Capítulo 38. La justicia en buenas manos.

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  Jareth estaba excitado. Sarah había entrado a su alcoba y simplemente se había sentado a su lado para acariciarlo. Las manos recorrieron su pecho desnudo y descendieron hacia sus caderas. Y allí, sin duda alguna, ella se concentró en sus partes. ¡Se sentía tan real! Pero... algo no encajaba. Nunca en un verdadero sueño los sentidos trabajaban; tampoco creía que Sarah se atreviera a algo tan osado y él estaba sintiendo esas manos y... le resultaban demasiado avezadas para su Sarah, por más fogosa que esta pudiera resultar. Alarmado se obligó a despertar y al sentarse confirmó sus temores. Dio un brusco golpe a la mano que lo había estado manoseando.

  —¡¿Lilith, qué diablos haces aquí?! —exigió entre dientes. ¡¿Cómo se atrevió a meterse a su alcoba sin invitación alguna?! ¡Y estaba desnuda, por todos los cielos!—. ¡¿Qué significa esto?!

  —¿Tengo que explicártelo, cariño? —Gateó seductora hacia él que interpuso su mano para que no avanzara más. Su voz era lo suficientemente alta sin necesidad. Jareth sospechaba cuáles eran sus verdaderas intenciones.

  —¡Vete a tu alcoba, Lilith! ¡Ahora mismo! —ordenó y ella sólo rió abiertamente.

  —¡Por supuesto que no, Jareth! ¡Yo terminaré lo que empecé, no como esa pequeña arrastrada tu...! ¡Ah...! —clamó cuando él se incorporó y al echar la manta ella cayó al suelo.

  —¡Esto se acabó, Lilith! ¡Ya no voy a tolerarlo! —Aún descalzo, fue hacia la puerta que abrió de par en par—. ¡Guardias! —clamó y, pronto, estuvieron dos de sus goblins.

  —¿Sí, Su Majestad?

  —¡¿Alguno de ustedes sabe cómo rayos esta mujer ingresó aquí?! —Los dos goblins se asomaron a la habitación y observaron a la fey, arrodillada en el piso y, luego, a su rey con ojos enormes y expresión asustadiza.

  —No, Su Majestad —contestaron a dúo—. ¿Ella...?

  —¡Entonces, quiten a esta loca de mi dormitorio! ¡No es bienvenida!

  —¿La llevamos a su alcoba, Su Majestad? —cuestionó uno de ellos. Jareth conjuró un cristal que arrojó a la todavía atontada Lilith, la cual pareció debilitarse ante los grilletes de hierro. Los soldados fueron hacia ella.

  —Sí. Y cierren con llave. Con esas esposas puestas ya no podrá hacer maldades. Quédense haciendo guardia frente a la puerta. —Conjuró otro cristal y la cubrió con un sencillo camisón y bata.

  —¡Saquen sus sucias manos de mí, asquerosos bichos! —profirió con asco cuando los guardias la hicieron levantar del piso y la comenzaron a llevar hacia el exterior. Ella era mucho más alta que ellos, pero, los goblins, aún los más pequeños, tenían una fuerza sobresaliente.

  —¡Y luego, lávense bien las manos! —el Rey Goblin clamó con desdén ante el desprecio hacia sus súbditos. Los goblins rieron.

  Sarah se asomó al pasillo al oír todo ese escándalo. Todavía estaba algo dormida cuando advirtió a los goblins arrastrando a la tal Lilith fuera de la alcoba de Jareth. ¡¿Qué rayos haría esa mujer allí?! Se frotó los ojos tratando de asegurarse de que no era un sueño y cuando volvió a abrirlos, se encontró con su prometido frente a sí. No supo en qué momento la trajo hacia sí, forzándola a restar su cabeza sobre su pecho y lo oyó exhalar un suspiro.

  —¿Q-qué hacía ella en tu...?

  —Nada del otro mundo, mi amor. Sólo intentando alejarte de mí. —Cerró más su abrazo y apoyó su cabeza sobre la suya—. Mi Sarah, cuando estemos casados... no usemos cuartos separados. Nunca.

Dulce como un durazno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora