Capítulo Veintitrés.

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Thomas Morgan.

Me levante agatas de la cama. Mi madre ya se había ido, y la acompañe al aeropuerto hasta que salió su avión. Apenas llevaba unas horas sin ella de nuevo y ya la extrañaba. Por eso cuando volví a mi departamento, me tiré en la cama, y sin darme cuenta me quedé dormido por un par de horas. Estaba cansado.

El ruido que hacía mi celular por la cantidad interminable que me llegaban de mensajes, me despertó. Era Georgia, que me pedía por favor que habláramos, y que la perdonara. Me asusté. No quería tener que llegar a extremos preocupantes con ella, y si hubiese podido ver el futuro, jamás me habría metido con ella. ¿Para qué querer vínculos así? Me daba terror sus cambios de humor y actitudes repentinos. Como dicen... nunca terminamos de conocer a las personas, ¿no?

Intentaba desbloquear mi móvil, pero eran intentos fallidos de lo dormido que estaba. Mi mente aún seguía soñando. Y el golpe que comencé a oír en la puerta de entrada me sobresaltó haciendo que casi me cayera de la cama. Al final logré desenvolverme de las sabanas y me paré aún confundido.

No encontré las pantuflas negras, que se yo donde las había metido, y tuve que caminar descalzo con mis medias.

Troté hasta la puerta y suspiré fuerte al encontrarme con la chica que hacía que no pudiese dormir en las noches últimamente.

— ¿Chiara? — Me avergoncé al notar como me miraba de pies a cabezas. Nadie me había visto en esas facetas.

—Oh... discúlpame. No lo pensé. —dijo apenada.

M
— ¿No pensaste que estaría durmiendo tan temprano? — Sonreí atontado.

—Si, eso.

— ¿Qué sucede, Chiara? —pregunté volviendo a la realidad. Tenía que haber pasado algo sumamente grave como para que ella se presentase a esas horas en la puerta de mi departamento.

— ¿Puedo quedarme a dormir aquí? —preguntó muy tímida.

Fruncí el ceño y me quedé estupefacto al escucharla. Me llevo por sorpresa su presencia y el porqué. Tarde unos segundos en responder, me puse nervioso y las manos me temblaban.

— ¿Quedarte aquí?, ¿Liam no ha llegado ya?

—Mi hermano está en casa, sí. Pero no quiero quedarme allí. —dijo con la voz rota. Me percaté de como sus ojitos rebalsaban de lágrimas, y me sentí mal junto a ella. —Por favor...

—No me lo pidas dos veces... — Susurré y me hice a un lado para dejarle el paso. —Ponte cómoda. — Cerré la puerta.

—Me quedaré aquí. —dijo sentándose en el sofá.

—Ni siquiera lo pienses. Dormirás en mi habitación y yo me quedaré aquí. — No quería que pasara una mala noche. —Y no quiero escuchar un no.

Ella asintió regalándome una pequeña sonrisa. Sus ojos todavía estaban acuosos y desee poder abrazarla y acurrucarla. Preguntarle que le sucedía. Hacerlo un momento intimo. Pero sabía que la asustaría, porque ella jamás conoció del todo esa parte mía que desde siempre había anhelado mostrársela. Me aguanté respirando hondo y tratando de mantenerme neutro aun que me fuese difícil, porque no era cualquier persona la que me había pedido por favor entre sollozos que la refugiara en mi casa. Era Chiara. Mi Chiara.

La guié hasta mi habitación y ordene rápido la cama para que ella pudiese acostarse.

— ¿En donde estuviste todo él día? Te noto cansada. — Le pregunté invadiendo un poco su espacio personal.

—En casa de Susan. —dijo, y arrugó la nariz. Sentía que me estaba mintiendo.

—Ah, claro. — Tomé una de las almohadas que guardaba en mi armario. — ¿Comiste algo? Me quedo una caja de pizza y algo de refresco.

Ella me observó, se veía más confusa que yo.

—Me encantaría. —dijo.

Asentí y camine de nuevo dejándola sola. No podía evitar no pensar, ¿Por qué un día me evitaba y al otro estaba en mi departamento? Tenía que hablar con Lucas, urgente. Solo él podría ayudarme en esa situación.  Pero el muy desgraciado no respondía mis mensajes, ni siquiera los leía.

Tomé un vaso, la CocaCola, y la caja de pizza. Volví, sin hacer mucho ruido. Chiara estaba perdida en su mundo, en su lugar, que no podía descifrar si era bueno o malo. Miraba hacia afuera por la ventana que dejaba a la vista la gran ciudad iluminada. Y quise correr hacia ella, contenerla.

—Aquí tienes. — Soné mi garganta. —Que lo disfrutes.

Le sonreí y me volteé para retirarme, pero su voz, dulce como las melodías de Beethoven, me detuvieron en seco en la puerta. Me volví para mirarla con cautela.

—Quédate conmigo, por favor. — Sentí súplica en ella.

Me acerqué llevando la caja de pizza conmigo y me senté a su lado en el piso.
La ventana de mi habitación era de cristal, y tan grande que incluso casi acostado alcanzabas a ver todo.

—Pues... aquí me tienes. No iré a ningun lado. —dije y le entregué una porción de pizza que ella aceptó gustosa.

Me quedé en silencio, observando como no dejaba de llorar. Sus lagrimas recorrían por sus mejillas sin pedir su consentimiento.

— ¿Sabes? Creo que lo que menos me imaginé, fue estar sentada contigo, en el piso y comiendo un trozo de pizza mientras me observas llorar como una tonta. —dijo y sonrió secándose la cara con las manos.

Le correspondí la sonrisa genuinamente. Me gustaba que rompiera el hielo y las barreras entre nosotros dos.

—No digas eso. — Me acerqué un poco y lleve mi pulgar a su rostro para secar otras lágrimas que comenzaban a salir tras escucharme. —Nunca pienses que llorar es algo tonto, al contrario, es de valientes. ¿Pero sabes que hace aún más valiente a una persona? Reconocer lo que le esta generando el llanto. — No le quite la mirada de encima porque quería la verdad. —Me preocupo, Chiara. Siempre me he preocupado por ti.

Ella se tomo de la cabeza y la termino ocultando entre sus rodillas.
Ser testigo de eso me rompió el corazón, más de lo que ya estaba.

—No puedo. De verdad quisiera hacerlo, pero mi mente no me permite hacerlo.

—Lo harás cuando te sientas lista.

— ¿Y cuando se supone que sea eso? Porque desde que tengo memoria, no he dejado de sentir miedo. — Lloraba. Lloraba fuerte, y triste.

Cerré mis ojos tratando de mantener la calma. Ella no necesitaba verme mal, necesitaba que fuese fuerte para ambos.

—Miedo vas a sentir siempre, Chiara. La cuestión es...

— ¿Enfrentarlos? — Me interrumpió. — ¿Y como sabré si realmente vale la pena?

Quería entenderla por completo, pero no podía hacerlo si ella no me contaba que le sucedía.
Y entonces, un aire de nostalgia me atrapó. Cuando era una niña, y cuando llegó a su adolescencia, siempre solía verla así, vulnerable, y a la misma vez, fuerte. Pero siendo transparente. Siendo real.

Cuando dejamos de sentir miedo.Where stories live. Discover now