Capítulo 37. Cartas y contiendas.

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  Su Majestad estaba sentado en el trono, con la cabeza inclinada sobre su mano, la cual cubría sus ojos. La sala estaba a oscuras y vacía, excepto por su único ocupante. En su mano, bailaba distraídamente un cristal. Twig se asomó lentamente y avanzó de igual manera, salvaguardando cierta distancia.

  —¿Su Majestad? —llamó con suavidad. Nada. Entonces, aclaró su garganta—. Su Majestad —su tono fue más firme y el par de ojos bicolor se posó con rudeza sobre ella.

  —¿Qué sucede, Twig? Ya he dado aviso de que no tomaré el té esta tarde.

  —Oh. No es eso, Su Majestad, yo... le traje un mensaje de parte de Lady Sarah. —Extendió su mano con el pergamino. Él, desde su sitio, estudió el rollo con cierta desconfianza.

  —¿Qué dice?

  —¿Cómo saberlo, Su Majestad? Ella lo escribió, yo sólo lo traigo.

  —Déjalo allí —clamó señalando un costado del trono. Twig lo miró desconcertada.

  —Pero... mi señor...

  —¡¿Qué?! —protestó enfadado—. ¡Ella no confía en mí, entonces, por qué tengo que atender algo suyo apenas lo traigan! ¡Ni siquiera vino a pedirme disculpas o a pedirme explicaciones y, ahora, se supone que debo ir corriendo a ella!

  —Su Majestad, ella está muy triste... Ella es muy joven y esa mujer ha sabido cómo dañar... a ambos. —Jareth se puso de pie.

  —¡Pero, fue Sarah quién me abandonó aquí, no al revés! ¡Es la segunda vez que me hace esto! —Arrojó la esfera contra la pared contraria a Twig. Afuera un nuevo trueno estalló furioso. La goblin se sobresaltó, mas, era conocido, por todos, cómo el monarca descargaba su ira lanzando aquellos cristales—. ¡Yo soy un rey! ¡El Rey Goblin! ¡¿Qué se ha creído?! —Twig se enderezó como ofendida.

  —Quizás, si usted leyera esto, podría saberlo —su voz era propiamente la de una madre enfadada con sus caprichosos niños—. Pero, si usted prefiere que se quede allí, en el suelo, llenándose de mugre y quién sabe qué más con esos pequeños goblins alrededor... —Se dirigió hacia el trono y dejó el rollo—. Con su permiso, mi señor. —Se retiró sin esperar respuesta ante el aún enojado, pero, extrañado monarca ante la actitud de la goblin. Aunque sí sabía que era una mujer de firme carácter cuando se lo proponía.

  Jareth la vio alejarse. Al fin, ya solo, dirigió su mirada al pergamino junto a su trono. Intentó calmarse y suspiró. Entonces, lo tomó y se sentó en el sitial donde lo desenrolló. "Bueno, por lo menos, me puso 'querido'" Se relajó un poco y lo mismo hizo el cielo.


"Querido Jareth:

                                No sé exactamente qué decirte... Sólo que, ahora, no puedo verte... ahora, no quiero verte".

  —¡¿Cómo que no quieres verme?! —se molestó y siguió leyendo.

  "Sé que tenemos que hablar; sé que, quizás, debí haber escuchado lo que ibas a decirme. Quizás, pienses que soy infantil y, quizás, tengas razón."

  —¡Sí, deberías haberme escuchado y sí, a veces, eres muy infantil y sólo por ser cabezadura!

  "Yo no sé cómo comportarme, yo no sé cómo lucir tan... bueno... sexy como ella".

  —¡¿Cómo ella?! ¡¿Quién demonios quiere que seas como ella?! ¡Por todos los dioses, me vuelves loco y aún piensas que alguien más podría superar eso!

Dulce como un durazno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora