NUNCA HABIA

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Nunca había sido de las que se desmayan, pero casi besé el suelo cuando soltó esa

pequeña bomba. Alterada y muy perturbada, volví a sentarme.

—¿Elijah es su padre? —El tono de Zayne estaba teñido por la impresión—.

Tienes que estar de broma.

—De ningún modo —replicó Abbot, y tomó aliento con cansancio—. No supe

que el demonio era Lilith hasta que años más tarde encontramos a Layla en la casa de

acogida.

Pestañeé con lentitud, pero la habitación seguía estando borrosa.

—¿Sabía que yo era su hija?

—Así es.

—Pero él… él me odia. —Me recliné sobre los cojines de flores—. Siempre me ha

odiado. —En cuanto las palabras salieron por mi boca, finalmente comprendí por qué

—. Dios, debo de haberle recordado…

—¿Su falta de juicio? —Abbot fue hasta donde me encontraba, hablando en voz

baja—. Jamás pudo aceptar la parte de ti que era él.

Giré la cabeza.

—¿No quiso matarme cuando me encontrasteis?

Abbot apartó la mirada.

Tomé un aliento entrecortado.

—Sí que quiso. Vaya. Ni siquiera… —Mis ojos buscaron una respuesta en la cara

de Abbot—. ¿Evitaste que me matara y sabías que era mi padre?

Nuevamente, no dijo nada. Fue Geoff quien intervino.

—La cicatriz que tiene Elijah no se la hizo un demonio. Abbot lo detuvo aquella

noche y te acogió. Después de todo, tienes sangre de Guardián en tu interior.

—Oh, Dios mío. —Negué con la cabeza—. Esto es…

Demasiado.

Los ojos de todos estaban sobre mí, una mezcla de sorpresa y lástima. Era

demasiado descubrir aquello y no disponer de un momento para asumirlo realmente

sin tener público.

Me puse en pie y pasé junto a Abbot a ciegas. Alguien me llamó, pero no me

detuve hasta llegar a mi habitación. Me senté en la cama y miré una mancha en la

pared. Nada más parecía importar en ese momento. Elijah era mi padre; el Guardián

que me odiaba con la fuerza de mil soles, el mismo Guardián que quería verme

muerta. Probablemente hubiera ordenado a Petr que me matara.

Oh, Dios mío…

Noté unas fuertes náuseas. Petr había sido mi medio hermano. Ese asqueroso hijo

de…

Había tomado el alma de mi hermano.

Me tumbé de costado, me aovillé y cerré los ojos para detener la quemazón que no

tenía nada que ver con lo que había sucedido en el instituto. Un temblor comenzó en

mi pierna y ascendió hasta mis dedos. Me los apreté contra el pecho.

¿Cómo asumía uno algo así? Dudaba que hubiera formas de sobrellevarlo que no

hubiera aprendido todavía. No sabía qué era lo que me ponía más enferma, que mi

AMOR POR CONTRATOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora