Capítulo 32. Guerra fría.

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  Jareth no podía sacar la mirada de ella, especialmente, teniéndola frente a sí. La muchacha se mostraba impertinente, su espalda bien pegada al respaldo, su cabeza en alto, como si pudiera ver al mundo entero con desdén desde esa altura; por segundos, su mirada pasaba sobre él como si frente a sí, en vez de un rey, hubiera un mísero vasallo. ¡Que lo llevara el diablo!, rió para sí. ¡En momentos como este, le gustaría no ser tan "caballero"! Sí; el "Rey Goblin" disfrutaría apoderándose impiadosamente de semejante "conejita". ¡Qué lástima!

  Sarah mantenía su impertérrito escudo ante la vista del "Rey Goblin", recordándose, una y otra vez, que su madre era una actriz y, que por lo tanto, algo de ello había en sus venas. Aunque, por dentro, deseaba no estar allí a solas con él. No podía evitar advertir aquella licenciosa mirada sobre su persona o sobre cierta parte de su persona, haciéndola arrepentir de haber escogido ese vestido. Por otro lado, él ostentaba esa odiosa mueca en sus labios, que lo hacía verse como un demonio... atractivo. Claro que se había imaginado que su papel de "correcto" se acabaría en cuanto Lady Brigitte se marchara dejando lugar a su lado villano, el "Rey Goblin". Pues, en verdad, era con este con quien tendría que lidiar. Y él con la "futura reina imparcial". Sonrió para sus adentros. Sí. Cuando él fuera el "Rey Goblin", ella sería la "Futura Reina Imparcial".


  Con suerte, arribarían en casa de Sir Erwin con tiempo para la hora del té. Aun deteniéndose durante el mediodía para alimentarse y restaurar a los caballos y a la escolta. Antes del mediodía, el sol demasiado ardiente, inevitablemente daba sobre una de las caras del carruaje, hiriendo los ojos de los ocupantes. Jareth se inclinó hacia adelante para correr la cortina. Sarah medio adormilada se sobresaltó. Él, sin haber llegado todavía a alcanzar la tela, la observó sorprendido y, luego, sonrió con descaro.

  —No se preocupe, "Milady". Sólo pretendo evitar que el sol siga encegueciéndonos.

  —Veo. Gracias, entonces, "Su Majestad" —Ella se recompuso. Él extendió su brazo y alcanzó la tela que dejó el interior a media luz.

  —De nada, "Lady" Sarah —su voz fue sedosa, aún permanecía cerca de ella provocándola. Su desfachatada mirada se posó sobre su escote—. Lamentaría que... algo pudiera dañar semejante... adorno. —Acarició con el nudillo de su dedo índice la fina pieza en forma búho hecho en plata y diamantes que reposaba a poca distancia del nacimiento de sus senos. En ningún momento, el guante rozó la fresca piel. El corazón de Sarah no estaba preparado para algo como eso; el mismo latía con violencia y sus ojos parpadearon. Su respiración se agitó levemente. Aun así, encontró las fuerzas para hablar; quizás, otorgada por el propio nerviosismo.

  —Su Majestad, le recuerdo mantenga su lugar y no se comporte como un... vulgar inculto. Y le agradecería que tenga presente que... seré su esposa, no su cortesana.

  —¡Vaya, vaya, "conejita"! No sabía que conocías todas esas palabras. —Ella lo fulminó—. Bueno, no es mi falta; acostumbrado a oír de tus labios cosas como "no es justo", "es muy fácil", "esa es tu opinión" y mi favorita: "es tu culpa". Aunque... a esa última la modificas a tu antojo, según la ocasión. —Los ojos de Sarah se encendieron indignados.

  —Hay mucho que usted, "Milord" no sabe de mí —lo desafió.

  —¡Oh! —Sonrió—. Pero... lo sabré... —la miró directo a los ojos— pronto. —Se enderezó en su asiento satisfecho. "Punto para el Rey Goblin, chiquitita". Sarah estaba furiosa, ofendida y frustrada. ¡Maldito Rey Goblin!—. Y... con respecto a la diferencia entre esposa y cortesana... en vista de que a la buena Lady Brigitte pareció pasársele por alto tan importante asunto, me molestaré en explicárselo. La primera tiene autoridad después del REY, o sea, YO; lo que significa, Milady, que nadie está por encima mío; y la otra, no tiene autoridad salvo para con los criados, especialmente los propios, y... su mando depende de su título. La primera da un hijo legítimo y la otra no. La esposa no puede tener amantes, la otra sí, al menos que YO, el REY diga lo contrario. Y por supuesto; el REY puede gozar de TODAS las amantes que se le antojen y, la prudente y respetuosa Reina lo debe recibir con los brazos abiertos cuando este decide hacerle una visita a su alcoba. ¿Lindo, no? —Le sonrió—. Lo único que tienen ambas en común es que son propiedad del REY para su uso y desuso. —Sarah tuvo que luchar por contener las lágrimas. ¿Ese sería su destino dentro de once días? Respiró con fuerza y desvió su mirada hacia la ventanilla contraria, aún abierta. Él la espió por el rabillo del ojo; no, no estaba satisfecho. De hecho, ni siquiera le causó placer. Mas, no iba a volverse, ni iba a darle más armas; ya por sí sola, Sarah Williams era una chiquilla peligrosa. Al menos, para él. Con su báculo deslizó levemente el telón para concentrarse en el exterior. Cualquier cosa con tal de forzarse a ignorarla. Y ella estaba agradecida con que él decidiera hacerlo, porque... si hubiera agregado una palabra más, si hubiera insinuado otra cosa más... no hubiera podido seguir con su fachada.

Dulce como un durazno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora