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Ya en Austin puedo notar el intenso calor incluso antes de salir del aeropuerto. Después esperamos, bajo un sol de justicia, al autobús que nos llevará al lugar donde viven Lily y sus hijos.

Cuando el autobús que esperamos hace acto de presencia descubro con hastío que está lleno hasta la bandera. John consigue, no sin dificultad, llegar hasta un asiento vacío. En estas ocasiones el equipaje no ayuda demasiado. Tras depositar dos de las bolsas en el estante que hay sobre nuestras cabezas John se acomoda en el asiento y yo me siento sobre sus rodillas. Después rodea mi cintura con sus brazos a la vez que apoya su barbilla sobre uno de mis hombros. ¡Me aporta tanta seguridad!

Transcurridos unos veinte minutos de trayecto y, alejado del núcleo urbano, el autobús se detiene frente a una interminable extensión de caravanas. El vecindario de caravanas está dividido en calles, todas ellas distribuidas de forma similar. Tal cosa hace muy difícil orientarse si no conoces el lugar.

La arena que cubre el suelo se eleva con el viento y el polvo que flota en el ambiente hace el aire casi irrespirable. John camina delante de mí con una bolsa de deporte en cada mano. Yo llevo la otra. Sudo tanto que tengo el vestido pegado al cuerpo y la sensación me resulta muy desagradable. Por si fuera poco varias pequeñas piedras se han colado entre las tiras de mis sandalias y me las clavo a cada paso que doy.

John se gira a cada instante para asegurarse de que le sigo el paso y yo, en lugar de quejarme, le regalo la mejor de mis sonrisas. Quiero demostrarle que soy fuerte y capaz de todo aunque en realidad me sienta cansada, incluso algo mareada.

Gracias a dios John se detiene frente a una de las caravanas cercanas. La caravana está algo destartalada y su cubierta metálica a perdido todo su brillo. Al lado de la única ventana delantera hay una mesa y unas sillas de plástico descoloridas. El sol de justicia que las baña día tras día ha hecho mella en ellas. Hay una bicicleta vieja apoyada en la valla oxidada que delimita la pequeña parcela donde está ubicada la caravana y una camioneta antigua junto a la puerta.

Alguien advierte nuestra presencia desde el interior y, en el acto, la puerta de la precaria vivienda se abre chirriando. Instantes después un niño de ojos y pelo negro sale corriendo hacía John.

-¡Tío John, tío John!- grita el pequeño.

-¡James! ¿Qué pasa, tío?- le saluda John soltando las bolsas en el suelo para acogerle entre sus brazos.

A James le brillan los ojos al mirar a John. Le admira y lo demuestra con creces. Se cuelga de su cuello con tanta fuerza que parece que vaya a ahogarle. John le devuelve el abrazo. Se nota que tienen una conexión muy especial. Se adoran.

Momentos después, una chica con el pelo rubio recogido en un moño despeinado, sale de la caravana.  Su rostro denota cansancio acumulado. Lleva un delantal sobre la ropa y se limpia las manos en él. Observa la tierna escena entre John y James con una media sonrisa y, tras centrar su mirada en mí, cambia su gesto radicalmente.

-¿Quién es esta?- Le pregunta la chica a John.

-Lily, ella es Mia, mi mujer- responde John.

-¿Te has casado?- le cuestiona Lily sorprendida.

-¡Sí!- afirma John contemplándome embelesado.

-¿Es que no piensas las cosas antes de hacerlas?- le recrimina Lily- ¡Sólo nos faltaba una boca más que alimentar!

Las palabras de Lily me ofenden pero, por respeto a John, agacho la cabeza. ¡Aunque me gustaría de veras soltarle una fresca!

-¡Ni una palabra más!- le reprende amenazándole John. Y Lily se da media vuelta para meterse de nuevo en la caravana.

John acerca el equipaje a la puerta de la vivienda y, cogidos de la mano, nos adentramos en el interior.

Al fondo del improvisado hogar, e incorporado sobre una montaña de cojines, descansa un niño rubio de ojos azules que tiene un parecido innegable con John. Podría decirse que es su viva imagen.  Está conectado a una especie de respirador que le oxigena a través de una mascarilla. Al ver a John se la retira de la cara para saludarle pero, por su estado de salud, es incapaz de levantarse para abrazarle. Tiene la tez pálida y parece totalmente agotado.

-¡Tío John!- dice el niño con un hilo de voz.

-¡Matthew! ¿Cómo estás, campeón?- le pregunta John.

John se acomoda en el borde del sofá donde reposa Matthew y me hace un gesto para que me acerque.

-Matthew, voy a presentarte a alguien muy especial. Ella es Mia, mi mujer.

-¡Es muy guapa, tío John! ¡Parece una princesa! ¿La rescataste de los malos en tu última misión?- sugiere con imaginación el pequeño.

-No tuve que rescatarla pero sí que es una princesa. Es mí princesa- asegura John.

-Hola Matthew- le saludo sin dejar de contemplar su cansado gesto y, sin poder evitarlo, las lágrimas brotan de mis ojos sin control.

Al observar la escena, el niño coge mi mano cariñosamente para tratar de consolarme. Su preocupación sólo consigue avivar mi llanto. ¿Cómo alguien que está tan enfermito puede preocuparse así por los demás?

-¿Estás bien, Mia?- me pregunta angustiado.

-Estoy bien, Matthew. Discúlpame, sólo estoy algo cansada- aseguro acariciando su mano. Al hacerlo me percato de que está bastante fría y de qué su piel tiene un tono azulado nada natural. Miro a John con preocupación y él se levanta para dirigirse hacia la minúscula cocina donde Lily sigue a los fogones.

-¿Cómo está Matthew?- le pregunta John.

-Mal, y cada día peor. Sus problemas de corazón le han provocado un edema pulmonar y ya apenas consigue levantarse sin sentir que se asfixia. Necesita constantemente el respirador- le informa Lily.

-¡Mierda!- blasfema John mientras golpea el tablero de madera de la cocina con los puños.

-No sé cuanto más va a poder aguantar, ¡necesita esa operación!¡ No puedo dejar morir a mí hijo!- se lamenta Lily.

-¡Hago lo que puedo, Lily! El dinero no cae del cielo! Ahora tendremos un par de manos más. Mia trabajará y así nos costará menos reunir el dinero- le explica John.

Lily me observa con desprecio desde la lejanía y, después de apagar el fuego con el que calentaba la comida, se acerca hasta donde me encuentro.

-Chica... ¿has trabajado alguna vez de camarera?- me cuestiona.

-¡Se llama Mia!- protesta John levantando la voz.

-¿Has trabajado alguna vez, Mia?- me pregunta Lily con sorna.

-¡Mia trabajaba en una oficina! ¡Creo que está más que cualificada para servir mesas!- me defiende John. Su hermana le mira sorprendida por su reacción.

-Está bien, está bien. Hablaré con Frank, se que necesita otra camarera- afirma Lily.

Y así, sin intervenir, me mantengo al margen de la discusión entre los hermanos. John se acerca a sus sobrinos para despedirse de ellos. Yo no me aparto de él.

-Chicos, ya nos vamos, pero pronto volveremos a vernos- asegura John.

-Tío John, ¿vais a la base de Fort Hood?- le pregunta James.

-No, nos instalaremos en la ciudad. Trataré de recuperar mi antiguo apartamento- le explica John.

-¿El domingo puedes llevarnos a Zilker Park, tío John?- le suplica su sobrino.

-Puede... haré todo lo posible...- Y con esas palabras consigue que los niños se queden satisfechos y sonrientes.

Antes de despedirse de Lily, John le pide prestada su vieja camioneta con la promesa de qué se la devolverá al día siguiente antes de que la necesite para acudir al trabajo. Ya con las llaves en la mano carga nuestro equipaje en la parte de atrás mientras yo me acomodo en el asiento del copiloto.

EL GUARDAESPALDASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora