Capítulo 4. I'm Underground.

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  Sarah se agotó de buscar algún escondite por cada rincón del oubliette. Intentó por las paredes, por el suelo y hasta intentó llegar a la única entrada que sabía que existía por encima de su cabeza. Más todo fue en vano. No había nada y su única posibilidad estaba lejos de su alcance y no había nada con qué ayudarse. Se sentó tratando de pensar en algo. ¡Debía salir de allí! ¿Cuánto tiempo habría pasado?

  De repente, un ruido le llamó la atención y, pronto, advirtió algo que se movía en una de las paredes frente a ella. Por un momento, pensó que su corazón se detendría allí mismo; hasta que al fin, distinguió un poco más de luz proveniente de una puerta entornada y se destacó una figura que se le hizo conocida. El Rey Goblin.

  Sarah no pudo evitar ponerse de pie. ¿Qué querría? ¿Y de dónde apareció aquella entrada? ¡Ella había buscado algún escondrijo secreto, como tres veces por todo el lugar! Se quedaron viéndose sin decir una palabra. Ella con algo de nerviosidad y desconcierto; él con mal disimulado triunfo y una sonrisa irritante.

  —¡Vaya, vaya! ¿Acogedor, verdad? —le cuestionó viendo a su alrededor y haciendo un amplio gesto con su brazo como exponiendo el entorno. En su mano, sostenía la fusta con la que habitualmente solía repiquetear sus propias botas cuando se quedaba sentado en su trono y buscaba soluciones para sus problemas.

  —He estado en peores sitios —refutó porfiada para no revelar su inquietud.

  —¿Realmente? —Caminó hacia ella y comenzó a andar a su alrededor como si estuviere examinándola, la estela de su presencia parecía rodearla—. Pues... no me parece que supieras algo de "peores sitios". Más bien te me haces una niña mimada que no acepta compartir su... "pequeño principado" con su pequeño hermano. —Se detuvo frente a ella. Sarah lo miraba con resentimiento.

  —Esa es tu opinión —pareció escupir—. En verdad, no comprendo cómo alguien como tú puede estar a cargo de un reino —espetó conteniendo su furia. Jareth sólo se echó a reír.

  —¡Oh, mi nena! Si te molestaras en conocerme un poco más, sabrías que no hay nadie mejor que yo para gobernar... lo que sea. —Se aproximó más y se concentró en sus ojos. La rabia de Sarah se transformó en deseos de escapar de él. Y se hizo a un lado para avanzar hacia la puerta, mas, él le cortó el camino con una seguridad tal, que sus manos permanecían entrelazadas tras su espalda—. Aún no terminé de hablar, Sarah. —¡Por lo más querido de éste mundo, que alguien le prohibiera pronunciar su nombre de esa manera; cualquiera que fuera esta!

  —¡Pues, yo sí! —espetó confiada, con las mejillas sonrojadas por el enfado y la incómoda situación. Y pretendió seguir adelante, mas, la puerta se cerró con brusquedad ante sus narices y, cuando intentó abrirla, parecía estar firmemente trabada—. ¡Maldición! —masculló ante la hilarante mirada del rey que, descansaba totalmente relajado en un cómodo sillón que apareció de la nada.

  —¡Pobre Sarah! ¡Mira lo que has hecho! ¡Ahora no podremos salir! Esa puerta sólo se abre por fuera.

  —¡¿Qué?! —clamó ella girando para verle. ¡Ese sujeto era insoportable! ¡¿Y de dónde había sacado todo aquello?! Se cuestionó al ver el sillón, la pequeña mesa ratona; la bandeja con el juego de té y pastelillos.

  —¿Gustas? —cuestionó sonriente elevando su taza con una mano, en tanto, la otra sostenía metódicamente el correspondiente plato.

  —¡¿Cómo puedes ponerte a tomar el té sabiendo que nos hemos quedado encerrados?! —explotó ella.

  —Bueno. Es la hora del té. Y no me lo pierdo por nada del mundo. —Llevó la taza a sus labios.

  —¡¿La hora del té?! —se escandalizó ella; mientras, él saboreó el humeante líquido. ¡Con razón ese acento!

Dulce como un durazno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora