Me ofendió el comentario sobre ser amateur. Hubo una época en la que habíamos sido liantes profesionales. Y, aunque ahora quizá estaba muy oxidado, algo me decía que nuestro amigo era más peligroso ahora de lo que lo había sido cuando teníamos diecisiete años.

—¿Tus chicos han descubierto algo sobre ese tipo? —pregunté.

Nash negó con la cabeza.

—El coche era robado. Lo han encontrado hará una hora en las afueras de Lawlerville, los agentes de allí, bien limpio.

—¿Cómo de limpio?

Se encogió de hombros y luego hizo una mueca.

—Todavía no lo sé. Pero no había huellas en el volante ni en los tiradores de la puerta.

—Si el tío es tan imbécil como para disparar a un policía, es tan imbécil como para dejar huellas en algún lado —pronostiqué.

—Ya —coincidió. Movía las piernas, impaciente, bajo la fina sábana blanca—. Me han dicho que Liza tiene nuevos huéspedes.

Asentí.

—Los padres de Naomi. Han aparecido esta mañana. Supongo que se mueren de ganas de conocer a su nieta.

—Eso también me lo han dicho, igual que, al parecer, has hecho una entrada triunfal bajando por las escaleras tal como llegaste al mundo.

—Tus pajaritos no cantan bien. Iba en calzoncillos.

—Me juego lo que quieras a que a su padre le ha encantado.

—Lo ha sobrellevado.

—Me pregunto a qué nivel estás comparado con el exprometido… — musitó.

—Sus padres no eran muy fans del ex —dije. Aunque no estaba muy seguro de a qué nivel quedaba en opinión de Naomi.

Observé la bandeja intacta de comida. Había caldo y un refresco de jengibre.

—¿Cómo se supone que vas a sobrevivir si solo te dan líquidos transparentes?

Mi hermano hizo una mueca.

—No sé qué de no exigirle demasiado al cuerpo. Mataría por una hamburguesa con patatas, pero los chicos les tienen demasiado miedo a las enfermeras como para pasarme algo de contrabando.

—Veré qué puedo hacer —le prometí—. Tengo que irme. Necesito ocuparme de cosas antes de la gran cena familiar para celebrar el primer día de colegio de Way y la llegada de los padres de Naomi al pueblo.

—Te odio —dijo Nash. Pero no había inquina en sus palabras.

—Que te sirva de lección, hermanito. O actúas rápido, o se te cuelan.

Me dirigí a la puerta.

—Dile a Way que si alguien en la escuela se mete con ella, me lo haga saber —dijo Nash, alzando la voz.

—Lo haré.

—Y dile a Naomi que es más que bienvenida si quiere acercarse a visitarme.

—Ni hablar.

•••

La casa de Liza J. había dejado de oler a museo de bolas de naftalina. Quizá estaba relacionado con el hecho de que alguien abría la puerta cada cinco minutos para dejar que cuatro perros entraran o salieran. Claro que, seguramente, se explicaba mejor porque las habitaciones que no se habían tocado en quince años estaban recibiendo el régimen de limpieza de Naomi, desde el suelo hasta el techo. Las cortinas polvorientas y las ventanas que escondían estaban abiertas de par en par.

Cosas que nunca dejamos atrásحيث تعيش القصص. اكتشف الآن