SENTADA

2 1 0
                                    

Sentada con las piernas cruzadas en el centro de la cama extragrande, introduje los números de Zaymi y de Stacy en el celular móvil que Caimán había depositado al otro lado de mi habitación por la mañana. Tenía una suerte terrible y horrible con los móviles. Había dejado atrás un cementerio de teléfonos móviles, pilas de teléfonos que simplemente habían tenido la mala fortuna de acabar en mis manos, pero, al igual que había hecho con todos los anteriores, esperaba de verdad que en esa ocasión fuera diferente. Como el último móvil que me había comprado Zaymi, era un teléfono inteligente genial, pero este era una versión más nueva y sofisticada. Extrañamente, sin importar cómo colocara el dedo encima del pequeño botón, no me leía la huella dactilar. La tecnología. Suspiré. Dejé el teléfono sobre la cama enfrente de mí y pestañeé con ojos empañados. Había llorado tanto la noche anterior que me sentía como si tuviera papel de lija pegado al interior de los párpados. Había llorado hasta quedarme dormida en el suelo del cuarto de baño, entre los brazos de Rothitaebía de haberme llevado hasta la cama, pero no lo recordaba, aunque sí recordaba lo bien que me había sentido cuando me abrazaba. Ya no estaba cuando desperté, y no los había visto a él ni a Bambi ni una sola vez en todo el día. Supuse que la familiar se encontraría con él. Traté de no entrar en pánico por su ausencia, pero era difícil. Tal como estaban las cosas, había muchas oportunidades de que Cayman y Roth hubieran subestimado el alcance de la reacción de su Jefe ante las acciones de Roth del día anterior, con los Alfas y Tambor. Mis pensamientos deambularon de Roth hasta Zayne y después volvieron a Roth, formando un círculo infinito antes de que Sam y Stacey rompieran el ciclo. Haberlo perdido iba a doler de una forma horrible durante mucho tiempo, pero, por muy mal que me sintiera, seguía sin ser nada en comparación con el dolor de Stacey. Si perder a Sam me había enseñado algo, era a aprovechar la vida: aprovechar todo lo que tenía que ofrecer, incluyendo las lágrimas, la furia y la pérdida, pero, por encima de todo, la risa y el amor. Simplemente, aprovechar la vida. Porque era fugaz y veleidosa, y nadie, ni yo ni cualquiera que conociera, tenía la promesa de otro día, ni siquiera de otro segundo. Me levanté de la cama, tomé el teléfono y bajé hasta el piso inferior. Cuanto más me acercaba a la cocina, más fuerte notaba el aroma del paraíso. Beicon. Olía a beicon. El estómago me rugió, y aceleré el paso. Encontré a Cayman en la cocina, haciendo huevos en el fogón. Y, como esperaba, había beicon chisporroteando sobre una plancha junto a ellos. —Buenos días —dijo sin volverse. Tenía el pelo recogido con un broche de un rosa intenso con una mariposa deslumbrante unida a él. Una sonrisita apareció en mi cara—. ¿Te gustan los huevos revueltos o de otro modo? —Revueltos está bien. Me subí a un taburete que se encontraba junto a la gran isla del centro. —Bien. Mi clase de chica. —Dio la vuelta al beicon y después se dirigió hacia el frigorífico, dando vueltas a la espátula por el camino. Abrió la puerta, metió la mano dentro y sacó una botella pequeña de zumo de naranja. Se volvió y la lanzó en mi dirección, y yo la atrapé antes de que me golpeara en la cara—. También he comprado unas cuantas de estas. Bajé la mirada hasta la botella. —¿Cómo lo sabías? Él levantó las cejas, y después negó con la cabeza y se giró hacia el fogón. El beicon crujía y chisporroteaba mientras yo dejaba la botella en la mesa. Roth tenía que haberle dicho que el zumo de naranja me ayudaba con el ansia, al igual que cualquier cosa dulce. Cuando desperté, la familiar sensación de ardor en la boca del estómago se encontraba allí, a pesar de que había estado ausente el día anterior. Aun así, era algo menor en comparación con lo que estaba acostumbrada. —Y bueno, ¿qué tienes planeado hacer hoy? —preguntó Cayman, sacando los huevos y sirviéndolos en dos platos. —No lo sé. —Me pasé el pelo todavía húmedo por encima de un hombro y lo retorcí con las manos—. Iba a hablar con Zayne más tarde para ver si había oído algo de los Alfas, y después quería llamar a Stacey. Estoy… estoy preocupada por ella. —Lo superará. Parece una chica fuerte. —Lo es —asentí—. Pero perder a alguien es… —Imagino que es difícil, pero en realidad no lo sé. No he querido nada ni a nadie más que a mí mismo —respondió, y yo levanté una ceja al oírlo. Al menos, era honesto—. Tiene que ser un asco perder eso. —Pues sí. Le quité el tapón al zumo de naranja, sintiendo un peso en mi pecho. No tenía ni idea de cuánto tardaría en desvanecerse. Pensé en cuando Roth se había sacrificado; había habido momentos en los que la carga del dolor se aliviaba, pero siempre había resurgido con ganas de amarga venganza. Cayman reunió las lonchas de beicon y las extendió sobre nuestros platos antes de unirse a mí en la isla. Si alguien me hubiera dicho un año antes que estaría comiendo huevos revueltos y beicon hechos por un demonio, me habría reído en su cara y le habría dicho que las drogas eran muy caras. Desde luego, las cosas habían cambiado. Pinché un trozo de beicon. —¿Qué está pasando entre tú y Zayne? Casi me ahogué con el beicon. Se me humedecieron los ojos mientras tomaba el zumo de naranja y daba un gran trago. —¿Disculpa? —grazné. Una media sonrisa se formó en su cara mientras pinchaba unos huevos. —Tú y Zayne, la espléndida gárgola. ¿Qué está pasando entre vosotros? —¿Cómo sabes que está pasando algo? Cayman puso los ojos en blanco. —Cariño mío, hasta un ciego podría ver que hay una tensión enorme. ¿Alguna primicia? Un calor explotó en mis mejillas. Pues nada. —Eh… —No tenía ni idea de cómo responder a esa pregunta, porque ni siquiera yo estaba segura—. No lo sé. Me lanzó una larga mirada. —Ah, yo creo que sí lo sabes, pero todavía no estás preparada para expresarlo con palabras. Lo observé mientras me metía otro trozo de beicon en la boca. —Ah, ¿eso es lo que crees? —Sí. Esta mierda es complicada. Te entiendo, pero sé lo que está pasando de verdad aquí, así que voy a ser claro contigo. Bajó el tenedor, se inclinó hacia mí y me susurró la «verdad» al oído. Me aparté de golpe, con sus palabras reverberando (no, provocándome de verdad) en mi cabeza, y la furia creció dentro de mí con rapidez. Lo fulminé con la mirada, con la mano tensa sobre el tenedor. Algo de lo que había dicho era tan cierto que quería tirárselo a la cara de una patada. —No quiero hablar contigo de eso. Él se rio entre dientes. —Lo que tú digas. Ignorándolo, devoré el resto de mi desayuno, y después me levanté y dejé el plato y los cubiertos en el lavavajillas. Cuando lo miré, vi que seguía sonriendo. Crucé los brazos. —¿Dónde está Roth? —Ha salido. Esperé, pero no hubo respuesta. —¿Para hacer qué? —Cosas —replicó él—. Asuntos de demonio. Con un suspiro, me apoyé en la encimera. —Eres de mucha ayuda. Con un guiño, él sujetó su plato vacío entre dos dedos. El aire crepitó, y entonces unas llamas brotaron de las puntas de sus dedos y subieron por el plato. Abrí mucho los ojos mientras observaba al fuego haciéndolo desaparecer por completo. El tenedor fue lo siguiente en desaparecer entre las llamas. —Bueno, esa sí que es forma de limpiar —murmuré. —Tan solo es un truquito del gremio. —Se quitó las cenizas de las manos—. Pero volviendo a lo de no ser de mucha ayuda, tienes que saber que en realidad soy de mucha ayuda. Pregúntame cómo puedes recuperar el alma de Sam. Pestañeé. —¿Qué? Él soltó un suspiro. —Pregúntame cómo sacar el alma de Sam del Infierno. Ya sabes, para que puedas asegurarte de que vaya a donde se supone que tiene que ir. Creo que será más allá de esas grandes puertas perladas en el cielo. Descrucé los brazos con lentitud. —¿Sabes cómo recuperar el alma de Sam? —Sip. Aunque me parece que Roth preferiría que no te lo contara. Ahora quítate esa expresión de la cara, que parece que un pájaro te acabara de cagar en la cabeza. —Levanté las cejas de golpe. ¿De verdad tenía esa cara? Cayman continuó—: Puede que Roth conozca una forma, pero no creo que tenga la cabeza en eso ahora mismo. Sinceramente, no estoy seguro de querer saber dónde tiene la cabeza en este momento. La intranquilidad floreció en mi estómago mientras me acercaba a la isla de la cocina. Cayman me observó con atención. —Veamos. Hay un ser que vigila las almas ahí abajo, y tan solo ese ser puede liberar un alma. Al menos, la mayoría del tiempo. Si la persona no está completamente muerta y está rondando por el lugar intermedio, entonces tanto el Jefe como el grandullón del cielo tienen la opción de, o bien liberar el alma, o bien llevarla de vuelta. —¿Llevarla de vuelta? —Me incliné hacia él, colocando las manos sobre la fría superficie de granito—. Es decir, ¿traerla de vuelta de entre los muertos? Negó con la cabeza. —Nosotros no lo expresamos de esa forma en particular. Es más bien traerlos de vuelta desde el borde de la muerte. —Vale —murmuré, pero la esperanza se encendió y ardió con fuerza. Sabía que era una cabronada por mi parte que solo me preocupara el alma de Sam cuando había otras que también habían acabado de forma injusta en el Infierno, pero era lo bastante lista como para darme cuenta de que no iba a poder ir allí y salvar a todo el mundo. O a lo mejor sí podía. Mi espalda se puso rígida. Al menos, podía intentarlo—. Cuestión de semántica —dije. —Tú lo llamas «semántica», y yo lo llamo «equilibrio del universo». Lo miré fijamente durante un momento, y después continué. —¿Podemos resucitar a Sam, ya que…? —No, mi dulce e increíblemente ingenua niña, no puedes resucitarlo. —Cayman apoyó los codos sobre la encimera y dejó la barbilla sobre la mano—. Sam está muerto. En plan muerto, muerto. La decepción me aplastó, pero todavía había algo a lo que aferrarme. Si no podíamos resucitar a Sam, podíamos asegurarnos de que su alma se encontrara en el lugar correcto. —¿Cómo funciona? Lo de recuperar un alma y asegurarse de que esté en el lugar correcto del más allá. —Bueno, cuando una persona muere, los Alfas deciden adónde va su alma. Generalmente, el alma va adonde tiene que ir. No hay negociaciones, súplicas ni quejidos. Si tiene que ir ahí abajo, ahí es adonde va. —Hizo una pausa—. Salvo que su alma sea arrebatada por un Lilin… o por alguien como tú. En esas circunstancias, tan solo va en una dirección. Es un asco. Es totalmente injusto, pero así es como son las cosas. «Alguien como tú». Normalmente, el recordatorio de mi naturaleza habría sido como un golpe en la cara, pero aquella… aquella habilidad era parte de mí. No me convertía en malvada. Volví a sentarme sobre el taburete y tomé el zumo de naranja. —¿Cómo recuperamos su alma, Cayman? —Tienes que hablar con Ángel. Sentí que mis labios se apretaban. —¿Ángel? —Cayman sonrió, pero no dijo nada. Tardé un momento, pero entonces lo comprendí. Balanceándome sobre el taburete, me sorprendió no caerme directamente—. ¿Ángel, en plan el Ángel de la Muerte? —No le gusta que lo llamen así, porque esa es una versión corrupta de su nombre. —Cayman giró en su taburete, un círculo completo—. Ni siquiera podrías pronunciar su nombre real, así que dejémoslo en Ángel. A él le parece bien. Es el guardián de las almas ahí abajo, y el único que puede liberarlas. Medité sobre ello durante un momento. —¿Es majo? Cayman se detuvo en mitad del giro y echó la cabeza hacia atrás, riéndose mucho y fuerte. —No, mi increíblemente dulce e ingenua niña, no lo es. Es tan viejo como el tiempo, y tiene el temperamento de alguien que se ha cagado en la cama y ha estado todo el día revolcándose en ella. Arrugué la nariz. —Puaj. —El aspecto positivo es que es bastante sencillo bajar a los fosos de fuego. Tan solo tienes que tomar uno de los ascensores de los Palisades —continuó, haciendo referencia al edificio de apartamentos donde Roth vivía normalmente, que también albergaba un club demoníaco—. Pero no puedes llevarte a Roth contigo. El Jefe todavía está cabreado, al igual que algunos de los demás demonios de Nivel Superior. Si le ponen las manos encima, van a retrasarlo. —Entonces… ¿entonces tendría que ir sola? —Un escalofrío descendió bailando por mi columna—. ¿Al Infierno? —Es lo más probable. Yo iría contigo, pero… Bueno, en realidad no quiero hablar con Ángel. —Tu apoyo significa muchísimo para mí —murmuré, y después di un trago del zumo de naranja—. Todo esto parece demasiado sencillo. ¿Solo tengo que bajar en ascensor hasta donde está Ángel y pedirle el ama de Sam? Cayman volvió a reír. —Estoy comenzando a pensar que tu encantadora ingenuidad es en realidad una adorable idiotez. Eres como la versión cuqui del tonto del pueblo. —Vaya. —Fruncí el ceño—. Desde luego, tú sí que sabes cómo alimentar el ego de una chica. Volvió a girar sobre el taburete, y el broche de la mariposa se deslizó en su pelo. —¿Qué puedo decir? Mi área de experiencia son los chicos. Pero volviendo al tema que tenemos entre manos… no, recuperar el alma de Sam no va a ser tan fácil como eso, pero, por suerte para ti, tendrás algo de tiempo para planear tu estrategia. Ángel no está ahí abajo ahora mismo. Está… fuera, algo así como de vacaciones. —¿El Ángel de la Muerte se va de vacaciones? La incredulidad inundaba mi voz. —Si llevaras más de dos mil años haciendo un trabajo, tú también necesitarías unas vacaciones. —Sus rodillas chocaron con las mías—. Vale. En realidad no está de vacaciones, pero en este momento se encuentra en un lugar mucho más agradable que los fosos. Tiene dos trabajos. —¿Qué significa eso? Y no vuelvas a llamarme idiota. No estoy familiarizada con todos tus asuntos demoníacos. Cayman echó un vistazo hacia el techo y después miró hacia el suelo. —¿Lo pillas? —¿Está ahí arriba? —Señalé el techo—. ¿Y también abajo? ¿Va a ambos lugares? —Por supuesto. Es el Ángel de la Muerte, lo que significa que en realidad es un… Bueno, ya sabes. Voy a darte ejemplos, y tú puedes adivinar lo que es en realidad. —Cayman unió las manos con una palmada—. Tiene alas, y… —Un ángel —lo atajé—. Es un ángel. La expresión de Cayman decayó. —No eres nada divertida. No sabía demasiadas cosas sobre las diferentes clases de ángeles, pero estaba claro que estábamos hablando del Ángel de la Muerte, tal vez el original, así que suponía que tenía sentido que dividiera su tiempo entre el Cielo y el Infierno. Sinceramente, en realidad me daba igual. Lo importante era que había algo que podíamos hacer por Sam, y tal vez, si tenía suerte, por todos aquellos que el Lilin había sentenciado al Infierno. —Volverá pronto, el viernes que viene sobre esta hora. —Cayman se inclinó hacia mí, me pellizcó la nariz, y después se rio cuando le aparté la mano de un tortazo —. Porque esa es tu única opción, ir ahí abajo. No vas a subir. Bah, pues claro. Pero el viernes estaba a seis largos días de distancia. Tragué saliva con fuerza. —No sé si puedo esperar tanto tiempo. El alma de Sam… —No tienes elección, Layla. —El tono juguetón desapareció—. Nadie puede liberar su alma salvo Ángel, y no hay forma de que entres en los cielos para hablar con él. Ninguna en absoluto, especialmente ahora. Agucé el oído. —¿Especialmente ahora? ¿Qué diferencia hay entre hoy y ayer? Nunca había pensado que pudiera entrar en el Cielo… espera. ¿Sabes algo sobre mis alas, sobre por qué tienen plumas? Sus labios se crisparon. —Dices «plumas» como si fuera un peinado malo. Claro que el pelo con plumas es horrible. —Cayman —rezongué, perdiendo la paciencia. —¿Por qué preocuparte por tus alas increíblemente superiores cuando tienes a un Lilin que va a darse cuenta muy rápido de que no hay forma alguna en el santo Infierno de que Lilith vaya a quedar en libertad? No es ninguna broma; el Jefe la tiene encerrada. No va a ir a ninguna parte, mi pequeño pastelito glaseado. Fruncí los labios. Sus palabras de cariño no eran demasiado cariñosas. —¿Y qué crees que va a hacer el Lilin cuando se dé cuenta de que vuestra mami querida no va a quedar libre y de que no hay nada que pueda hacer al respecto? — continuó. Levantó los brazos y meneó los dedos. Era muy teatral—. El resultado será el caos, ¿y qué crees que ocurrirá cuando llegue el caos? Los Alfas intervendrán, y habrá tantos de ellos que Tambor acabaría con dolor de estómago tratando de comérselos a todos. No queremos que eso pase. Palabrita. Abrí la boca. —¿Y por qué preocuparte por tus acicaladas alas cuando tienes a un clan entero de Guardianes que acaban de descubrir que en realidad no estás muerta? —siguió preguntando—. Porque, créeme, ya lo saben. Zayne no se lo diría, pero los Alfas sí. Algunos no van a estar muy contentos por tu supervivencia. Oh, no, caramelito. Y después está todo el asunto de los brujos, y no me preguntes lo que querían a cambio de salvarte el culo, porque no voy a ser yo el mensajero de esa mala noticia. Cerré la boca de golpe. Por todas las gominolas, estaba comenzando a sentirme superestresada. Él no había terminado. —¿Y por qué estresarte por las alas en general cuando vas a romperle el corazón a alguien? —¿Qué? —pregunté con brusquedad. Cayman se levantó del taburete, todo sonrisas. —Dejemos ya de jugar, peluchito mío. Zayne está enamorado de ti. Roth está enamorado de ti. —Inhalé con brusquedad, pero el aire se quedó atrapado en mi garganta—. Los dos harían cualquier cosa por ti… vivir, respirar y morir por ti, pero no puedes tenerlos a ambos, Layla. Mis manos cayeron hasta mis muslos, y entonces solté un suspiro. —Ya lo sé. —Y también sabes cuál es el de verdad —continuó, observándome con atención —. Ya sabes, el amor eterno y tal… así que, ¿por qué estás prolongando esto? —Yo no estoy prolongando nada —protesté—. Tenía la cabeza ocupada, ¿sabes?, con eso de que me mantuvieran prisionera y de que después casi me matara mi propio clan. Luego me quedé aquí encerrada para recuperarme, y después ocurrió lo de ayer. —Frustrada, me bajé de un salto del taburete y caminé alrededor de la isla—. Y a lo mejor no creo que sea el momento adecuado para estar con ninguno de ellos. ¿Alguna vez te has planteado eso? Cayman inclinó la cabeza hacia un lado. —¿Cuándo hay un momento adecuado para entregar tu corazón por completo a otra persona? Siempre va a haber obstáculos. Tan solo tienes que decidir cuáles son los que merecen la pena. —Lo que tú digas. Crucé los brazos, y él me imitó. —No seas cobarde. —¿Disculpa? —No. Seas. Cobarde —repitió, y me planteé brevemente tomar el jarrón que había en el centro de la isla y lanzárselo—. No tomar una decisión es la salida del cobarde. Los quieres a los dos. Lo entiendo. Pero no sientes la misma clase de amor por ambos, y cuanto antes lo aceptes, mejor. —¿Me puedes recordar por qué estamos hablando de esto? ¿Y por qué te preocupa siquiera? Cayman sonrió. —Porque soy un demonio muy preocupado. —Uf —gruñí, levantando las manos mientras la frustración y el pánico luchaban en mi interior. Cayman hablaba como si fuera muy sencillo, como si yo no fuera a perder a uno de los dos, pero sí que iba a hacerlo. Puede que fuera egoísta, pero la idea de no tenerlos a ambos en mi vida me aterrorizaba—. Puedes llegar a ser muy molesto. —Haz el amor, no la guerra —dijo con una sonrisa. Me limité a fulminarlo con la mirada—. Haz el amor con el chico adecuado —añadió—. Solo quería aclararlo. —Ay, Dios mío —gimoteé, inclinándome hacia delante y poniendo la cabeza contra la encimera. Me quedé así incluso después de notar que Cayman salía de la habitación, y probablemente también de la casa, porque tras unos momentos ya no sentía a ningún demonio. La verdad es que la encimera de granito estaba fría y pulida, y resultaba agradable contra mi cara enrojecida. A lo mejor me quedaba así durante todo el día. Parecía un buen plan. Mejor que… No, no era mejor que escuchar lo que Cayman había dicho sobre Zayne y Roth. Tenía razón. Ay, Dios, tenía toda la razón, y daba muy mal rollo. Estaba enamorada de ambos. Lo estaba de verdad, y la idea de hacer daño a uno de ellos, o de perder a uno de ellos, hacía que me entraran ganas de vomitar, pero Cayman también tenía razón con unas cuantas cosas más. No podía tenerlos a ambos. Y lo que sentía por ellos era diferente. No había forma de ocultar eso; siempre había sido así. Los dos me hacían feliz. Los dos me hacían reír. Los dos me llenaban de anhelo y hacían que mis partes de chica tuvieran toda clase de alegrías. Pero solo uno de ellos me hacía… Bueno, tan solo había uno con el que sabía que siempre sería feliz, uno con el que siempre me reiría. Uno con el que hacía algo más que anhelar, más bien ansiar, y cada segundo que pasaba ignorándolo era un segundo que no iba a poder estar con él; un segundo en el que no viviría una vida con amor, amor de verdad, del que duraría. A pesar de lo que había dicho Cayman, no estaba segura de que los dos estuvieran enamorados de verdad de mí. No estaba dentro de sus cabezas, pero a fin de cuentas lo que ellos sintieran no era la cuestión. Era lo que yo sentía, y no era capaz de llegar a un acuerdo. Y tampoco esperaba que ellos lo hicieran. Mi frente estaba comenzando a quedarse pegada al granito. Por primera vez en días, me permití pensar de verdad en las palabras de Roth, las que creía haber imaginado antes de desmayarme por las heridas y por lo que quiera que me hubieran dado los brujos. «Te quiero, Layla. Te he querido desde el primer momento que oí tu voz y voy a seguir queriéndote. Pase lo que pase. Te quiero». Roth básicamente había confirmado que de hecho había escuchado esas palabras, pronunciadas con esa dulce urgencia, pero había una parte de mí que no podía creérselo. O a lo mejor no quería hacerlo, porque cuando pensaba en lo que había dicho Roth, también recordaba lo que había dicho Zayne al verme ahí de pie, en el salón de Stacey. «Lo habría sabido si una parte de mi corazón hubiera desaparecido». Sentía como si todo mi ser estuviera aplastado, hasta el punto de sentir dolor. Estaban todos los secretos que me había contado Zayne, cómo había esperado… por mí. Aun así, me había pasado años deseándolo, y nunca había parecido posible que alguna vez fuera a tenerlo. A lo mejor estaba demasiado aterrorizada como para… Perdida en mis propios pensamientos, no reconocí la conciencia que se filtró en mi piel alertándome de que había otra presencia en la casa hasta que una voz profunda retumbó a través de la cocina. —¿Qué diantres estás haciendo, enana? Di un respingo y levanté la cabeza mientras presionaba la palma contra mi pecho. Con el corazón latiendo con fuerza, observé a Roth caminar hacia la isla y detenerse. Estaba vestido de forma muy parecida a la noche anterior, salvo porque llevaba una camiseta térmica de color blanco que complementaba de verdad el tono dorado de su piel. —Estaba… estaba pensando —dije, alisándome el pelo con las manos—. Pensando en cosas. Él apoyó una cadera contra la isla. —¿La encimera te estaba ayudando a pensar? Apreté los labios. —A lo mejor. La mirada de Roth descendió, y después volvió a subir hasta mi cara con lentitud. Había un calor agradable en sus ojos que me provocaban una clase de escalofrío muy diferente. —Esa es una forma extraña de pensar, enana. —Sí, lo sé. Cayman… eh, me ha hecho el desayuno. —Jugueteando con mi pelo, me rodeé los dedos con las puntas mientras Roth comenzaba a caminar otra vez. Se estaba acercando más a mí—. Y me ha comprado un teléfono móvil. —Yo le dije que te comprara el móvil —respondió, con los ojos leonados iluminados—. Pero lo del desayuno ha sido muy amable por su parte. Eso sí que ha sido idea suya. —Ha sido muy amable. —Mi corazón no se había ralentizado, y no ayudó que se acercara todavía más—. ¿Dónde has estado? Se detuvo enfrente de mí. —Estaba comprobando la casa de Sam. Me pareció que sería una buena idea. — Estiró la mano hacia mí, entrelazó los dedos con los míos y los apartó de mi pelo—. No tengo buenas noticias. —¿No? Roth negó con la cabeza mientras sujetaba mis manos con las suyas. —Su familia está muerta. En sus camas. —Su expresión se volvió tensa, sombría —. Y llevan muertos al menos un par de días. Dado que no he visto ningún espectro, no parece que les arrancaran las almas. Había un… un desastre ahí. Cerré los ojos con fuerza, sin poder reprimir el estremecimiento. No tenía que preguntar a qué se refería con lo del desastre. —¿Por qué mataría el Lilin sin arrebatar un alma? Sus pulgares acariciaron el interior de mis manos. —Porque puede. No hay otra razón que esa. —Dios. La única ventaja era que la familia de Sam iría al lugar a donde tenían que ir, dado que todavía tenían sus almas. —En realidad me lo esperaba, para ser sincero. Pensé en ello anoche, pero no quería marcharme hasta asegurarme de que te encontraras bien. —Sus manos cálidas se deslizaron hasta mis muñecas, y cuando abrí los ojos, me estaba mirando fijamente desde arriba—. Siento tener que traerte estas noticias. Odiaba el hecho de que más vidas inocentes se hubieran perdido. Había visto a los padres de Sam unas cuantas veces. Molaban bastante, y eran tan extraños y adorables como él. —Espera. Sam tiene una hermana. Es más joven, y… Un músculo palpitó en su mandíbula mientras Roth bajaba la mirada, y entonces lo comprendí. Roth no había hablado de sus padres. Había dicho «su familia». Los huevos y el beicon se revolvieron en mi estómago, y deseé no haber comido nada. —He hecho una llamada anónima a la policía. Lo más probable es que ya estén en la casa. Aunque lo que parece que es Sam está en pie y caminando por ahí, con su familia… fallecida, el Lilin va a verse obligado a no ir al instituto y permanecer alejado de los estudiantes de allí. Va a tener que ser cuidadoso. No es que vaya a ser fácil arrestarlo, pero dudo que quiera esas molestias añadidas. El pecho me dolía con fuerza mientras murmuraba: —Eso ha sido muy inteligente. Roth se acercó todavía más. —Supuse que para Stacey… y para ti, sería más fácil si todo el mundo asumía que estaba muerto, o bien pensaba, bueno, que era un asesino, y mejor ahora que más tarde. Si el Lilin puede pasearse por el instituto como Sam, significa que Stacey tendría que soportar esa pérdida una y otra vez. Dirigí la mirada hacia la suya. —Eso ha sido muy considerado. Roth formó con la boca la palabra «considerado», como si nunca antes la hubiera oído, o no comprendiera de verdad lo que significaba. —Voy a ser sincero, ¿vale? —¿Está bien? —Me cae bien Stacey. No me malinterpretes. Esa chica es genial, y muy divertida, pero en realidad estaba pensando en ti. —Sus ojos se clavaron en los míos —. Después de ver cómo te dejaba destrozada anoche, sabiendo que todavía estás destrozada, no quiero que sientas todo eso otra vez cuando tan solo estás empezando a sanar. Oh. Oh, vaya. —Así que no me des crédito por algo que no soy —terminó, soltando mis manos. Mientras retrocedía, yo me apoyé en la isla, aturdida por completo. —No creo que te des suficiente crédito, Roth. Él miró por encima del hombro mientras se volvía. —Sé lo que soy. De eso se trataba. No me parecía que el propio Roth tuviera ni idea de lo que era, de lo que existía muy profundamente en su interior, lo que importaba de verdad. Las palabras de Cayman, las susurradas, reverberaron otra vez por mis pensamientos, y entonces aparté la mirada. Ocurrían demasiadas cosas en esos momentos, y demasiadas cosas eran un desastre. Pero tenía que comenzar por alguna parte para resolverlo todo, y sabía por dónde. —Tengo que hacer algo. Rita fue hasta el frigorífico y sacó una botella. No se dio la vuelta, pero hubo un sospechoso sonido siseante mientras le quitaba el tapón. Respiré hondo y seguí hablando. —Tengo… tengo que ver a Zaymi. Sus hombros se tensaron y después cayeron mientras se llevaba la bebida a los labios. —Ya me lo imaginaba —dijo, y yo miré fijamente la línea rígida de su espalda. —rita… No me dejó terminar. —Voy a invocar a Caimán para que vuelva. Te llevará a donde necesites ir.  Entonces me miró, y el aliento se me entrecortó. Había una vulnerabilidad en su expresión que nunca antes había visto, una tristeza enorme y terrible que disminuía el brillo de sus ojos—. Sé que confías en Zaymi, y… y que te importa, pero no confío en los demás. Además, están los problemas con los Alfas grandes. Caimán irá contigo. Antes de que pudiera decir nada más, ni protestar siquiera, rita desapareció. En un pestañeo, había desaparecido y yo me quedé mirando el espacio donde había estado.

AMOR POR CONTRATOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora