Capítulo Cuatro.

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Chiara Harrison.

Caminé por las calles de Amsterdam una hora después de que Liam me tendió el móvil para llamar a Susan. No la conocía, pero tenía una corazonada con ella, y al parecer mi hermano sentía lo mismo. Incluso detrás de las pantallas seguía teniendo aquella energía envidiable.

Nos citamos en un restaurante cerca del canal Prinsengracht, ella me había comentado entusiasmada que le gustaba uno en específico, al que siempre iba con sus abuelos cada vez que podía. Susan era residente de los Países Bajos, y eso me enteré por Liam, quién se informó con todo lo que ella contó minutos después de que yo me largara del grupo.

— ¡Que linda noche!, ¡Y que linda te ves tú! — Exclamaba alegre levantándose de la mesa para saludarme con un beso en la mejilla.

Entré al lugar un poco desconcertada, perdida. Era la primera vez que caminaba sola por la noche, y guiándome por el google maps. Nunca lo había usado, y esa noche lo estrené. Tenía el corazón en la boca por miedo a perderme, porque fisicamente estaba caminando, pero mentalmente seguía en mi habitación ahogándome en mis pensamientos.

—Gracias... — Me senté junto a ella mirándola de frente. — ¿Ya has ordenado algo?

—Pizza, una clásica con una botella de CocaCola para pasarla. —dijo un poco incómoda. —No te arrepentirás, creéme, aquí hacen las mejores.

Negué con mi cabeza y sonreí. —Tranquila, tú eres la experta en los platos de este lugar asi que dejo todo en tus manos. — Traté de calmar la situación.

Noté como inspiró aire aliviada. —Lo siento, a veces soy muy impulsiva.

—Quisiera tener un poco de ese impulso para hacer las cosas...

Ella titubeó un rato para responder con claridad.

—Tiene sus ventajas, sí, pero también sus desventajas. A veces es incómodo ser tan impulsiva y meterme en líos que no debería. Es necesario que la boca se mantenga quieta en ciertas situaciones...

—No me lo había planteado de esa manera. Yo soy lo contrario a eso, y tampoco es tan bueno como piensan...

—Es que todo tiene su lado bueno y malo. Cada acción y cada palabra debe tener su límite también, ¿Sabes a que me refiero? 

—Que mucho de algo no es bueno. — Repetí la frase recordando la charla que tuve con Liam horas atrás.

Susan chasqueo la lengua y me sonrió amable mientras observaba a un grupo de chicos que estaba en la mesa del fondo. Hablaban, se reían. Estaban divirtiéndose, sin importarles nada ni nadie.

— ¿Qué te sucedió el otro día? — Rompió el hielo y entonces la odie un poco por querer saber más de ello, pero también la ame por preguntar sobre algo que tenía atorado en la garganta desde hace tiempo y que necesitaba sacarlo de cualquier manera. —Si no quieres hablar sobre eso...

—Muchas cosas han sucedido. — La interrumpí. Y al notar que su cara se torno es una de preocupación, me adelanté. —Es Morgan.

—Morgan, Morgan, Morgan... ¿Es uno de los mejores amigos de tu hermano? — Se cayo cuando vio al mesero acercarse con el pedido. Ambas sacamos una porción de pizza y la saboreamos antes de seguir con el tema que no me agradaba mucho. — ¿Es el rubio de cabello rebelde? — Volví a confirmarlo con mi cabeza sin decir nada. — ¿El de ojos azules? —pregunto por último un poco sorprendida.  — ¿Pero que sucedió exactamente?

Deje de mirarla porque me daba verguenza tener que dejar que alguien más viera lo tonta que podía llegar a ser cuando se trataba de Thomas Morgan, y de lo infantil que solía actuar.  Mis dedos jugaban con las lineas de la mesa, y juntaba las semillas de las aceitunas negras en una servilleta de papel, sin darme cuenta de que llevaba ya varios minutos sin poder decir ni una palabra, sumida en mis pensamientos que sin dejarlo ver, estaban torturandome.

Di un suspiro y me animé a hablar. —Estaba enamorada de él cuando éramos adolescentes. Por un momento pensé que él sentía lo mismo que yo pero creo que solo fueron ilusiones mías, el deseo que tenía tal vez me hizo ver cosas que solo yo podía.

Eso lo dije con un aire triste y melancólico, porque era lo que pensaba desde que Morgan se marchó de nuestro país junto a su grupo de amigos. Yo lo quería, sabía que el me generaba lo que ninguna otra persona podía. Que se yo. Pero él estaba en la misma etapa que todos los demás en aquel momento. Donde hablaban de chicas, de cuántos besos daban y quién era mejor haciéndolo. Y eso... eso me dolía, como nadie tenía idea. Porque fui testigo de como crecia, de como saltaba de etapa en etapa sin dejar pasar ni una sola oportunidad. ¿Cómo pude llegar a pensar que él sentía lo mismo que yo? Si nunca deje de ser lo de siempre; "la hermana menor de su mejor amigo". Y estaba segura de que jamás lo habrían querido de la misma manera que yo después de haber visto toda su mierda.

— ¿Jugó contigo? — Alzo una ceja confundida.

—Cuando cumplí los quince años él se volvió aún más cercano a mi, y me demostraba cariño... amor. Algo que seguramente me inventé. —dije sacudiendo mi cabeza tratando de olvidar todo eso que pensaba que había quedado atrás.

—Supongo que debió de haber echo algo que te haya dado el beneficio de la duda.

—Una vez intentó darme un beso, en el pasillo de mi casa, cuando mi hermano había organizado su fiesta de cumpleaños. Pero no pasó porque el mismo lo interrumpió. Al final se termino apartando y no volvimos a hablar de lo sucedido.

Susan parecía pensativa, como si estuviese analizando y recolectando cada información que yo tiraba.

— ¿Liam sabía sobre ello?

— ¡POR SUPUESTO QUE NO!

Respondí un poco exaltada. No quería ni siquiera imaginar cual podría haber sido la reacción de mi hermano al enterarse de que estaba  enamorada de uno de sus amigos que claramente me había conocido desde que tenemos uso de consciencia. Y mucho menos sobre aquel casi beso, y que llegamos a ser un casi algo. Nunca hubo algo confirmado, tampoco lo hablamos. Y en el fondo, aun que me resultase difícil, necesitaba una explicación.

¿Pero y si me decía que solo fui yo quién confundió las cosas y nunca resulto ser lo que mis ojos vieron y lo que mi corazón sintió?

Al terminar la cena, las dos fuimos a pagar la cuenta. Caminamos un rato más sobre el puenta y rodeamos todo el canal Prinsengracht. Me contó un poco más acerca de su familia y como era haber crecido en Amsterdam. Sus cambios de ánimo bruscos que tuvo durante la adolescencia y la razón por la que había decidido estudiar Psicología: le diagnosticaron depresión severa a sus trece años, y después de su rehabilitación pensó que quería dedicarse a ayudar a más personas que estuvieran pasando por momentos catastróficos como esos.

Yo no dije mucho, pero si le compartí fotos de mi antiguo hogar, y al que no estaba segura de cuando volvería a pisarlo. Nos despedimos una cuadra antes de llegar a mi departamento y entonces lo ví.

Morgan estaba de pie apoyado sobre la pared del edificio, fumando un cigarro lentamente mientras contemplaba el cielo oscuro, en el que no se lograban distinguir las estrellas. Sentí como mi estómago se encogía con cada paso que daba. Me percaté de como su mandíbula se tensó  al oírme cerca, pero no me miro, mantuvo su postura rigida y seca, sin siquiera parpadear. Apuré mis pasos y evite suspirar fuerte a su lado. Y estando ya entre las escaleras, corrí, lo más rápido que pude. Entre y olvidé por completo que no estaba sola.

— ¿Chiara!, ¿Cómo vas?

Cuando dejamos de sentir miedo.Where stories live. Discover now