Capítulo 34. Sweet is the night. (Dulce es la noche.)

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  —¡De prisa, Babbette! ¡De prisa! —clamaba Sarah al borde de la histeria, en tanto, se miraba el cabello recogido en una cola alta de caballo y con leves ondulaciones para darle más volumen, de manera que esta se abría asomándose por detrás del rostro—. ¡No voy a estar lista! —La criada rió por lo bajo.

  —Milady, está bien que no hay que hacer esperar a un rey, pero, usted es su prometida, por ende, se puede permitir dejarlo un rato a la expectativa. Después de todo, es un hombre. —Sonrió uniendo los pequeños broches de la espalda del vestido color orquídea. Era uno de los favoritos de Sarah, la tela era suave, etérea y translúcida, por lo que las capas iban una sobre otra y, aun así, no resultaba pesado. Las mangas eran ajustadas, sólo en los hombros tenían forma farol comenzando justo en el límite con el brazo, al término de este, lo circundaba una cinta. La cintura imitaba el detalle, mas, terminaba en pico en la delantera. El torso se adhería al cuerpo; la espalda, en un escote redondo, quedaba descubierta hasta por debajo de los omóplatos. El frente, un encantador escote corazón y la falda era de ensueños, terminando en pequeños pliegues que parecían flotar al caminar; le cubría los pies y terminaba en una media cola. Sarah pensó que más que una princesa parecía un hada. Al menos bajo la visión humana, claro. Porque ella sabía cómo lucían las hadas y preferían los vestidos más sencillos y cortos.

  —¡No es por él! —ella aclaró de inmediato—. ¡Sólo que... no me gusta llegar tarde! ¡Yo...! —Se miró al espejo. ¿Por qué era?—. ¡Yo soy la Campeona de Labyrinth, llegué antes de que el reloj diera la última hora! —se jactó. Podía llegar a ser convincente; de algún modo.

  —¿Una cuestión de orgullo? —se sorprendió la criada.

  —Sí —esta vez, era sincera. Los pendientes y el anillo de amatista daban a su imagen aún más ángel. ¡Hoy, había sido un día estupendo! Pese a que ambos estaban un tanto incómodos, por momentos, pero, por otro lado, era como que las piezas empezaban a ensamblarse.


  Jareth en su habitación, se miró una vez más al espejo. Botas negras, guantes y chaleco haciendo juego, pantalón índigo... ¿Qué hacer? ¿La usaba o no? Estudió la chaqueta que combinaba con su prenda inferior. Aquí siempre era posible que la noche refrescara... ¿Y qué si ella deseaba caminar por el jardín? Con gusto la cubriría con su cuerpo, pero, dudaba que ella lo tomara bien; sonrió para sí con picardía. Se la pondría. La camisa color azure era lo que le otorgaba suavidad a su vestuario, dejando ver como de costumbre su pecho descubierto y su colgante reclamando la atención, siendo lo único resplandeciente en el atuendo. Una vez más, se sonrió a sí mismo dejando ver sus caninos. Él era apuesto, no veía el por qué no intentar acercarse un poco más a Sarah. Después de todo, el día había sido apacible y la había descubierto viéndolo varias veces. "Sí. Hora de hacer tu jugada. ¡Tampoco vas a estar todo el tiempo como un pelele pidiéndole permiso hasta para tomarla de la mano! ¡Dentro de diez días será tu esposa!"

  —Totalmente de acuerdo —auto consintió ya con la chaqueta puesta—. Tú eres el Rey, tú eres el Hombre, tú eres... —¡POP! Una figura apareció sentada en su cama.

  —El Tonto —carcajeó el intruso. Jareth suspiró molesto y giró hacia él.

  —Conrad. ¿Qué quieres? —Volvió su visión a su propia imagen. Sus miradas se cruzaron a través del espejo.

  —Sólo vine a avisarte que, dentro de quince minutos, estará la cena. —Le sonrió yendo hacia él y parándose a su lado comenzó a imitar su elegante porte. Jareth sonrió, no era la primera vez que su primo hacía eso.

  —¿Y por qué no usar la puerta? Y aún más importante, ¿por qué no golpear antes de entrar? —Conrad frunció la nariz sin quitar su vista del reflejo frente a sí.

Dulce como un durazno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora