Héroe a regañadientes

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Exhalé con los dientes apretados.

—Oye, estoy cansado. Me han avisado de que Tina había vuelto a liarla en la cafetería y eso es lo que creía que me estaba encontrando.

Se tomó un largo trago de café mientras miraba a un lado y a otro de la calle, como si se estuviera planteando huir corriendo.

—Olvídalo —le dije—. Derramarías todo el café.

Cuando abrió esos preciosos ojos castaños de par en par supe que había dado en el clavo.

—Muy bien. Pero solo porque es el mejor café con leche que he probado nunca. Por cierto, ¿eso es lo que consideras una disculpa? Porque deberías saber que la forma en que le preguntas a la gente qué le pasa es una mierda ya de por sí.

—Era una explicación. O la tomas, o la dejas. —No perdía el tiempo haciendo cosas que no tenían importancia, como hablar por educación o disculparme.

Una moto tronó por la calle mientras Rob Zombie sonaba por los altavoces a todo volumen a pesar de que, a duras penas, eran las siete de la mañana. El tipo nos miró y aceleró el motor. Wraith ya había cumplido los setenta años, pero todavía era capaz de ligar lo que no está escrito con ese rollo de viejo tatuado que tenía. Intrigada, Naomi lo contempló con la boca abierta. Pero hoy no era el día en que la señorita Floricienta iba a explorar su lado más salvaje.

Le dediqué un gesto a Wraith que decía «lárgate», le arrebaté a Naomi su preciado café de la mano y empecé a caminar por la acera.

—¡Oye!

Me persiguió como sabía que haría. Podría haberla agarrado de la mano, pero no me había gustado la reacción que había tenido cuando la había tocado. Era una sensación complicada.

—Debería haberme quedado en la puta cama —musité.

—Pero ¿a ti qué te pasa? —preguntó Naomi, corriendo para alcanzarme. Alargó la mano para agarrar el café, pero lo sostuve lejos de su alcance y seguí caminando.

—Si no quieres acabar atada de pies y manos en la parte trasera de la moto de Wraith, te sugiero que te metas en la camioneta.

La hippie despeinada farfulló comentarios poco halagadores sobre mi personalidad y mi anatomía.

—Mira, si eres capaz dejar de dar el coñazo durante cinco minutos, te llevaré a comisaría. Podrás recuperar el puñetero coche y desaparecer de mi vida.

—¿Te han dicho alguna vez que tienes la personalidad de un puercoespín cabreado?
Hice caso omiso y seguí caminando.

—¿Cómo sé que no vas a tratar de atarme de pies y manos tú mismo? —preguntó.

Me detuve y le eché un vistazo de reojo.

—Mira, guapa, no eres mi tipo.

Puso los ojos en blanco con tanto ímpetu que no se le salieron de las cuencas y le rodaron por la acera de milagro.

—Ay, mira cómo lloro.

Bajé de la acera y abrí la puerta de copiloto de la pick-up.

—Sube.

Cosas que nunca dejamos atrásWhere stories live. Discover now