibujar animales en semejanza con la realidad..., más o menos. Para mi fortuna inexistente, esbozar seres humanos en el cuaderno me producía dolores de cabeza. Era pésima, pésima.

Las paredes de mi cuarto lucían delicadas pintadas de un brillante color lila, pero ningún mueble ofrecía algo diferente que aportar a la vista. Pese a la cantidad de años que había vivido en aquella casa, no me tomé el tiempo debido como para hacer de esa habitación mi propio mundo. Lo único que me gustaba de todo aquello era mi adorada alfombra fucsia que yacía en el medio de todo. Nada más.
Unos instantes después, la computadora desplegó una ventana informativa en la pantalla, después de un breve sonido de notificación:

[Correo no comprobado.
Por favor, para inscribirse a Skype deberá utilizar su cuenta alternativa de Google.]

Golpeé indignada el escritorio con mi puño, evitando soltar un juramento entre dientes.
Al ver mi portalápices, consideré clavarme un bolígrafo en el ojo.

«¿Esto va en serio, mierda? ¡Hace media hora lo he configurado!», pensé.

Acto seguido intenté abrir mi cuenta de Gmail por duodécima vez para ver si el problema se solucionaba. Y no. Porque mi nombre no sería Crista Flame.

—¡Toda esta basura para poder ingresar a Skype! —chillé como si la notebook pudiera responder a sus quejas—. ¡¿No podrían simplificar el proceso, maldita sea?!

Después de cumplir con todo el proceso, me dirigí hasta las casillas de Skype para contactar a una amiga por videollamada. Quería hablar con ella de trivialidades, también sobre el baile de la noche anterior, pero la red no se encontraba de mi parte.
Afuera llovía copiosamente. Truenos de gran alcance se dejaban oír, y los relámpagos iluminaban con cada resplandor las paredes de la habitación de forma siniestra. El invierno comenzaba en Estados Unidos, y con ello las vacaciones navideñas, dentro de una semana y un día.   

No era capaz de imaginar todo lo que podría hacer sin obligaciones ni tareas del instituto; unos días de sufrimiento más, y por fin sería libre. Tras esas aburridas —o quizás no— dos semanas de tranquilidad sin estudios, mi vida normal comenzaría otra vez como un espiral interminable: escuela, exámenes, estupideces, preocupaciones... Pero por suerte podría volver a ver a mis mejores amigos. Juntos conformamos una leal pandilla de cuatro personas. No podía pedir más que eso.

Clasificados © [En edición]Where stories live. Discover now