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Los amplios muros, apenas eran alumbrados por un destello cálido, fuego proveniente de una antorcha, sostenida en el marco de la puerta. El rostro de los olímpicos presentes apenas alcanzaba a distinguirse entre las ráfagas de luz.

Constantinova había desaparecido desde hace algunos semanas, tal vez pareciera insignificante, pero con su ausencia había traído grandes bajas del ejército de Cronos; atrayendo así la atención de los dioses y Cronos.

Si no se contenía, fácilmente podría terminar cegada por la venganza y rencor, convertida en un arma mortífera que sería capaz de derrocarlos. Cada gota de sangre que derramaba la acercaba más al icor que corría en sus venas.

—Es hija de su madre, no la subestimes —alzó la voz Poseidón—. Además, fue discípula de Artemisa, y fue educada por uno de los mejores héroes. Corre por sus venas, y será difícil detenerla.

—Pues tenemos que encontrar la forma de hacerlo, antes de que sea demasiado tarde —repuso Zeus fastidiado—. Esta comenzando a mostrar signos.

—Todos conocemos lo peligrosa que puede ser, la entrenaron para ser imparable —alegó Artemisa, mirando fijamente a Atenea que permanecía en silencio.

—Es mi hija..., es Constantinova de quien hablan —reclamó—. Ninguno de ustedes puede matarla.

—No dijimos que quisiéramos hacerlo —respondió con obviedad su hermana—, pero debemos detenerla.

—No lo haremos —concordó Poseidón—. Ninguno puede.

—Ya es demasiado tarde —alegó Zeus torciendo su gesto en una expresión de molestia—. Tal vez debimos haberlo hecho cuando aun podíamos.

—Su sed de venganza no la está llevando a ningún sitio bueno —objetó Artemisa, ignorando las palabras de su padre—. Si sigue poniéndose en riesgo podría terminar herida... o peor aún, atraerá a las personas equivocadas.

—No temo por su bienestar, sé que puede apañárselas bien... —reconoció impaciente—. La eduqué para ser fuerte y es justo lo que está demostrando...

—Detente, no sigas hablando... —reprochó con brusquedad Artemisa—. Constantinova podrá ser letal, pero ahora mismo lo que necesita es un hogar. Se encuentra sin respuestas y su dolor la está consumiendo.

—No puedes tenerla contigo por siempre... y si estás insinuando traerla aquí... —habló su padre, siendo interrumpido.

—No —respondió tajante, interrumpiéndolo. Todos la miraron, su voz había sido más fuerte de lo que había pensado—. Tengo una idea... y más vale que me hagan caso. Conozco a esa chica como si fuese mi hija... la conozco mejor que nadie.

Atenea frunció el ceño, tensando su mandíbula por las palabras que su hermana había dicho. Una expresión que solía aparecer constantemente en el rostro de Constantinova cuando se molestaba.

—Te escuchamos —respondió su padre, cediéndole la palabra.

Artemisa repasó el rostro de los presentes por breves segundos antes de hablar.

Podía ser que Constantinova ya no estuviese bajo su responsabilidad, pero seguía sintiendo que aún debía protegerla, incluso y con mayor empeño de las personas que tenía enfrente.

Porque como una madre que cuida de su cría, estaba dispuesta a defenderla y protegerla con todas su garras si era necesario. Porque como una madre que cuida de su cría, estaba dispuesta a defenderla y protegerla con todas sus garras si era necesario.

—Todos conocen al joven semidiós que ayudo en mi rescate —comenzó.

Atenea frunció el ceño, tensando su mandíbula por lo que creía que iba a decir Artemisa.

Greek Tragedy | PJOWhere stories live. Discover now