Capítulo 21. En la oscuridad.

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  Sarah se horrorizó cuando advirtió que algo se movía rumbo a ella, no podía distinguirlo con claridad, pero, había oído un ruido y se acercaba a ella. Instintivamente se puso de pie; fuera lo que fuera, no quería darle la ventaja de la altura... aunque igual la tuviera.

  —No te asustes, Sarah —la voz sonó amistosa, casi al borde de la risa y ella parpadeó descreída.

  —¿Co...? ¿Conrad?

  —El mismo. —Hizo una burlona y exagerada reverencia riendo por lo bajo—. ¿El búho te cazó después de todo, eh? —Ella se cruzó de brazos.

  —Si te envió a burlarte de mí, puedes regresar y decirle que se vaya al diablo.

  —¿Por qué esa agresión a este pobre amigo que viene a darte una mano?

  —¿Y por qué me darías una mano, dime?

  —Porque se me da la gana y nadie está de acuerdo con tu... nueva alcoba. —Sonrió agachándose para desarmar la bolsa que armó con la manta para poner el resto de las cosas—. Bien, tengo algunas cosas aquí, algunas te las envía mi hermana. ¡Debieras haberla visto como le gritó a Ja... a mi primo ni bien se enteró que te tenía aquí! —Giró para verla risueño y volver a desatar la manta.

  —¿Él les dijo dónde estaba?

  —No; él nos dijo que estabas en un oubliette, nunca especificó en cual. —Logró deshacer el nudo.

  —Oh. ¿Y... cómo hiciste...?

  —Apareciendo y desapareciendo en cada uno de los oubliette hasta hallarte. —Encendió la lámpara que le había dado su hermana—. Bien, escucha bien. No sabemos cuánto tiempo vas a permanecer aquí, así que presta atención. Esta lámpara se enciende y se apaga con sólo tocarla. Prende. Apaga. Prende. Apaga. Prende. Apaga. —Le mostró reiteradas veces—. ¿Divertido, no? —Sarah suspiró. En otro momento, se hubiera reído, pero, aquí y ahora, no estaba de humor. Conrad se aclaró la garganta—. En esta alforja tienes comida, esta bota tiene agua. Sinceramente no creo que te tenga mucho tiempo aquí, ni que no te proporcione provisiones, pero, por las dudas, te traje. Esto te lo envía mi hermana, junto con la manta. —Señaló sin tocar más nada.

  —¿Qué es eso? —indicó el tazón con paños.

  —¡Oh...! Eso... Te lo envió mi hermana... —se incomodó—. Ya le darás uso, supongo. —Sarah frunció el entrecejo y, luego, se sonrojó. Conrad se puso de pie—. Bueno, antes de que me olvide, por si quieres saber, no tienes ningún vecino hasta ahora.

  —¿Quieres decir... que el resto de los oubliettes están vacíos?

  —Exacto. Y consejos: de mi hermana, que no escuches sus tonterías y que le sigas la corriente como a los locos. De mi parte, oculta esto de su vista y escucha bien lo que te dice bajo todas esas tonterías. Él es tan terco como tú, la diferencia está en que, al ser rey, puede ser más insoportable.

  —¡Gracias, Conrad! —Su tono fue mordaz.

  —De nada. —Sonrió como si en verdad se lo mereciera. Sarah suspiró. ¡Feys!

  —Aunque sí, coincido en que es insoportable.

  —Bueno... —habló con la voz de un hombre que ha cumplido con su misión—. Eso es todo. Y por más enfadada que estés, no le tires en la cara nada de esto o se dará cuenta y, luego, lo tendremos que oír, y ya sabes cómo es eso. —Sarah no pudo evitar reír esta vez.

  —Sí, lo sé muy bien, pero, dudo que ustedes tengan que soportarlo del mismo modo que yo. —Conrad abrió los ojos indignado y con un brillo travieso.

Dulce como un durazno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora