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—No lo entiendo, ¿Por qué tenemos que llegar a la puesta de sol? —pregunto incrédulo Percy.

Caminaban por la orilla para mantener cerca al taurofidio, habían dejado el centro comercial hace un buen tramo, pero el trayecto parecía incluso más largo de lo que creían.

—Las hespérides son las ninfas del crepúsculo —repuso Zöe—. Solo podemos entrar a su jardín cuando el día da paso a la noche.

—Mañana es el solsticio de invierno., si no llegamos hoy tendremos que esperar hasta mañana, pero entonces la asamblea de los dioses habrá concluido.

—Tenemos que llegar hoy a como dé lugar, debemos liberar a Artemisa —acotó Constantinova decidida.

—Necesitamos un coche —habló Thalia.

—No pienso robar uno, aunque sepa cómo hacerlo marchar —se excusó la morena, ganándose una mirada inquisitiva por parte de su hermana—. ¿Qué?

—Solo me pregunto, ¿cuándo tuviste oportunidad de aprender ese truco? Siempre estás conmigo, salvo... ¡Constantinova!

La nombrada giró su cabeza hacia otro lado, encontrándose algo avergonzada de que su hermana se diera cuenta de lo que sucedía. Los demás observaron la escena en silencio, sin entender lo que hablaban ambas chicas.

Por lo general, Constantinova se mantenía juntó a las cazadoras, ausentándose muy raramente cuando su madre solicitaba una audiencia con ella, las cuales tendían a ser mayormente reproches y regaños por su falta de logros, nada a lo que no estuviese acostumbrada.

Además de aquellas breves salidas que no duraban más de un par de días, en ocasiones visitaba a Quirón, con quien se mantenía en constante contacto, mediante mensajes iris y cartas, que el mismo Hermes se había dado a la tarea de entregar y recoger personalmente.

Zöe podía intuir que en una de las tantas veces que se había encontrado con el dios, su hermana había adquirido ciertas habilidades. Una de las cosas que Zöe tanto le reprochaba a Constantinova, era la forma en que se desenvolvía con todos, especialmente aquellos con quienes no tenían permitido relacionarse.

—Da igual, Zöe, en ocasiones puede resultar de utilidad —se justificó, restándole importancia con un gesto—. No podemos dejar a Bessie.

Percy concordó con la lugarteniente.

—Tengo una idea, el taurofidio puede nadar en aguas de todo tipo, ¿no? —pregunto Grover.

—Bueno sí, estaba en Long Island Sound, y de repente apareció en el lago de la presa Hoover y ahora aquí.

—Entonces, podríamos convencerlo para que regrese a Long Island Sound. Quirón tal vez nos echaría una mano y lo trasladaría al Olimpo.

—Pero Bessie me estaba siguiendo a mí, si yo no estoy en Long Island, ¿crees que sabrá el camino?

—Muy difícilmente lo hará —concordó indiferente Constantinova.

—Yo puedo mostrarle el camino, iré con él. —Se ofreció Grover.

Percy lo miró con duda, vacilando si era una buena idea.

—Soy el único capaz de hablar con él, es lógico

—Tiene un buen punto, Percy —concordó la morena.

Grover se agachó para hablar con Bessie, quien simplemente mugió.

—La bendición del salvaje debería contribuir a que hagamos el recorrido sin problemas —añadió Grover—. Tu rézale a tu padre, Percy. Encárgate de que nos garantice un trayecto tranquilo a través de los mares.

Greek Tragedy | PJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora