El peor día de mi vida

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Naomi

No tenía muy claras mis expectativas cuando entré en el Café Rev, pero, sin duda, no esperaba encontrarme con una foto mía detrás de la caja registradora bajo una cálida bienvenida que rezaba: «No servir». Un imán amarillo de una cara enfadada la sostenía.

En primer lugar, nunca había pisado Knockemout, en Virginia, y menos aún había hecho nada que me hiciera merecer un castigo tan atroz como es verme privada de cafeína. En segundo lugar, ¿qué tenía que haber hecho una en este pueblecillo amargo para que su foto estuviera colgada, al estilo policial, en la cafetería local?
«Amargo». Ja. Como el café que había venido a buscar. Madre mía, si es que era graciosísima cuando estaba cansada hasta para pestañear.
Bueno, y en tercer lugar, se trataba de una fotografía que no me hacía ninguna justicia. Parecía que hubiese estado jugando con una cama solar y un delineador barato. Justo entonces, la realidad se abrió camino en mi mente exhausta, aturdida y pendiente de un hilo.

Por enésima vez, Tina había logrado hacerme la vida un poco más imposible. Y, teniendo en cuenta lo que había ocurrido en las últimas veinticuatro horas, hasta me quedaba corta.

—¿En qué puedo…? —El hombre que había al otro lado del mostrador, el único que podía proporcionarme mi ansiado café con leche, dio un paso atrás y levantó dos manos grandes como platos—. Mira, no quiero problemas.

Era un tipo corpulento, de piel oscura y tersa, y con la cabeza, que tenía una bonita forma, rasurada. La barba bien recortada era blanca como la nieve, y divisé un par de tatuajes que se asomaban por el cuello y las mangas del mono de trabajo. En ese uniforme tan curioso, llevaba bordado el nombre de Justice.
Lo obsequié con mi sonrisa más encantadora, pero gracias a que me había pasado la noche conduciendo y llorando con pestañas postizas, parecía más bien una mueca.

—No soy yo —dije, mientras señalaba la foto con una uña que llevaba una manicura francesa desgastada—. Me llamo Naomi, Naomi Witt—
El hombre me observó con los ojos entrecerrados antes de sacarse unas gafas del bolsillo delantero del mono y ponérselas. Pestañeó y me inspeccionó de pies a cabeza. Advertí el instante en el que se daba cuenta.

—Somos gemelas —le expliqué.

—Ostras, joder —murmuró mientras se pasaba una de esas manazas por la barba.

Justice no parecía del todo convencido. Lo entendía. Al fin y al cabo, ¿cuántas personas tenían una gemela diabólica?

—Es Tina. Mi hermana. Había quedado con ella aquí. —Aunque la razón por la que mi gemela, con quien no tenía una relación estrecha, me había pedido que nos viéramos en un establecimiento en el que claramente no era bienvenida era otro interrogante que estaba demasiado cansada para plantearme.

Justice no me quitaba el ojo de encima, y me di cuenta de que estaba centrado en mi pelo. Sin pensar, me atusé el cabello y una margarita mustia cayó al suelo con un revoloteo. «Ups». Tal vez debería haberme mirado en el espejo del motel antes de salir a la calle como una mujer despeinada y desquiciada que volvía de vete a saber tú qué festival de locos.

—Mira —reiteré. Metí la mano en el bolsillo de las mallas cortas que llevaba y le lancé el carné de conducir—. ¿Lo ves? Me llamo Naomi, y me encantaría que me sirvieras un café con leche enorme.

Justice agarró el documento, lo analizó y luego volvió a inspeccionar mi rostro. Al fin, su expresión estoica se diluyó y esbozó una amplia sonrisa.

Cosas que nunca dejamos atrásWhere stories live. Discover now