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Dejó caer su peso sobre el barandal de mármol del balcón más escondido entre los múltiples salones que abundaban. Probablemente el lugar más solitario dentro del Olimpo al ser el único cuya simpleza no tenía nada espectacular como el resto.

Adornado por cada extremo de racimos de prímulas que crecían salvajemente, ofreciendo una mejor vista al cielo nocturno que desde lo alto del Olimpo se percibía. Sus ojos contuvieron las lágrimas que se formaban, abrumándose por el golpe de emociones que la sobrecargaban.

Había escuchado antes la voz de Perseo, guiándola en la penumbra, creyendo que tal vez, las cosas tendrían un final. Había esperado despertar y encontrarlo a su lado, velando por ella como años atrás hacía.

Nuevamente, el destino se burlaba de ella, arrebatándole una vez más lo que le importaba.

Asegurándose de dejarla sola y marcar el destino al que estaba sentenciada.

—Empiezo a creer que siempre estas enojada —murmuró—. O triste. Y no deberías estar sola en ninguna.

Constantinova intentó esbozar una sonrisa, borrando cualquier rasgo de las lágrimas que había guardado en sus ojos.

—No lo estoy —aclaró, irguiéndose—. ¿Qué haces aquí?

—¿Yo? Bueno, vivo aquí —declaró, sonriendo ladinamente y recargándose en el barandal a un lado de ella. Constantinova le miró con una ceja alzada—. Bien, bien... te estaba buscando. Creí que podría encontrarte aquí.

—¿Ah sí?

—Te gusta estar sola, además de observar las estrellas —respondió, encogiéndose de hombros—. Bueno, este es el mejor lugar para disfrutar de ambos.

—Me sorprendes, en verdad lo haces.

—Intentaré tomar eso como un halago.

Constantinova negó, reprimiendo una sonrisa.

—¿Quién te lo ha dicho? —preguntó encarándolo.

Apolo rió, desviando su rostro de la mirada de la semidiosa.

—Tengo mis propios métodos, cerebrito —respondió encogiéndose de hombros. Nova rodó los ojos, pero una sonrisa se extendía de una de sus comisuras—. ¿Estas bien?

—Lo estaré.

—Siempre dices eso.

—Y siempre es verdad.

—Bueno, cuéntame... ¿qué es lo que miramos? —preguntó ganándose una mirada inquisitiva por la micénica—. Oh, vamos, cerebrito. No me querrás dejar con la incertidumbre.

—¿Para qué me estabas buscando?

—No aceleres el tiempo, linda —pidió—. Disfrutemos de las cosas simples antes de ir a lo demás.

—Apolo...

—Solo respóndeme —pidió una vez más.

Constantinova frunció el ceño, pero al mirar a la profundidad del cielo nocturno, su expresión se suavizó. Sus ojos brillaron como cada vez que lo admiraba, explicó con detalle cada estrella y constelación que se formaba, su sonrisa iluminaba su rostro, adquiriendo un brillo enigmático y soñador que pocas veces revelaba.

Rara vez se desenvolvía abiertamente, por lo general, solía ser quien escuchaba, prefería guardarse para sí misma todo.

—No puedes decirme que no son hermosas —añadió, mirándolo durante algunos segundos antes de volver su vista al cielo—. Nunca me cansaré de mirarlas.

Greek Tragedy | PJOWhere stories live. Discover now