Capítulo Cinco.

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Chiara Harrison.

Me quedé helada, sin saber que hacer. ¿Debía correr en dirección contraria o quedarme allí y saludar civilizadamente? Solo podía hacerle caso a mi estúpido corazón, que latía lo más rápido que se permitía, y que empeoraba si le prestaba atención a aquella sensación. Ansiedad, ansiedad, ansiedad. Mis manos temblaban y sudaban. Cuando el nudo en la garganta no tardó en aparecer supe que tenía que salir de allí.

Intenté sonreír al ver a Lucas frente a mí que me saludaba alegremente. Él era el otro mejor amigo de mi hermano, y de Morgan, y era latinoamericano. Todavía tenía recuerdos de cuando éramos niños y lo llenábamos de preguntas acerca de como era su país natal. Ahí fue cuando nos contó lo cariñosos y amables que suelen ser las personas de esa región. 

—H-h-hola, Lucas. — Pude decir. — ¿Cómo estás?

Mi hermano se acercó a él con una cerveza y se la llevo a la boca antes de volver a hablar.

—Yo, bien. ¿Pero y tú? Pareces asustada, ¿Has visto a un fantasma acaso?

Negué con mi cabeza y traté de ocultar lo que estaba sintiendo soltando una risa, pero no funcionó.

—En serio, Chiara, ¿Qué te sucede? — Se metió Liam.

—Nada. — Respiré ondo. —Estoy cansada, solo es eso.

—Ya te acostumbrarás. — Lucas me guiño el ojo y volvió a beber.

—Ve a dormir si quieres, trataremos de no hacer mucho ruido.

—No se preocupen, desde adentro casi no se escucha nada.

Me di la media vuelta y trote hasta mi habitación sin hacer el intento de parar un poco mis largos y rápidos pasos. Abrí la puerta y entré a los tropezones. Me saqué las zapatillas y antes de meterme a la cama me llegó a invadir la curiosidad. Un cosquilleo que me decía que me acercara a la ventana, y no entiendo porqué, si terminó siendo peor. Pero lo hice. Despacio y haciendo a un lado la cortina, deje que mi vista cayera para ver a Thomas Morgan darle cariño a la misma chica pelirroja que estaba con ellos desde el otro día. Ella simplemente llegó, él la abrazo fuerte y le planto un beso, uno en la mejilla, otro en la frente, para acabar sumergido en sus labios.
Y entonces, sentí otra vez, esas mismas ganas de llorar. De revolcarme del dolor y de la incomodidad en mi cama. Sentía un sabor amargo en la boca, y de repente las ganas de vomitar me arrastraron al baño.

¿Acaso dos años no fueron suficientes para superar el sentimiento?

Cuando dejamos de sentir miedo.Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ