✖ Máquina psicótica ✖

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Apenas fue que pronuncié la última sílaba cuando entraron por la puerta cinco personas uniformadas de negro; empujaban una gigantesca mesa metálica con ruedas, tapada con una sábana, ocultando algo debajo.

—¿Qué es eso? —preguntó Matt, presionando sus labios con sus dedos—. Parece algo peligroso.

—No, Matthew —contestó Natalie con seriedad—. Ya sé lo que es. Muchos Detectives estaban hablando de que pronto llegaría...

Los chicos retiraron la sábana de la mesa, por fin revelando el misterio: el trasto soportaba una máquina compleja, parecida a un sismógrafo. Sin embargo, no lo era.
No creía que una organización de Detectives necesite un aparato para medir terremotos en la escala de Ritcher. Pero, si no era eso, ¿entonces qué?

Keith saludó formalmente a cada uno de los recién llegados estrechando su mano.
Para ser exacto, eran tres chicos y dos chicas de aproximadamente dieciséis años.
El chico que parecía ser el líder del grupo llevaba una brillante placa. Un Agente.
Pasaba la mano por su desprolijo cabello, totalmente teñido de azul eléctrico. Sonrió cómplice a sus compañeros. Yo ya lo conocía: el Agente se llamaba Fletcher Coyle, un novato en la jerga electrónica.
Mencionó que clasificaba en el puesto A-5, que hace siete años se había incorporado en la Agencia, y además actualmente se dedicaba a desarrollar nuevas tecnologías para identificar criminales o al menos facilitarle el trabajo a nosotros, los Detectives.
Supuse que la pesada maquinaria que tenía en la mesa era un nuevo invento suyo, que esperaría la aprobación de Keith para poder ser utilizado legalmente.

—¡Hola a todos! —saludó con la mano el Agente, esbozando una sonrisa plástica de brillantes dientes—. Esta será la única oportunidad que tendrán para ver este maravilloso invento. Han sido seleccionados para experimentar...

—¿Tu invento puede explotar? —lo interrumpió Keith, temblando como una hoja al viento.

—Nada de eso. No habrá explosiones por hoy.

—Más te vale —amenazó Miller, escupiendo las palabras—. Ahora explícanos de qué va este cacharro. Y nada de paranoias, Keith —lo señaló con el dedo índice.

Keith, aludido, se encogió de hombros. Sus ojos ámbar analizaron todos los rincones del salón con nerviosismo, como si personas invisibles lo estuvieran juzgando.

—Te explicaré ahora de qué va todo esto, Miller —contestó Fletcher en calma absoluta—: Este aparato puede captar las frecuencias que envía el cerebro. Luego, transforma esas frecuencias en ondas, después las convierte en unidades matemáticas para poder finalmente plasmar en el papel una línea.

—O sea... —aventuré—: Esa máquina detecta si una persona puede derivar algún problema mental...

—Así es, Cardinal —concordó, asintiendo—. La utilizaremos para identificar criminales, o al menos posibles psicópatas. Tan fácil como eso.

Keith tragó saliva. No le agradaba la idea del todo.

—¿Ne-necesitas probarla con alguien? —inquirió con temor.

—Para eso he venido, Detective Loid.

—Ya. Probémoslo con alguien. ¡Yo me encuentro indispuesto!

Levanté la mano para voluntariarme.

—Podrían probar conmigo las frecuencias, a ver qué tal.

Keith y Fletcher cruzaron la mirada. El chico de cabello azul se encogió de hombros.

—Claro, ¿por qué no?

Me levanté de mi asiento decididamente. Le guiñé un ojo a Crista, como para alentarla diciéndole que todo estaría bien. No había nada de qué preocuparse.
Avancé hasta el escenario junto a la máquina, la cual emitía luces de llamativos colores y sonidos electrónicos. Una silla descansaba al lado del aparato; me senté allí y suspiré muy poco convencido.

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