✖ Sin palabras ✖

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El ritmo de la música sonaba y pisaba fuerte en medio de las frías tardes invernales neoyorquinas

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El ritmo de la música sonaba y pisaba fuerte en medio de las frías tardes invernales neoyorquinas. Las plazas, llenas de niños y parejas que querían compartir unos ratitos juntos, parecían perfectas e ideales bajo el brillante sol.

Tal y como lo habíamos planeado, después del instituto, tranquilos, tomamos helado en un restaurante, en pleno invierno nada más y nada menos, mientras veía cómo las personas corrían apuradas por la Quinta Avenida charlando entre sí, o solo apuradas por llegar a comprar antes que nadie las rebajas en las tiendas.
Un día perfecto, aparentemente.
Era extraño que tomáramos helado en diciembre, pero no había sido idea mía. A mí nunca se me ocurrirían ese tipo de locuras.

—¡No tengo idea de cómo es que haces para soportar el sabor de tu helado de menta! —opinó Lease, mientras atacaba con cucharadas pausadas a su helado de limón. Me hacía gracia que comiera ese sabor; supongo porque el color blanco de su cabello albino combinaba con el color blanco del helado—. ¡Es como si estuvieras comiendo dentífrico dental!

Reí por lo bajo, mientras cargaba en la pequeña cuchara una cantidad aún más grande de helado. En seguida, Lease meneó la cabeza y puso los ojos en blanco.

—¡Te acostumbras al sabor! —sonreí—. Además, las chispas de chocolate ayudan a suavizarlo.

—Paso. Para mí que hay demasiada menta en tu chocolate, Crista... —hizo un gesto de barrera con sus manos, como para evitar que mi helado pudiera teletransportarse cósmicamente al suyo.

Lease era un duendecito estupendo y confiable, pero nunca lo vería como un novio; más bien lo veía como un hermano pequeño e infantil. 

El viento sopló fuerte en cuestión de segundos, lo que causó que Lease tiritara de frío mientras trataba de cubrirse la cabeza con un gorro de lana gris, regalo de su madre.
Yo observaba embelesada cómo brillaba su cabello, tan blanco como la nieve y suave como algodón.
Esa sonrisa simpática nunca se despegaba de su rostro de niño inocente. Sin dudas Lease era precioso, por demás angelical, pero... en los últimos días lo veía un poco distante o  cambiado, como si de pronto le hubiera ocurrido algo malo. Lease vivía en las nubes la mayoría de las veces. Anteriormente le pregunté qué era lo que le ocurría, pero de nada sirvió. No decía palabra alguna. Yo continué con la certeza de que estaba estresado por algo. Quizá el estrés se debía a los estudios, a los exámenes que después de la semana de Navidad comenzarán. Sin mencionar que podría deberse al tema de los bravucones, cómo no.
Esperaba con ansias el momento ideal para que dejase a un lado todo el misterio y me contase el secreto del cual me había estado hablando.

Observé a ambos lados de la calle buscando a alguien con frenesí.
Ése alguien había acordado la reunión a esa hora, en ese restaurante. Norman el héroe, por supuesto. Si de pronto venía, mi tarde se volvería perfecta. Me latía con fuerza el corazón, lo sentía de verdad en mi pecho. 

Norman era lo más importante en mi vida, después de mi familia y de Lease, aquél que me hacía sentir que todo valía la pena... y que existían todavía personas que valían la pena.

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