Capítulo 25. Jareth y el Rey Goblin.

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  Los labios de Sarah eran tan suaves como los pétalos de una rosa, pensaba el Rey Goblin, besando su cuello. Para ser justo, toda su piel lo era, recapacitó. Podía sentir cómo se dejaba llevar por sus besos, cómo sus brazos se unieron detrás de su cuello para no dejarlo apartarse, como si eso fuera necesario. Y de nuevo, se adueñó de sus labios. "Sí, mi amor. Respóndeme, dale esperanzas a este tonto corazón que late tan rápido".

  "Esto es insano. ¡Lo odio! ¡¿Por qué me obliga?! ¡¿Por qué yo...?!" Suspiró cuando sintió la caricia que recorría su espalda hasta la cintura, ida y vuelta; cuidando no descender hasta el final del escote. La masculina boca conquistaba, otra vez, la garganta siguiendo senderos invisibles hacia la oreja, donde dientes y lengua jugaron con ella. "¿Por qué él tiene poder sobre mí... aún sin usarlo? ¡¿Por qué?!" Sarah dejó escapar su respiración con alivio cuando él se detuvo y alzó un tanto su torso para verla a los ojos. Si él no se hubiera detenido, no estaba segura de poder detenerlo, de querer detenerlo. Se ruborizó ante sus propios pensamientos. ¡¿Desde cuándo ella pensaba así de él?! "¡Es el Rey Goblin, Sarah; recuérdalo! ¡Es malvado y... y... todo lo demás que ya sabes!"

  —¿Todavía me odias, mi nena? —indagó con la mirada llena de ardor, pero, con advertencia de que pensara bien la respuesta.

  Sarah sabía que si le decía que sí, sería darle la oportunidad de que siguiera mortificándola con sus besos y caricias. De lo contrario, sería darle a entender que estaba ganando terreno. ¡Nunca podía hacer ninguna de las dos cosas! La primera, porque ella no podía evitar hacerse dócil en sus manos; la segunda, porque... ¡no, eso! ¿Pero, qué decirle entonces?

  —Yo... no sé. —Más que una respuesta pareció una pregunta—. Ciertamente que no me simpatizas —agregó sin poder evitar su genio. "Y como toda rosa tiene sus espinas", meditó él con sorna.

  —¡Oh! —exclamó con desinterés—. Entonces, debemos estar seguros. No es bueno estar... a medias tintas. —"Y nosotros estaremos así por todo un mes. Los dioses me amparen". Suspiró.

  —¡A mí no me interesa estar a medias tintas! —En cuanto ella vio la atrevida sonrisa se dio cuenta de su error—. ¡Quiero decir... que no quiero...! ¡Que no me preocupa seguir así!

  —Pero... tú no estás segura de si me odias o no —le hizo ver él con falsa confusión sentándose a su lado sobre las rodillas—. Eso no es muy productivo para ambos. ¿Qué si... a alguno de los dos, se le ocurre enamorarse del otro sin saber cuánto odio hay de por medio? Necesitamos estar seguros de eso.

  —¡Yo no me...! —No pudo terminar la frase porque él la hizo girar—. ¡Oye! ¡¿Qué estás...?! —Trató de volver a su anterior posición, pero, él puso más empeño y logró dejarla boca abajo. Sarah apenas pudo respirar al ver que él pasó una rodilla sobre sus piernas, quedando estas entre las suyas y, mientras, él permanecía entre arrodillado y sentado sobre ella.

  —Tan hermosa... —susurró viendo la espalda descubierta.

  —¡Jareth, déjame! —protestaba ella con su mejilla pegada al almohadón, pues, él tenía una de sus manos sobre su cuello para que no pudiera elevarse.

  —Relájate, Sarah. Estás muy nerviosa; si a los quince estás así, creo que voy a enviudar antes de cumplir los ochocientos. —Rió por lo bajo y corrió unos oscuros mechones de cabello hacia uno de los lados.

  —¡¿Qué vas a hacerme?! —chillaba ella.

  —Mh... déjame pensar... —Se llevó un dedo a los labios viendo hacia arriba—. Se me ocurren muchas cosas. ¿Y a ti? —Sarah reconocía el tono; todavía estaba burlándose de ella. Sus dos manos se apoyaron sobre los tensos músculos del cuello de la joven y comenzaron a masajearlos.

Dulce como un durazno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora