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Mantenía su rostro pegado al cristal de la ventana de la sala, apenas lograba ver algunos edificios extenderse a lo largo que, al cielo nocturno que se iluminaba por la contaminación lumínica de la actualidad.

Dejó escapar un hondo suspiro, había esperado a que Percy y su madre se encontraran dormidos para subir a lo alto del edificio. Se sentía extraña al haber recibido tantas atenciones y comodidad en un rato.

Se cubrió con la manta que le habían prestado y apenas su cuerpo tocó la suavidad de la almohada y del sofá, le traicionó sumergiéndose en un profundo sueño. No recordaba cuando había sido la última vez que había dormido tranquila, y en la comodidad de cuatro paredes que le cubrieran.

Pronto, los sueños de semidiós no tardaron en aparecer. Durante un tiempo había dejado de tenerlos, que no recordaba lo molestos y frustrantes que podían ser.

No distinguía nada más que una oscuridad silenciosa, no estaba segura de sí en existía un fondo. La brisa le erizaba los vellos de sus brazos, produciéndole una sensación de inquietud.

Usaba una armadura griega que se amoldaba a su cuerpo por encima de un suave y delicado vestido blanco. Llevaba sandalias y brazaletes de cuero, característicos de la vestidura griega de antaño, además de su espada que sostenía del mango, dejando caer el filo sobre el suelo.

En sus hombros, reposaban finas y elegantes hombreras de oro, sosteniendo una larga túnica roja. Su cabello se encontraba sujeto y adornado con laureles de oro como los que su padre había mandado a hacer especialmente para ella.

Una tenue luz alumbró el camino dejando ver cristales rotos esparcidos sobre el suelo. Al acercarse, no fue su rostro el que se reflejó en ellos, si no el de alguien con rasgos maduros.

Sus ojos se tornaban de un gris claro, semejantes a los de su madre, sin embargo, su mirada era afilada y detonaba peligro, casi como si asechara a una presa.

Se encontraban al nivel de la locura. Era un gris que le recordaba a la tempestad, al vació, al caos puro... no había ningún rasgo de humanidad en ellos.

El lugar se ensombreció, todo lo que profesaba era caos, y ella parecía ser la causante.

Los cimientos del lugar se hallaban en ruinas, salía humo y polvo de algunas partes, en algunos puntos se había encendido fuego, y podía escuchar el agua de las tuberías salir torrencialmente.

Encima de un gran tumulto de escombros y rocas, sobresaliendo de cualquier otra estructura, irradiaba un brillo que se tornaba de distintos colores, pero que resultaba suficientemente peligroso para ser capaz de provocar miedo hacia ella.

Se levanto de golpe, con la respiración agitada e inconscientemente corroborando que aun siguiera en casa de los Jackson. Comprobando que solo se había tratado de un simple sueño...

Se llevó sus manos a su cabeza, sintiéndose abrumada por lo que había soñado. Nunca le había hallado lógica a lo que los semidioses soñaban, en ocasiones podían terminar siendo tan diferentes a como lo habían visto en sueños, pero no quitaba el mal sabor que le había dejado.

Se levantó con suavidad, intentando causar el menor ruido posible; pese a que la habían recibido con hospitalidad, no dejaba de sentirse como una intrusa. Estaba acostumbrada a vivir entre la naturaleza, que incluso cuando visitaba el campamento mestizo la idea de aguardar la noche en la cabaña le resultaba extraña.

Se frotó el rostro con inquietud, envolviendo su cuerpo con la chaqueta plateada que había dejado a sus pies, ya se hallaba bastante desvencijada después de haber tenido bastantes encrucijadas contra Cronos, pero aún le servía para mantener el calor en las noches de invierno.

Greek Tragedy | PJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora