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Al entrar al Plaza, recibió una fuerte zarandeada por Percy, sujetándola por sus hombros y moviéndola al momento que revisaba que estuviera en una pieza.

—¿Qué rayos, Percy? —rezongó dándole un manotazo para detenerlo.

—Tenía que asegurarme que eras tu. Has tardado demasiado, que...

—¿Creíste que no volvería? —preguntó temiendo escuchar su respuesta, Percy por el contrario negó.

—No, confió en ti, no se... tenía el presentimiento... sabía que no me traicionarías, pero... creí que te habría raptado o algo.

Percy no vio venir el par de brazos que rodearon su cuello, por lo que permaneció estático, luego al reparar en ello, rodeo su cuerpo con los suyos.

—Vamos, tenemos que descansar algo antes de partir.

No tenía sueño, pero no rechistó y siguió a Percy hasta encontrar alguna habitación libre, donde ambos se tumbaron, sin esforzarse en acomodarse, permanecieron en silenció, observando el techo blanco de la habitación y el olor a lavanda que producían las sábanas.

—Lo que dijo Prometeo... tú, ¿estuviste en troya?

Constantinova que mantenía sus ojos cerrados se removió, abriéndolos lentamente para observarlo de soslayo.

—Así de vieja soy, Percy —chistó—. Era cuatro generaciones mayor a los héroes de entonces y, aun así, mi madre resolvió a dejarme encargada y a merced de sus héroes.

—Te envió tu madre —reafirmó, a lo que Constantinova asintió—. Por eso estuviste con los griegos, Atenea apoyaba a ellos.

—No tuve opción, ella envió un mensaje iris, tuve que presentarme en Esparta y viajar con ellos. Me dejo al cuidado de Odiseo, su héroe preferido y protegido.

Constantinova se encogió de hombros mientras hacía una mueca de disgusto al recordar lo que había tenido que pasar. Podía sentir el olor a sal marina mezclada con la esencia varonil.

Odiseo había hecho saber a todos que Constantinova viajaría con ellos a petición de la diosa de la que portaba protección, transcurrieron meses para que finalmente obtuviera una pizca de respeto de ellos.

—Ya duérmete, Percy —reprochó, dándole la espalda y abrazando un cojín—. Estoy cansada.

No se dio cuenta si se durmió, pero a los pocos minutos el sueño la venció, habría deseado descansar tranquilamente, libre de los sueños proféticos, pero con el estrés parecía incrementar y producir un mayor efecto negativo.

Se vio así misma recargada en un árbol espeso que recordaba a la perfección, un olivo grande y frondoso en el que solía descansar a orillas del mar. El mismo árbol que servía como punto de encuentro con Hermes, también, el lugar donde años atrás lo había conocido. Había llegado a su vida como un abrazo cálido después de una tormenta.

Debía tener 14 años, podía saberlo por la cicatriz que aún permanecía de un rojo vivido en la parte anterior de su brazo. Hermes se encontraba a su lado, sosteniendo el peso de su cabeza en el espacio entre su cuello.

—Te habrás convertido en la nueva reina de Micenas al término del año —concluyó, dejando escapar un suspiro—. Se lo que tu padre está haciendo.

—No quiero comprometerme, solo quiero ser respetada igual que lo son mis hermanos. Soy mejor que todos los guerreros de Micenas y, aun así, no me consideran lo suficientemente hábil para gobernar.

Sintió faltarle el aliento, al momento que casi podía reconocer el tacto de sus labios sobre los suyos aun tratándose de un sueño, aun cuando no recordaba la calidez de su tacto en ella de aquella forma. Sus rostros se acercaron y casi como un golpe a la realidad, interrumpió el beso.

Greek Tragedy | PJOWhere stories live. Discover now