Capítulo 9. En la alcoba.

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  Jareth condujo a Sarah por un corredor. Desde que él le había anunciado que debían retirarse a descansar, ninguno de los dos cruzó una palabra con el otro. Durante el camino, Sarah pareció recobrar cierta sensatez y se puso a analizar en dónde ella pasaría la noche; ¿qué si la metía en un calabozo? ¿Qué si la estaba conduciendo hacia su Habitación Real? Se sonrojó y sacudió la cabeza intentando borrar ese pensamiento. Él pareció darse cuenta de su inquietud y sonrió para sus adentros, mas, no dejó que ella lo notara. Sarah lo espió de reojo con preocupación. Por un momento, creyó ver una leve mueca en la comisura de sus labios, mas, luego pensó que sólo fue una ilusión a causa de la luz que provenía de la luna.

  Finalmente, se detuvieron ante una puerta que él abrió para seguidamente hacer una mímica casi burlona para que ella ingresara. Ella lo miró dudosa, pudo ver cierta burla en su mirada. ¡Cómo lo odiaba! Le dio vuelta el rostro e ingresó a la alcoba. Jamás había visto un dormitorio tan amplio y tan hermoso. Era como de ensueños. Sorprendida, se adentró unos pasos más. Giró al sentir la puerta cerrarse tras ella y observó horrorizada a quien la había cerrado.

  —Bueno... —él habló caminando hacia ella con las manos tras su espalda. Sarah no pudo evitarlo, mas, comenzó a retroceder lentamente—. Aquí estamos —dijo con una sonrisita, ahora, elevando sus brazos como queriendo alcanzar la extensión del cuarto.

  —¿Qué significa eso? —pudo gesticular ella, aunque su voz no pudo ocultar su nerviosismo.

  —¿Temor? —cuestionó burlón ya frente a ella.

  —¡Por supuesto que no! —trató de mostrarse segura. Él se inclinó más para verla a los ojos muy de cerca y pareció estudiarla en detalle.

  —¡Qué placer! —exclamó con toda intensión tras unos segundos que, a ella le parecieron siglos. Su respiración estaba notablemente alterada—. Respira con calma, cosita; o... llegaré a pensar lo contrario o que... en verdad, mi proximidad te emociona, pese a tu... odio —siseó perversamente.

  —¡Respiro como se me da la gana y estoy muy cansada!

  —¿A tu edad unas pocas escaleras te agitan de esta manera? —Llevó su mano para frotarse la barbilla—. No me pareció cuando llegamos; parecías muy... animosa.—Sarah estaba por explotar.

  —¡Animosa de irme a la cama! ¡Nada más!

  —Oh, bueno. Hubieras empezado por allí. Sabes que no tienes más que pedir. —Con holgura comenzó a desabotonarse la chaqueta que seguidamente arrojó sobre una silla. Sarah agrandó sus ojos horrorizada. ¿Estaba haciendo lo que creía que estaba haciendo? ¿Ellos...? Tragó saliva al ver que tras aflojar el pañuelo de su cuello y continuaba con la botonadura de su camisa.

  —¡¿Qué estás haciendo?! —espetó ella azorada. Él permaneció inmóvil con las manos sobre su broche a la altura de su pecho; viéndola con la mejor cara de inocencia que podía hacer.

  —Poniéndome cómodo. ¿Por qué voy a tener que estar con todo esto cuando ya tengo merecido mi descanso? —Retomó su trabajo.

  —¡Sí, bueno, pero...! ¡No aquí! —Él elevó sus cejas—. ¡Quiero decir... no delante mío!

  —¿Por qué no? —Su camisa quedó entreabierta hasta donde la faja rodeaba su delgada cintura. Sarah miró hacia otro lado cuando, inconscientemente, sus ojos se posaron en el pálido pecho del fey.

  —Porque... no está bien —casi susurró y, luego, se envalentonó—. ¿Qué no les enseñan ese tipo de cosas en su bonito protocolo?

  —¡Oh, sí! Nos enseñan a no desnudarnos delante de todos, pero... aquí, sólo estamos tú y yo, chiquitita —remarcó con maldad, aproximándose—. Entonces, no hay de qué avergonzarse ni de qué preocuparse. —Sarah huyó hacia el otro lado de la magnífica cama con doseles. Él tuvo que hacer un gran esfuerzo por no reír—. ¡¿Pero, mi amor?! ¿Por qué eres tan esquiva con tu soberano? —Abrió los brazos y la estudió con gracia—. Estás temblando. ¿Tienes frío?

Dulce como un durazno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora