Una urgencia familiar

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—Todo.

Solté una carcajada en su cara.

—¿Crees que voy a avivar una disputa en la que no he tenido absolutamente nada que ver?

—Eres una mujer espectacular, Naomi. Y además eres interesante, divertida y amable. Vale la pena luchar por ti.

—Bueno, gracias por un comentario tan amable y, a la vez, tan extraño. Pero puedes estar tranquilo, Knox y yo ni aguantamos estar en la misma habitación.

—Eso no siempre implica lo que tú crees que implica —observó.

—Es maleducado, voluble y me echa la culpa de todo.

—Tal vez sea porque le haces sentir cosas que no quiere sentir —señaló Lucian.

—¿Como qué? ¿El instinto asesino?

—¿Y qué me dices de Nash? —preguntó.

—Nash es la antítesis de su hermano. Pero justo acabo de salir de una relación larga. Ahora vivo en un pueblo que no conozco y trato de hacer lo mejor para mi sobrina, cuya vida no ha sido un camino de rosas. No tengo tiempo para probar a ver cómo me iría con ningún hombre.

—Bien. Porque sé que no te gustaría añadir leña al fuego sin querer.

—¿Qué fue lo que empezó el fuego? —pregunté.

—La tozudez, la imbecilidad, el ego —contestó con vaguedad.

Sabía que no podía esperar una respuesta directa de un hombre que era como un hermano para los Morgan.

—¡Oye, Naomi! ¿Podemos añadir al pedido un…? —Sloane se interrumpió.

La rubia menuda miraba boquiabierta a Lucian como si acabaran de asestarle un golpe a traición. Noté que todo el cuerpo de Lucian se tensaba.

El corazón me dio un vuelco al darme cuenta de que había traicionado a mi nueva amiga de alguna forma.

—Hola —intervine, con un hilo de voz—. ¿Conoces a…? —Pero mi incómoda presentación era innecesaria.

—Sloane —dijo Lucian.

La frialdad que rezumaba su tono me provocó un escalofrío, pero Sloane tuvo la reacción opuesta. Su expresión demudó y le llamearon los ojos con fuego esmeralda.

—¿Se celebra un congreso de gilipollas en el pueblo y no me he enterado?

—Tan simpática como siempre —le espetó Lucian.

—Vete a la mierda, Rollins. —Con esa despedida, Sloane giró sobre sus talones y se encaminó hacia la puerta.

Lucian todavía no había movido un dedo, pero sus ojos no se apartaron de Sloane mientras se alejaba. Sus manos, que seguían en mis caderas, me agarraban con fuerza.

—¿Listo para soltar a mis camareras, Luce? —gruñó Knox a mis espaldas.

Sobresaltada, di un grito. Había demasiada gente cabreada a mi alrededor. Lucian me soltó sin apartar los ojos de la puerta.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Está bien —terció Knox.

—Estoy bien.

Era evidente que era mentira. Parecía que el hombre quisiera cometer un asesinato a sangre fría. No estaba segura de a quién tenía que intentar ayudar primero.

—Mañana. Para cenar —le dijo a Knox.

—Sí, para cenar.

Después, se encaminó hacia la puerta.

Cosas que nunca dejamos atrásWhere stories live. Discover now