Capítulo 41. Let's dance. (Bailemos.)

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  —¡Muy bien, Su Majestad! —clamó el sacerdote—. ¡Hoy todo ha salido perfecto! ¿Tiene que ver la intervención de Su Alteza Erwin? —Miró al fey que escoltó a la futura reina hacia el novio. Este sonrió con diversión al religioso.

  —¿Usted cree, Su Eminencia?

  —Su Alteza, usted no era tan... "dinámico" como Su Majestad; con el debido respeto —observó a este que apretó una sonrisa—. Quisiera poder decir lo mismo de Sir Conrad. —Examinó a este otro, que se hallaba haciendo ruidos y morisquetas, sentado junto a Lucia quien sostenía a Anna en brazos. "Quizás allí haya una esperanza", analizó dudoso.

  —Bueno... en realidad... no ha sido mi tío quién me enderezó esta vez, Su Eminencia. Fue mi prometida. —Sonrió a esta quien se incomodó. El religioso la observó con gran interés. Si una jovencita como esta podía conseguir esos milagros en su soberano, él tendría menos dolores de cabeza.

  —¿En verdad? Bueno, no sé cómo lo consiguió, Milady, pero, venturosa sea.

  —Bueno... Gracias, Su Eminencia. —Hizo una leve inclinación.

  —Muy bien, jóvenes. Pueden retirarse a descansar. Mañana será el gran día y, si lo hacen como hoy, todo saldrá perfecto.

  —Gracias, Su Eminencia. Hasta mañana. —Se marcharon hacia el exterior donde aguardaban los dos carruajes—. Mi chiquitita. —Le tendió la mano para que ascendiera, él la siguió y, detrás, su tío. En el vehículo siguiente, Gontran ayudó a su esposa, en tanto, Conrad ayudó a la mortal más joven con una mano, en la otra sostenía a Anna que finalmente se la facilitó a su madre para subir con prisa antes que su cuñado, tal cual era su costumbre sólo por hacerle rabiar—. Mañana el carruaje será abierto, mi Sarah —Jareth comentó—. Y como es costumbre, haremos un pequeño recorrido para saludar al pueblo antes de acudir al festín y, luego, al Ballroom.

  —¿Como un auto descapotable? —cuestionó.

  —Eh... Algo así. —Sonrió.

  —En el Aboveground suelen usarse para el mismo fin —comentó ella.

  —Sí, pero... esto es más elegante. Mañana lo verás por ti misma, cosa preciosa.

  —Estoy nerviosa. ¿Qué si me olvido algo?

  —No lo olvidarás. Yo estaré allí y te ayudaré, de ser necesario.

  —¿Por qué no pones un conjuro para que no me olvide la última parte? —le suplicó desesperada—. ¡Yo siempre olvido la última parte, tío Erwin!

  —Pero, eso... —iba a replicar, mas, su sobrino se adelantó.

  —Eso no es posible. No puedo poner ningún conjuro sobre ti en el momento de los votos, mi nena. De hacerlo, sería inválido. Debes confiar en ti.

  —¡Pero...!

  —Sarah, mi niña —Erwin le sonrió con fraternidad—, no te inquietes. Trata de pensar en otras cosas. Haz de cuenta de que, mañana, es un día más o te verás cansada antes de empezar.

  —Sí —intentó distenderse.

  —No te preocupes, conejita. —Jareth la abrazó protector—. Hoy, haremos alguna cosa para distendernos un poco. ¿Te parece? —Ella asintió con la cabeza. "Sí. Incluso si me invitaras a dispararle a la luna te diría que sí con tal de calmar mis nervios".



  —¡Ay, Alin! ¡La verdad es que es una suerte que te hayas quedado! —decía sentada en el jardín—. ¡Apenas puedo creer que ya mañana...! —Se calló ruborizada—. ¡Oh! —clamó frustrada—. ¡Estoy segura de que todo será un gran desastre!

Dulce como un durazno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora