Cuarenta y cuatro [I]

5.5K 394 13
                                    

Scarlett

Había tenido que ir con Christian a la hacienda donde vivían los Meyer. Estaba a las afueras de Columbus, a dos horas. En esas dos horas habíamos tenido tiempo de hablar largo y tendido, pero apenas lo hicimos. Yo me encontraba en tensión la mayor parte del tiempo. Todo lo ocurrido rondaba mi cabeza una y otra vez y no era capaz de dejarlo ir ni un segundo.

La visita a Amanda Meyer fue mejor de lo que ambos esperábamos. Incluso nos invitó a cenar, y aceptamos. Brad estaba con Mederith y estaba tranquila, aunque a él no le hacía ni pizca de gracia que estuviera con Christian. Si mi jefe hubiera querido hacer algún movimiento, ya lo habría hecho. No era un ángel de Victoria's Secret, no había de qué preocuparse. No iba provocando por la calle desmayos a los chicos, es más, dudaba que se fijasen en mí.

Estaba mirando por la ventana, ya había anochecido. Empecé a ver el paisaje más nítido y fruncí el ceño cuando me di cuenta que estábamos disminuyendo la velocidad. Miré a Christian, que puso el intermitente y paró en el arcén.

— ¿Qué pasa? – pregunté.

— No lo sé. – Christian frunció el ceño.

— ¿Gasolina?

El negó con la cabeza.

— Hay gasolina de sobra.

Christian volvió a arrancar e hizo el intento, pero no arrancó. Le dio un golpe al volante. Perfecto. Estábamos en medio de la nada. Se bajó del coche y abrió el capó. Volvió, para dejar su chaqueta en el asiento y se fue remangando las mangas. – Intenta arrancar el coche, Scarlett.

Lo hice. No hacía nada. Después de quince minutos, Christian se rindió y cogió su móvil para llamar a una grúa. – Mira si tienes cobertura.

Saqué mi móvil del bolso y vi que apenas tenía una rayita. Y de batería iba igual. – No tengo.

Lo intentamos, levantamos los brazos, Christian caminó de arriba abajo mirando su móvil. Llevábamos una hora parados aquí y no había pasado ni un solo coche. Christian ya había puesto los triángulos y se había puesto el chaleco amarillo fosforescente. – Voy a ir a buscar un teléfono de SOS. Ahora vengo. Cierra el seguro.

Mis alarmas se dispararon. ¿Me iba a dejar sola?

— No, no me dejes sola. – salí del coche.

— No te pasará nada, solo tengo un chaleco y hace frío fuera. Sin contar los tacones que llevas.

— No me importa – cerré la puerta. – No quiero quedarme sola.

Rodeé el coche hasta quedarme en la parte del maletero, donde él se acercó. Me miró confuso y aceptó. Empezamos a caminar en sentido contrario y me abracé a mí misma mientras andábamos. - ¿Por qué te da miedo quedarte sola?

— Es de noche – dije lo obvio.

— Sé que hay algo más. ¿Cómo va el caso de la persona que estaba rondándote? – preguntó.

— No se sabe nada. La verdad es que no ha vuelto a molestar, pero no me fio – susurré eso último.

— ¿La policía no ha hecho nada?

— Dicen que no pueden hacer nada. ¿Alguien que te envía rosas negras? ¿Un cuadro roto en tu habitación que podrías haber caído sin darte cuenta? ¿Una ventana rota? Son cosas insignificantes.

Christian suspiró pesadamente. – Viéndolo así, si...

No sé cuánto tiempo tardamos en llegar al teléfono. Pero cuando volvimos al coche, mis pies rogaban un descanso, y no tardé en quitarme los zapatos. Bostecé y ambos nos montamos en el coche a esperar a la grúa. - ¿Qué es lo del parabrisas? – preguntó Christian.

ADOPTA A UN TIO / NO CORREGIDAWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu