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Aquella noche no fue una de las mejores, además de que al principio su cuerpo comenzaba a tiritar por el frío glacial de la noche, los sueños que tuvo sobre la desaparición de Artemisa no fueron nada agradables, aunque solo pudo ver algunos fragmentos, fueron lo suficientes para saber cuánto debían apurarse en su rescate.

La diosa se encontraba en un estado bastante preocupante, su característico vestido plateado estaba hecho jirones, su rostro y brazos tenían rasguños, mientras que el icor caía sobre su cuerpo.

Escuchó el gritó de súplica de una chica, y voces varoniles a lo lejos, no alcanzaba a distinguir lo que estas decían, pero Artemisa parecía suplicar, hasta que finalmente cortaron las cadenas sobre sus manos y corría a donde la chica pedía auxilio, fue hasta ese momento, que notó que se trataba de la amiga rubia de Percy. En ese momento la diosa yacía debajo de un gran bulto de rocas, en un intento por sostener aquel peso sobre ella.

La imagen se distorsionó y despertó. El cielo aún se veía oscuro, pero el comienzo del alba empezaba a notarse. Un pequeño destello de luz entraba entre los arbustos iluminando su rostro y dándole visibilidad al panorama a su alrededor. Una frazada dorada yacía sobre su cuerpo, sin saber de dónde había llegado, buscó a su alrededor sin encontrar a algún responsable.

En algunas horas, debía reunirse juntó al grupo que saldría en busca de Artemisa, todos se encontraban aún dormidos, y pese a que quisiera seguir durmiendo, sabía que no podía darse aquel lujo, de lo contrario se quedaría dormida por más tiempo del deseado. Se dirigió al pabellón del comedor, donde se le era fácil vislumbrar las cabañas para estar preparada para cuando fuera hora de salir.

—¿Qué haces aquí? —Escuchó la voz de Zoë a sus espaldas.

—Buenos días para ti también, Zoë. ¿Qué tal Bianca?

La lugarteniente resopló, admitiendo que debía hablar con ella de asuntos importantes. Bianca se quedó juntó a ellas, escuchando atenta la conversación. En algún punto de la plática, alcanzó a distinguir sobre el hombro de sus compañeras, una peculiar cabellera negra característica de los Di Angelo.

—Deberías contarle a Thalia el restó de tu sueño —expresó Bianca.

—Tengo su palabra, de que no hablarán de ello. —Zoë le calló abruptamente. Constantinova asintió confirmando aquello—. Y ahora vamos, acaba de romper el alba.

Contantinova hizo un indició por seguirlas, pero se detuvo en las escaleras de forma desinteresada.

—Sal de tu escondite, sé que estás ahí. —Nico salió con las mejillas coloradas, y antes de que esta pudiera cuestionar su acción, Percy se dejó ver—. ¿Percy? Vaya, por lo visto es bastante normal espiarnos. —El mayor se disculpó con el rostro ligeramente ruborizado—. Escucha Nico, lo que sea que pensabas hacer, olvídalo. No puedes venir con nosotras, debo irme. —Miró severamente a Nico antes de mirar a Percy y palmear su hombro—. Lamento que no puedas venir, hice cuanto pude. Asegúrate de mantener al margen a este chico.

Y sin alguna respuesta corrió escaleras abajo, a donde sus hermanas y demás campistas le esperaban para partir. Zoë mantenía una discusión bastante acalorada con Argos, Bianca se encontraba a su lado sin hacerle entrar en razón. Thalia y Grover esperaban dentro del autobús. Constantinova pasó por su lado sin preocuparse por su hermana, ya estaba harta de sus disputas.

...

Mantenía su rostro en una expresión pura de concentración, deteniéndose a buscar algo que resultara extraño a su alrededor, sus manos se encontraban en un puño, preparada en caso de que alguien le atacará por sorpresa.

Se encontraba a la delantera, seguida del resto del grupo. Un estruendo detrás suyo, le hizo levantar su arco rápidamente, apenas alcanzando a detener la flecha que estaba por disparar, aflojó el agarre entre sus manos, guardando el arma suavemente. Frunció el entrecejo mirando sin entender aquella escena.

Greek Tragedy | PJOWhere stories live. Discover now