Capítulo 24. It's doesn't look that far. (Eso no parece tan lejos).

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  Sarah podía distinguir el castillo a lo lejos. Él todavía la tenía en sus brazos y avanzaba hacia un lago con una pequeña caída de agua. Sobre la superficie, se podían ver diminutas luces que Sarah creyó que eran luciérnagas. Al aproximarse, notó cuán errada estaba, eran diminutas fairies. En su vida había visto nada tan... mágico, tan quimérico. Ya a pasos de la orilla, él la dejó pisar la hierba y tomó su mano, mientras, desprendiendo los botones de su chaqueta, se sentaba junto a una roca para usarla de respaldo. Una pierna se mantenía doblada.

  Su mirada se elevó hacia su persona. Ella parecía cautivada con la vista. Él suspiró mirando hacia el lago. ¿Cuántas veces había soñado pasar noches enteras aquí con ella; escapando de las obligaciones del reino?

  —Sarah, siéntate conmigo. —Ella lo miró confundida, si era una orden no lo parecía. Tampoco su cuerpo le desobedecía, pero, ella tenía el control. Sarah se ubicó a su lado, su columna derecha, como la de una reina o la de una muchacha con temor a ser imprudente junto a un hombre—. Ponte cómoda. —La acercó más hasta que su espalda quedó reclinada sobre su torso. La joven sintió un escalofrío al sentir el roce del cuero del chaleco, la suavidad de la seda de su camisa, el frío metal del emblema colgando en su cuello y de su piel contra la propia expuesta. Un brazo aferró su cintura y hubo un armonioso silencio, en tanto, disfrutaban del cielo y de la visión frente a ellos. Sarah se relajó y su cabeza descansó más sobre el masculino hombro. ¿Se podría detener el tiempo? Una brisa fría los acarició con gentileza; Sarah no pudo evitar cubrirse con sus propios brazos—. ¿Tienes frío? —cuestionó en un murmullo la voz detrás suyo. La noche apenas estaba algo fresca.

  —No, sólo... —fue todo lo que pudo decir, en tanto, sentía que él la obligó a enderezarse y comenzó a moverse. Pronto, tuvo la chaqueta sostenida por las manos cubiertas de cuero frente a ella, cubriéndola y trayéndola nuevamente hacia su cuerpo, quedando ahora atrapada por ambos brazos que parecían querer brindarle tanto calor como la chaqueta—. Gracias —pronunció con timidez, elevando su cabeza para encontrarse con su sosegada mirada. Su respuesta fue sólo una melancólica sonrisa y sus ojos, pronto se dirigieron hacia las fairies del lago. Sarah descendió su rostro; ¿por qué se sentía terriblemente mal? Culpable. Una y otra vez se sentía culpable. "Tan sólo quisiera saber de qué, por qué". Dejó escapar un suspiro.

  —Sarah...

  —¿Sí? —su voz fue débil.

  —¿Me temes? —Silencio. Ella cerró los ojos por un segundo. ¿Le temía a él o aquella sensación incógnita que él despertaba en su ser? No podía asegurarlo, pero, de todos modos, ambas cuestiones estaban relacionadas con él.

  —Sí. —Dejó escapar en un suspiro. "'Sólo témeme...' Al menos, es algo", consideró él. Mas, no se atrevió a preguntar las otras cláusulas de su antiguo ofrecimiento.

  —¿Y... ahora mismo? —cuestionó en cambio.

  —Yo... no sé. Ahora mismo... estoy...bien, creo. —Él sonrió junto a su oreja.

  —¿Bien? ¿Cómo es eso?

  —No sé. En paz, tranquila. Quizás... me ayudó llorar. O quizás me agotó hacerlo.

  —Quizás —repitió y hubo otro cese—. ¿Suficientemente tranquila como para... —Sarah tragó ante ese breve alto— hablar sobre nuestra boda? —La muchacha entre sus brazos, al menos, volvió aflojarse junto a un suspiro. "Al menos, no se puso histérica".

  —Puedes intentar —respondió dudosa, no prometiendo nada con respecto a cómo reaccionaría con lo que tuviera que decirle.

  —De acuerdo —convino—. Tú sabes... que te di mi palabra de esperar todo el tiempo que necesites para hacerte a la idea, ¿verdad?

Dulce como un durazno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora