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El anillo dorado colgaba de su cuello, oculto debajo de su ropa a los ojos de los demás. No recordaba con exactitud cuando le había visto por última vez, pero el café de sus ojos y los casi indivisibles hoyuelos que se formaban en sus mejillas al sonreír se quedaron grabados en su mente.

Jugueteando torpemente con el colgante sobre su cuello, miraba la amplia ventana que sobresalía en la habitación; los cielos grisáceos se extendían a lo largo de la urbe New Yorkina.

Las jóvenes ninfas corrían de una habitación a otra asistiendo a los dioses que partirían por órdenes de Zeus; mantenía una mirada ausente sin prestar atención a las jóvenes que le ayudaban, sonriendo aleladamente al pasar por su lado.

—¿Cómo conseguiste eso? —inquirió desde el marco de la puerta con el ceño fruncido.

Apolo alzó la vista despistadamente encontrándose con un gesto poco amigable de su hermano.

—Es de Nova —respondió con simpleza.

El hombre se encogió de hombros, acomodándose por sí mismo la armadura que las ninfas habían ajustado segundos antes de indicarles que se marcharán. Hermes se hizo a un lado, dejando pasar a las jóvenes.

—Eso lo sé —atacó con amargura—. ¿Qué haces con él?

—¿Por qué te importa? —contratacó, disgustado por el tono con que su hermano se dirigía—. Solo lo tomé prestado.

—Nova nunca se separaría de él —aclaró, haciendo ademán de arrebatárselo—. Se cuán importante es para ella.

—Si la conoces tan bien, entonces, ¿por qué dejo qué me lo quedara? —inquirió, sonriendo ladinamente—. ¿Si quiera sabes dónde está ella?

Hermes tensó su mandíbula, sabiendo perfectamente como había sido la última vez que se habían visto, Constantinova colocaba su mundo al revés, estar a su lado era un montaña de emociones.

—No la conoces como yo lo hago —declaró—. No finjas que la conoces.

—¿Por qué lo haría, dime? —respondió, tomando el casco que aguardaba aun costado.

—Aléjate de Nova —ordenó, retándolo con la mirada—. Ella no es como ninguna de las chicas con las que te encuentras.

—Se qué no lo es —acepto sonriendo con burla—. ¿Tú lo sabes?

Ambos permanecieron de pie, uno frente al otro, negándose a ser quien desviara la vista del otro. Era un gesto silencioso, pero se palpaba el ambiente negativo en el aire.

—¿Qué hacen? —interrumpió—. Dejen sus peleas para después. Debemos irnos.

Hefesto entró en la habitación, sobresaltando a ambos hermanos y rompiendo la pelea que ambos mantenían. Ninguno de los dos se dignó a decir nada más, sostuvieron la mirada durante unos segundos hasta que Apolo sonrió socarronamente.

Hefesto los miraba uno al otro, ciertamente no era cercano a ninguno de ellos, pero los conocía para saber que aquello no era habitual en ambos. Apolo se detuvo en seco cuando su hermano lo detuvo colocando su mano sobre su pecho bruscamente.

—¿Qué haces con eso? —preguntó, mirando fijamente al colgante sobre su cuello.

Apolo siguió su mirada, encontrándose con el fino anillo dorado, que sobresalía de su armadura. Hermes frunció el ceño, cruzándose de brazos al acercarse a ambos.

—¿Dónde lo has encontrado? —insistió, ignorando las miradas que sus hermanos compartieron.

—¿De qué hablas? —intrigó Apolo, acomodando el colgante debajo de la armadura.

Greek Tragedy | PJOOnde as histórias ganham vida. Descobre agora