Venganza con ratones de campo

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—Ni que lo digas —coincidió Silver.

—Poneos uno de esos parches de calor y sentaos de vez en cuando por turnos —les aconsejé.

—Mira, el experto en menstruación ha llegado —dijo Fi.

—Trabajar con el equipo de sincronizadas me ha enseñado cosas que nunca querría haber sabido. ¿Quién es la profesora?

—¿Qué profesora? —preguntó Max cuando pasó junto a nosotros con un par de vasos vacíos. El brownie había desaparecido. Deseé que no se le hubiera caído en una de las cervezas.

—La profesora de Waylay —dije, exasperado—. ¿Ha dicho cuál era el problema?

—¿Hay alguna razón que explique por qué estás tan interesado? — preguntó Fi, con demasiado aire de suficiencia para mi gusto.

—Sí. Le pago para que esté aquí, y no está aquí.

—Estás usando un tono agresivo y no reacciono bien a la agresividad cuando estoy con el tomate —me advirtió Silver.

Por esta razón nunca me acercaba al Honky Tonk cuando el calendario me avisaba de que había Código Rojo.

—La señora Felch —soltó Max desde el rincón que se había agenciado.

Estaba sentada en una silla con los pies apoyados en una segunda y un paño húmedo sobre la frente y los ojos.

—Personalmente, no soy muy fan de la señora Felch. Uno de mis hijos la tuvo, y les mandó deberes para hacer durante las Navidades —recordó Fi.

—Joder.

Fi y Silver se volvieron para mirarme. Max se asomó por debajo de la compresa fría.

—La señora Felch está casada —dije.

—Sí, señora suele usarse en ese sentido —comentó Silver, con condescendencia.

—La señora Felch está casada con el señor Felch. Nolan Felch.

Fi fue la primera en pillarlo.

—Ay… Mierda. Qué mal.

—Espera, ¿no fue con el que Tina…?

—Sí, exacto. Tengo que irme. Tratad de no ahuyentar a todos los clientes.

Fi se burló:

—Han venido por los chupitos de bloody mary que repartiremos a la hora del aperitivo.

—Lo que tú digas. Hasta luego.

Mientras me dirigía al aparcamiento, me juré no volver al Honky Tonk durante un Código Rojo. Casi había llegado a la camioneta cuando apareció el Buick de Liza. Pero era el padre de Naomi, con arrugas de preocupación cinceladas en la frente, quien conducía, y no mi abuela. El asiento del copiloto lo ocupaba Amanda, que parecía nerviosa.

—¿Va todo bien? —pregunté tras fijarme en sus expresiones.

—Waylay ha desaparecido —anunció Amanda, con la mano sobre el corazón—. Se ha ido andando a la cabaña a buscar los deberes y se suponía que volvería directa a casa de Liza. Íbamos a cenar y a ver una película.

—Pero no ha vuelto, y su bicicleta no está —añadió Lou con aspereza —. Esperamos que Naomi la haya visto.

Solté una maldición en voz baja.

—Naomi no está, ha habido algún problema en la escuela con la profesora de Way y ha ido a ocuparse del asunto.

—Tal vez Waylay haya ido al mismo sitio —dijo Amanda, que agarró a su marido del brazo.

Cosas que nunca dejamos atrásWhere stories live. Discover now