25. La otra mitad del verano ll

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-¡Mía! -gritamos, al mismo tiempo que saltábamos para pegarle y mi cráneo chocó contra el suyo. El estruendo se escuchó por toda la playa, o al menos así me pareció a mí escuchar. No alcanzamos la pelota; caímos el uno a lado del otro, con las manos en la cabeza y el dolor reflejándose en nuestras caras. 

-¿Están bien? -gritó alguien. Sentí las figuras sobre nosotros, amontonándose. Ni Seth ni yo respondimos. Sentía que el lado derecho de la cabeza estaba a punto de estallarme, como si estuvieran apretándola para sacarle jugo. 

-Iré por hielo -corrió Melisa.

-Iré yo también -dijo Liz, detrás de ella. 

-No es nada -articuló Seth, sentándose. -¿Jenna? 

-Estoy bien -me senté. Lily buscó en mi cabeza alguna herida superficial y Louis en la cabeza de Seth. Ante esto, mi mirada fue automáticamente hacia Jamie, que achicaba un poco los ojos hacia los dos chicos, pero no interfería en nada. 

-Solo es un chipote -dijo Lily, refiriéndose a los dos. Louis asintió y llegaron Liz y Melisa con una bolsa de hielo cada una. La sentí demasiado fría en la cabeza, dado el sudor que empapaba mi cabello. 

-¿Creen que puedan seguir jugando? -preguntó Liz con cautela.

-No, fue suficiente por hoy -demandó Louis. -Que descansen, de todos modos se me antoja un chapuzón. 

-Y a mí -Lily se amarró una cola de cabalo alta. 

-¿Puedes ponerte de pie? -le pregunté a Seth, parándome. Asintió y se puso de pie. 

Nos dispersamos por la casa, la mayoría se metió a la piscina, platicaban y reían con unas bebidas que habían puesto en una mesita cerca. 

Busqué una silla plegable de playa y me senté volteando en dirección al mar, sujetando la bolsa fría en la cabeza. Pronto me empezó a doler hasta la coronilla. Seth se sentó a un lado de mí. 

-¿Dolor de cabeza? -me preguntó.

-Sep -respondí. Cerré los ojos, dándole la bienvenida a la brisa veraniega que soplaba a esas horas de la tarde y disfruté del silencio que se instaló entre Seth y yo. Hacía mucho que no manteníamos conversaciones estables y de temas que no fueran del cambio, pero no tenía que ser ese momento cuando lo hiciéramos por primera vez en semanas. Estaba el silencio y el susurro de las olas del mar, y esa era una comodidad que no se dá todos los días, me permití saborearla. 

Era consciente de la mirada de Seth sobre mí, lo cual me hacía disfrutar más el momento, con un placer y una tranquilidad indescriptibles, relajantes, silenciosas, como la suave voz que te canta una canción de cuna.

Cuando me disponía a quedarme dormida, rendida ante esa sensación de paz, los penetrantes ojos de Seth me animaron a abrir los míos para encontrarme con ellos. Bajé la bolsa de mi cabeza, sintiendo el brazo cansado, y giré solamente la cabeza para mirarlo. 

-Hola -le dije en voz baja.

-Hola -me sonrió. -¿Cómo estás? 

-Aún me duele un poco la cabeza.

-A mí también -me miraba relajado, solo su cabeza viéndome, con las dos manos en el abdomen, y la bolsa descansando en el suelo. 

-Qué hermosa vista, ¿no crees? -le dije, de nuevo girando la cabeza hacia el sol, que ya empezaba a ponerse. El mar parecía paciente para engullirlo por completo, y el sol impaciente por desaparecer detrás del mar. 

-Sí -dijo, mas no quitó sus ojos de mí. Lo miré.

-La puesta de sol está por allá -le indiqué.

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