✖ A cuatro paredes ✖

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Cuando desperté con un leve dolor de cabeza, me encontraba sola en una habitación muy acogedora y limpia, sobre una cama de matrimonio bien tendida. Muy extraño.

Lo raro era que tenía las botas de plataforma puestas aún. Nada de mi vestimenta había sido removido o quitado, gracias a Dios. Norman había sido un santo conmigo; otro chico quizás se hubiera aprovechado de que estaba inconsciente para tocarme, o qué sé yo.

Enfoqué la vista, y pasé panoramicamente mis ojos en el cuarto. No vi nada que me resultara conocido, ninguna señal de que allí durmiera alguien. El ambiente estaba impoluto, impecable, como la habitación de un hotel. Más extraño todavía.
Constantes punzadas de presión sobre los oídos me devolvían otra vez sobre la almohada. Me sentía cansada nuevamente. Temblaba de frío. Nunca me había desmayado antes, pero ahora sabía que demasiada información que recopilar y asimilar en mi cerebro podía hacerme desfallecer. Tendría que tener más cuidado la próxima vez.

«Lo último que recuerdo es a esa chica diabólica traumada hablándome a través de la pantalla»

Estaba consciente del todo cuando Norman llegó hasta la habitación y me colocó sobre la cama. Temí que me viera abrir los ojos, o reír o echarme a llorar: puede que todo al mismo tiempo. La tristeza y la confusión embotellaban mi mente. Sentí ansias de golpear a alguien para liberar todo lo que mi interior guardaba. 

Me senté con cuidado en la cama. ¿Sería de Norman?
Esperaba que no fuera de algún amigo Detective de él, o alguna persona de cargo importante.
Dios. Ahora yo participaba de esta macabra escena como Agente. No sabía con exactitud por qué Lime había decidido tal cosa tan de inmediato, sin ni siquiera asimilarlo. Yo no tenía experiencia. ¡Ni siquiera sabía lo que debería de hacer un puto Agente en estas circunstancias!

Mientras más lo pensaba, más ridículo se me hacía. Para mí, un agente secreto era alguien que salía en las películas, como James Bond, el agente 007, o en las series animadas de Disney, como Kim Possible, o Phineas y Ferb
A mí no me gustaban las películas de acción. Mi padre insistía en que yo practicase algún arte marcial, como mi hermano Zack, pero yo simplemente no quería. Sí, yo actuaba como varón pero aún así trataba de ser algo femenina, era ruidosa pero a la vez tranquila, gruñona, pero cómica..., y eso no quería decir que mis gustos por los deportes de lucha fueran tan a flor de piel como con mi personalidad. ¡Pero qué jodidas ganas de estereotipar!

¿Debería levantarme para inspeccionar el lugar?
A pesar de sentirme más cansada que un zombi, decidí que sería la mejor opción. De puntillas de pie me dirigí hacia la puerta entreabierta, que dibujaba un haz de luz en las cortinas blancas de la ventana. Atisbé por fuera de la habitación donde me hallaba: había un oscuro y largo pasillo, no muy estrecho. Más allá brillaba un resplandor blanco que teñía las paredes de un matiz azulado. Tenebroso, sin duda. Me recordó a aquella vez cuando salí a hurtadillas desde el cuarto de Lime para conversar con Norman. Hubiera querido mantener en una eternidad ese momento.

Caminé muy lentamente apoyando una mano en la pared. Mi espalda se quejaba como si estuviera maltratada. Me dolía tanto... como si me hubieran dado una patada al estilo de Chuck Norris y luego un ferrocarril me pasara encima. Así de exagerado, mira.

Cuando llegué a la habitación donde debería de originarse el resplandor blanco, no encontré a nadie. Sólo estaba la portátil de mi novio. ¿Pero dónde estaba él?

Me aterroricé cuando sentí dos brazos rodear ferozmente mi cuerpo por detrás, casi rozando mis pechos. Sea quien fuere, le pisé el pie con mi talón para crear una distracción; planeaba correr y escapar. Sin embargo, no sabía que era Norman. Él me sujetó de la muñeca y me acorraló contra la pared, como si fuese un cateo policial. Alcancé a musitar una palabrota.
A pesar de que le había pisado el pie ni se inmutó, sólo continuaba mirándome con una expresión ceñuda. Me presionó la muñeca.

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