—Oye, estamos normalizando la regla y tal —protesté—. Y ahora, ven, trae ese culo sexy hacia aquí.

Naomi la Buena estaba librando una batalla interna con Naomi la Mala, pero sabía cuál de las dos iba a ganar por la forma en que se mordía el labio.

—Entre esa falda y la forma en que has defendido a Way, me ha costado mucho no tocarte delante de la niña y de tus padres. Por poco no me muero del esfuerzo. Tenemos suerte de haber llegado hasta aquí; la tengo tan dura que no me queda sangre en el cerebro.

—¿Me estás diciendo que te pone cachondo verme chillarle a alguien?

—Flor, cuanto antes dejes de hablar, antes podré arrastrarte por el asiento y hacer que te olvides del trabajo y de las profesoras de mierda.

Me observó con los párpados pesados unos segundos.

—De acuerdo.

No le di la oportunidad de replanteárselo. La agarré por debajo de los brazos y me la coloqué sobre el regazo de forma que quedó sentada a horcajadas sobre mis muslos, con la falda arremangada por la cintura.

—¿Te he dicho ya lo mucho que me encantan estas faldas? —le pregunté antes de devorarle la boca.
Se separó.

—De hecho, me dijiste que las detestabas, ¿no te acuerdas?

Apreté los dientes mientras ella sonreía con maldad y se frotaba contra mi polla a través de los vaqueros.

—Pues mentí.

—Estamos siendo muy irresponsables —dijo.

Estiré hacia abajo el escote de su camiseta de tirantes del Honky Tonk, llevándome por delante también el sujetador, y sus tetas desnudas aparecieron ante mi cara. Tenía los pezones erectos, me suplicaban que los lamiera. Si me hubiese quedado un solo mililitro de sangre en el cerebro, se habría ido hacia abajo con esas vistas.

—Más irresponsable eres cuando me haces ser testigo de cómo trabajas todo el turno con esa puta falda sin haber hecho que te corrieras antes.

—Sé que debería ofenderme que hables así, pero…

Me incliné hacia adelante y atrapé un pezón duro y rosado entre los labios. No necesitaba que terminara la frase. A través de los pantalones ya notaba lo mojada que estaba. Sabía el efecto que mis palabras tenían en ella, y no era nada comparado con lo que era capaz de hacer el resto de mí.

Se estremeció cuando empecé a chupar y, en un abrir y cerrar de ojos, noté sus dedos en la hebilla de mi cinturón. Moví las caderas para que pudiera llegar mejor y sonó la bocina.

Ahogó un grito.

—¡Uy! Lo siento, ha sido el culo. Quiero decir, que he dado un golpe con el culo en la bocina, no que lo ha hecho mi culo.

Sonreí con el rostro hundido entre sus pechos. Esta mujer me lo hacía pasar bien en más sentidos que el evidente. Entre los dos, conseguimos bajarme los vaqueros hasta la mitad de los muslos y liberarme el pene palpitante, y solo hicimos sonar la bocina una vez más. No quería esperar.

Necesitaba metérsela ya y, a juzgar por los gemidos entrecortados que profería su garganta, Naomi estaba igual que yo. La levanté rodeándola por las caderas con un brazo y usé la otra mano para orientar la punta de la polla justo donde la quería: en esa cueva de las maravillas apretada y húmeda.

Mi particular cueva de las maravillas apretada y húmeda. Naomi estaba conmigo. Por ahora, al menos, y con eso me bastaba.

Mientras la agarraba de la cadera con ambas manos, la hice descender al mismo tiempo que yo empujaba hacia arriba, y la penetré. Gritó mi nombre y tuve que ponerme a hacer ejercicios mentales urgentemente para evitar correrme en ese preciso instante. Su coño tembloroso me la estaba estrangulando entera.

Cosas que nunca dejamos atrásWhere stories live. Discover now