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—Conoce mi posición al respecto —interrumpió de forma educada—. No lo hare, no pienso casarme con ninguno de ustedes, porque se la vida a la que me ataré.

—Lo suponía, Constantinova.

—Aun así, ha venido a proponérmelo. ¿Qué más tiene que ofrecerme?

—No hace falta que digas más, niña. No te has dado cuenta de que has rechazado algo que muchos quisieran. La inmortalidad es el costo más caro que alguien pueda ofrecerte jamás, no lo es el amor, ni la riqueza.

—Se olvida que llevó varios milenios siendo parcialmente inmortal, lo he probado y no es algo que anhele por la eternidad —confrontó—. He perdido todo lo que me importaba, realmente no tengo motivos por los cuales deseé ser como ustedes.

—Eres la chica más astuta que he conocido, no puedo decir que me sorprende tu decisión.

—¿Pero?

—Por ahora creeré en tu palabra, te dejaré asimilarlo. —Apenas le ofreció una sonrisa a la semidiosa antes de continuar—. Estoy convencida de que es lo mejor para ti y para los demás. Puedo ser tu mejor aliada si sabes reconocerlo.

Su visión se nubló. No había podido procesarlo, había pasado solo en unos segundos. Cuando despertó, ya no se encontraba donde la última vez, en su lugar, estaba en una zona más moderna del laberinto.

Las paredes eran de un blanco luminoso, con una decoración marmoleada, el piso era de mosaico y si no conociera la capacidad voluble del laberinto, habría creído que se encontraba en la superficie.

Talló con rudeza sus ojos e intentó acostumbrarse a la que emanaba el pasillo. Odiaba cuando los dioses movían todo a su favor. Tomó su mochila y corroboró que todo estuviera dentro.

Camino poco más de una hora, hasta que después de girar en un par de pasillos pudo escuchar el sonido de algo arrastrándose detrás suyo, casi como si la siguieran. No sabía lo que era, pero por el ruido que producía podía saber que su tamaño no era pequeño.

Corrió hasta encontrarse con pared, podía escuchar a la bestia aproximarse cada vez más a ella. Su espalda tocó la pared, tierra y enredaderas la cubrían, ya se encontraba en otra sección.

Intentó sacudirla esperando encontrar una puerta o manija, pero en cambio su cuerpo giró violentamente tras jalar una de las enredaderas que sobresalía, cayendo de golpe sobre un charco de lodo.

Ignorando aquel detalle, se dio la vuelta aun estando de rodillas, detrás de ella solo estaba un árbol frondoso y viejo, no había rastro de una puerta al laberinto. Coloco su palma sobre el grueso troncó que lo formaba, encontrando la letra delta tallada a un lado.

Se levantó, limpiando el lodo de sus manos en sus pantalones. Debía ubicarse, pero antes debía encontrar una entrada, no podía entrar por la misma, la bestia podría esperarla y entonces su vida terminaría ahí.

Dos ladridos vociferantes resonaron desde la parte trasera, al girarse pudo notar un perro con dos cabezas. La semidiosa apenas se inmutó, lejos de intimidarse los miró con calma.

No tardo mucho para que el dueño saliera detrás, era un hombre adulto, de cabello canoso y aspecto de campesino, con un carácter rudo que Nova determinó por su forma de caminar.

—¿Qué tenemos aquí? ¡Una diocesilla! —escupió, dándole un vistazo completo que la incomodó—. Deduzco que has llegado del laberinto.

—¿Quién es usted? —reclamó, ignorando sus habladurías. El hombre sonrió socarronamente, satisfecho por el tono altivo de la semidiosa.

Greek Tragedy | PJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora