Capítulo 29. Un buen despertar.

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  Los primeros rayos de sol ingresaron por la ventana. Jareth abrió lentamente sus ojos. Había descansado bien. La magia de inducir el sueño nunca fallaba. Sonrió para sí admirando a la muchacha dormida entre sus brazos.

  Una de las manos de Sarah, se encontraba bajo la cintura del monarca, el otro brazo, doblado sobre su propio pecho, la mano casi cerrada cerca de su rostro en un gesto casi infantil que provocó que los labios del fey se curvaran con gentileza. Sus piernas, levemente curvadas con una de sus rodillas entre las suyas. Los labios apenas entreabiertos, como dejando escapar un suspiro.

  —Mi amor... —susurró— con tan sólo esto cada día de mi existencia, sería tan feliz... Realmente, pido tan poco... —exhaló pensativo. ¿Qué si ella prefería dormir como, hasta este día, en cuartos separados? Él nunca entendió esa tontería de que dos esposos debían tener habitaciones propias. Sonrió para sí. Pues, simplemente se lo prohibiría. Sí. La absorbió más contra su cuerpo satisfecho con la idea. Ella sonrió acurrucándose. Él apoyó sus labios en su mejilla con devoción—. Yo... nunca me curaré de ti, cosa preciosa. Nunca —murmuró.


  Sarah corría en un hermoso y conocido parque de su infancia. En sus manos, un libro rojo; en su cuerpo, un simple vestido medieval. Había alcanzado la glorieta, donde se daría a cabo el baile. Y su cuerpo, comenzó a danzar tomando las manos de su compañero imaginario. En lo alto, un búho estudiaba sus movimientos con curiosidad. Ella le sonrió. De repente, advirtió que a su alrededor, estaban todos sus compañeros de escuela, sus vecinos, familiares y todos sus conocidos burlándose con crueldad o avergonzándose de ella. Ella no podía evitar que su corazón se hiciera añicos, no podía evitar que su mirada se empañara, así como no podía detener su cuerpo moviéndose en un vals que aparentemente sólo ella escuchaba. Entonces, el ave que había estado en lo alto observando la escena, ignorado por el resto, descendió frente a la muchacha, hasta que al fin, su cuerpo comenzó a crecer convirtiéndose en un hombre, en un fey. Se hizo un silencio absoluto. Esta vez, el Rey Goblin vestía de negro, sin su capa, sin coraza. Sólo la camisa entreabierta mostrando el resplandor de su pendiente.

  —Jareth... —consiguió murmurar la apenada joven que, por única vez, logró detener su baile. El fey se acercó a ella ante los sorprendidos ojos y, tras una leve inclinación de cabeza, extendió sus manos en una invitación. Sarah apoyó una de las suyas sobre la enguantada del monarca, la otra, sobre su hombro. Él rodeó su cintura con su brazo libre y la música comenzó a sonar y él la guió por la glorieta con majestuosidad. Ambos, fey y mortal, eran como una fantasía, ninguno podía sacar su mirada del otro, ignorando a los chismosos que, ora, parecían mudos e inmóviles y lentamente se desvanecieron. Jamás en su vida Sarah se había sentido tan protegida, tan... comprendida como en ese momento. Y se arrellanó en su pecho, aspirando la exquisita fragancia, dulce y maderada—. Jareth... —volvió a susurrar su nombre.

  —Sarah... —escuchó junto a su oído. Sarah se preguntó qué tan real podía ser un sueño. ¿Sentía uno olores y oía voces tan nítidamente? Ella creía que no. Pero, si estaba en lo cierto, entonces... De pronto, abrió sus ojos y se halló aferrada a un pálido torso. Con turbación, miró hacia arriba con lentitud. Sobre el masculino hombro un mechón de rubios cabellos, más allá, una mirada bicolor acariciándola y, otra vez, la arrulladora voz de aquellos labios que le sonrieron con paz—. Buenos días, mi Sarah. —Ella sólo se lo quedó viendo, él sólo volvió a sonreírle—. ¿Dormiste bien?

  —Yo... —escondió su mirada y se ruborizó—. S-sí.

  —Yo también. —Corrió un mechón de sus cabellos—. ¿Estabas soñando? —cuestionó, entre tanto, con calma.

Dulce como un durazno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora