Capítulo 30. Conviviendo con Lady Brigitte.

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  —Entonces... mandaré a clausurar la entrada. ¿Es eso de su conformidad? —"Como si insignificante cosa fuera a detenerme. Si quiere la envío a la otra ala del castillo, para mí es lo mismo si quiero estar en SU cuarto",

  —Bastante. —Sorbió un poco de vino y, tras dejar la copa sobre la mesa, tomó la servilleta y secó refinadamente sus labios—. Otra cosa con la que no estoy de acuerdo, es con los colores que usa Milady. Ella es una joven soltera todavía; no debería usar colores fuertes como rojo, azul, púrpura como algunos otros, ni siquiera por la noche.

  —Ellos le quedan bien y a mí me gustan.

  —Su Majestad, dispénseme, mas, puede guardar dicho gusto para después de casados. El protocolo exige ser respetado en todos sus aspectos y, uno de ellos, es la vestimenta.

  —De acuerdo. —Exhaló un suspiro—. Nada de colores fuertes hasta que sea mía —enunció con resignación tomando su copa. Brigitte abrió sus ojos anonadada. Sarah no sabía a dónde meterse. ¿Qué forma de hablar era esa para un rey? Bueno, al menos, no delante de visitas; mas, por otro lado... los reyes podían ser petulantes y nadie podía contrariarles—. ¿Algo más?

  —No, por ahora. —La expresión de su rostro decía lo contrario, pero, que sólo no sabía cómo decirle que el castillo era un desastre con los goblins y gallinas corriendo por todos lados, en especial, la sala del trono parecía un chiquero, entre un montón de cosas más que le parecían desagradables—. Espero que comprenda que es de vital importancia, que tanto Lady Sarah como usted, Su Majestad, acepten mis correcciones y las apliquen. —"¡Esta bruja será un dolor de cabeza!" El soberano inclinó levemente su cabeza con una hábil sonrisa que no escapó a los ojos de la silenciosa y tentada Sarah. Al poco rato, los criados sirvieron el postre, Jareth sacó otros temas más amenos para disipar el ambiente.

  —Bien, mis damas; mañana tengo mucho por hacer, así que me retiro —comentó el rey—. ¿Me permiten escoltarlas hasta sus alcobas? —Extendió su brazo hacia Sarah, luego, hacia la invitada.

  —Por supuesto —aceptó con educación la mujer mayor.

  El Rey Goblin, ascendió las escaleras con una mujer en cada brazo. "¿Qué tal si la arrojo por las escaleras?" Sarah abrió los ojos asombrada. ¿Qué había sido eso? Aquella voz... pero, él estaba con los labios cerrados. Entonces, una mirada cómplice de reojo. A la joven se le escapó una risita pese a su esfuerzo de no dejarla salir. Brigitte la observó con cierto desdén por dicha acción. Jareth se hizo el sorprendido viéndola con fingida inocencia. Sarah no podía creer que fuera tan... desconsiderado. ¡Él tenía la culpa de hacerla reír!

  —¿Algún recuerdo agradable, mi querida? —él cuestionó con aparente indiferencia.

  —Sí, Jareth. Una... comedia que vi en... el Aboveground vino a mi memoria. Lo siento.

  —Lady Sarah, empecemos a corregirnos desde ahora. Usted no puede llamar a Su Majestad por su nombre, aún casada con él. Deberá dirigirse con propiedad, "Su Majestad"; "Su Alteza"; "Su Gracia! o "Sir" estará bien.

  —¿Qué? —indagó ella azorada. ¿Él iba a meterse todas las noches que se le antojara en su cama, ella le daría hijos y no podía llamar a su esposo por su nombre?

  —¡Ah, pero, eso lo decidiré yo... una vez casados! —le recordó él mirándola confidente. "Sólo hasta que se vaya y siempre que ella esté presente; a solas, yo soy Jareth". Volvió a invadir su mente.

  —Está bien. Lo entiendo. Lo siento, Su Majestad. —Se mostró altiva y él sonrió para sus adentros, seguro de que ni siquiera la estirada Lady Brigitte podría verse así.

Dulce como un durazno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora