✖ Auténtica razón ✖

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Me sentí muy apenado

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Me sentí muy apenado.
Keith no paraba de culparse, de exclamar incoherencias mientras se presionaba las sienes con las manos, en el asiento junto a la máquina averiada.

Más allá, reunido con sus compañeros, Fletcher negaba con la cabeza una y otra vez mientras cada tanto le dirigía una mirada acusadora a Keith. No me parecía justo que Fletch se enojara de esa manera con él.
Decidí averiguar qué había causado realmente que la máquina se estropeara. Me mantuve escéptico en ese aspecto.

¿Cómo podría el aparato romperse con la capacidad de una mente quebrada?
Se suponía que el artefacto ya estaría preparado para cualquier tipo de mentalidad...
Se suponía...

Pero curiosamente que la cabecita del mejor Detective de la organización, que tenía muy buenas intenciones, lograra desarmar una maquinaria preparada para crear un mapa mental de los criminales más ruines...
No me cabía idea en la cabeza. No podía ser posible. Keith era una muy buena persona, no podía negarlo; pero estaba el pequeño gran problema de la esquizofrenia. 

¿Podría llegar a transformarse en algo más? ¿Transformar su forma de ser hasta la raíz?
Yo no estaba tan seguro. En todo caso, mis sospechas unían sus lazos rojos hacia Fletcher Coyle, el dueño y creador del invento.
Subí nuevamente al escenario para analizar la máquina, la cual estaba continuamente echando humo y chispas. Keith lloraba desconsoladamente en el escenario, refregando sus ojos acuosos.

—Oye, Loid... —me acerqué a él—. Esto no fue tu culpa. Pudieron haberlo causado diversas variables.

—¿Variables? —respondió, sollozando con rabia—. Esas estupideces no van a cambiar lo que pensarán de mí. Acéptalo; es mi culpa.

—De ninguna manera. No hasta encontrar la verdadera causa, compañero.

Desabroché mi cadena de plata del jean. Cayó al suelo con un tintineo. Estaba fría cuando la levanté del suelo.
Le di tres vueltas sujetando un extremo; se transformó en una gran lupa inmaculada que reflejaba la luz con brillos verdes y rojos. Huelga decir que amo esta lupa tanto como amo a Crista. ¿Me oyen? ¡Como amo a Crista!

Keith no se sorprendió de la repentina transformación de la cadena: ya estaría acostumbrado a cualquier cosa, o su concentración estaba en sus propias manías.
Yo no comprendía mucho su enfermedad psiquiátrica. Creo que incluso ni él mismo puede comprenderla, ya puestos.
Enfoqué la lupa y el lente biconvexo frente a los comandos de la máquina para ver las fallas directamente. Yo algo sabía sobre tecnología, computadoras, y redes, pero no estaba muy seguro de lo que tenía enfrente. Miré a Fletcher. Él era el genio, ¿no?

—¿Has calibrado la máquina correctamente? —pregunté alzando la voz para que pudiera oírme—. ¿Qué tanto potencial puede resistir el aparato?

El Agente Secreto de cabello azulado me observó con desconcierto y alzó los hombros.

—Te puedo asegurar que la calibré perfectamente. No sé de qué estás hablando, Cardinal.

Mi lupa brilló con un tono rojizo como el fuego. Fletcher me estaba mintiendo, o al menos me estaba mintiendo sin saberlo: sin haber corroborado la máquina antes.
Con esa simple respuesta no me iba a quedar conforme, claro estaba. De eso se trata ser un detective: nunca, jamás debes quedarte con la primera (o la única) respuesta que tengas. Siempre se debe indagar mucho más: hasta que te hartes.

—¿Podrías venir, por favor? —insistí; esto bordeaba el límite de mi paciencia.

Coyle gruñó, molesto. Se aproximó a regañadientes y arrastrando los pies. Se puso en cuclillas para ver la falla en su invento. Su cabello azul visto a contraluz parecía blanco, demasiado perfecto. Ansié tener una tijera lo bastante grande como para cortarle de a mechones su peinado. Este tipo me empezaba a dar bronca. Su actitud sospechosa no ayudaba a mejorar mi perspectiva de él. Me cabreaba que tratara tan mal a Keith. ¿Qué culpa tenía él?

Si Fletcher se había equivocado al controlar los comandos de la máquina, sería su propia culpa.  Mi lupa jamás se equivocaba, y yo rara vez lo hacía.
Sostuve la lupa por un lado para darle cuatro vueltas más. Se transformó en un puntero láser, con el que apunté directamente al problema.

—Oh... Claro —rio con nerviosismo—. Ahí está la falla.

—Se han cortocircuitado los cables responsables de equilibrar la potencia cerebral con la potencia recibida resultante —dictaminé—. Es por eso que la máquina dibujó la línea tan bizarra. Todo se estaba sobrecalentando.

—Tampoco he soldado y asegurado los cables con silicona —murmuró Fletcher, con el dedo índice en los labios—. Debí de haberme olvidado...

—Ha sido tu culpa, Fletch. Creo que Keith merece unas disculpas —lo observé con aborrecimiento.

Fletcher bajó la mirada, humillado. Golpeó furiosamente con el puño la máquina. Como respuesta inmediata, el aparato emitió un chispazo eléctrico. Él pegó un salto y quitó la mano en acto reflejo. Sentí cierto regocijo: si yo hubiera sido una persona desconsiderada y maleducada, sin duda me hubiera reído en voz alta.

—¡Buenas noticias, Keith! —exclamó el chico—. He sido yo el que ha roto la máquina. Siento haberme enojado contigo. Te he culpado de todo, como si hubiera sido un niño. Me siento tan avergonzado...

Keith permaneció impávido, sin una nota de expresión en su rostro. Estaba tan serio que comenzó a generarme miedo... Y pocas cosas hay que lo logren.
De la nada, el cantante empezó a reírse mientras se contenía el estómago; no era una risa de gratitud o de felicidad: era una risa amarga.

—¡Enhorabuena, Coyle! —exclamó con sarcasmo—. ¡Seguramente tu disculpa cambió todo!

El rostro de mi amigo se crispó en una mueca de irritación, menospreciando al Agente, que empezó a sudar frío. Mi lupa brilló de un tono ligeramente violeta. Significaba que Fletcher estaba nervioso. Lo comprendía perfectamente: no es lo mismo hacer enojar a una persona común, que enojar a Keith Loid. El joven famoso tenía el poder de causar temor e incomodidad, tenía la reputación de poseer un humor cambiante, y tenía la excusa perfecta para atribuirle todo.

Poseía una faceta extrema: si estaba feliz, realmente se hallaba eufórico.
Si estaba furioso, deberías prepararte.

—Lo lamento... —se excusó Fletcher, caminando marcha atrás muy lentamente—. Me tengo que... ir.

—¿Irte? —rio Keith con sorna—. Es de muy mala educación, ¿no te parece? —suspiró—. Ya sabía que tú lo habías planeado todo. Quieres que los demás me vean descolocado, ¿no? Siempre... siempre has querido matarme, ¿no es así? ¡Eres un traidor! ¿Tú quieres verme en un manicomio, no?

Paranoia.
Keith de vez en cuando lanzaba comentarios hacia los demás sobre ese delicado tema. Decía que lo querían asesinar, espiar, manipular... No era más que producto de su mente, claro.
Fletcher Coyle esta vez iba a caer de lleno en sus amenazas.

Cuando Keith avanzó un paso, cerrando los puños con ira, el salón de conferencias sufrió un desperfecto y la luces se apagaron, dejándonos a merced de una oscuridad claustrofóbica. La máquina de Fletcher nos había dejado a oscuras, ya que había sobrecargado también la unidad eléctrica del salón.

Loid empezaba a ponerse histérico al llegar la oscuridad. No le daba miedo, pero lo volvía más ansioso. Eso era lo preocupante.



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