LUCÍA

36 10 15
                                    

  Sus pequeños dientes afilados le mordieron el lóbulo de la oreja mientras
deslizaba la mano hacia abajo y movía sus dedos ágiles en el cinturón.
—¿Pero sabes qué, Lucia?
—¿Qué? —Se llevó el vaso bajo y pesado a los labios y se bebió el potente líquido de un trago sin pestañear. El burbon se deslizó por su garganta
y le calentó el estómago mientras miraba el cuadro que había sobre la barra.
No era de los mejores que había allí, pero esas llamas tenían algo que le
gustaba. Le recordaban al ardiente descenso a la locura.
Ella le desabrochó el cinturón.
—Voy a asegurarme de que no vuelvas a pensar en nadie más.
—¿En serio…? —Se detuvo y frunció el ceño, buceando en su memoria.
¡Carajo!
Se había olvidado de su nombre.
¿Cómo se llamaba esa mujer? Las llamas púrpuras y verde del lienzo no iban a darle la respuesta. Respiró hondo y estuvo a punto de ahogarse con su perfume dulce. Sintió como si le hubieran vomitado un montón de fresas en la boca.
El botón de sus pantalones se soltó y el sonido amortiguado de la
cremallera bajando resonó en la espaciosa habitación. Un segundo después, la
mano de ella descendió por la cintura de los boxers, hasta el lugar donde
descansaba su pene.
Y entonces detuvo la mano en seco. Parecía haber dejado de respirar.
—¿Lucia? —preguntó ella con tono sugestivo. Sus cálidos dedos se cerraron en torno a su miembro medio erecto.
La obvia falta de interés de su cuerpo hizo que Lucian torciera el labio disgustado. ¿Qué le pasaba? Tenía a una mujer impresionante tocándole el
pene y él estaba tan excitado como un colegio en una habitación llena de chicas.
Estaba… ¡Carajo! Solo estaba aburrido. Aburrido de ella, aburrido de sí
mismo, aburrido de todo. En circunstancias normales, esa mujer era su tipo.
Habría pasado un buen rato con ella y no la habría vuelto a ver jamás. Nunca
se acostaba dos veces con la misma mujer, porque si lo hacía, corría el riesgo
de crear un hábito, y luego a uno le costaba mucho romper los hábitos.
Además de que alguien siempre acababa albergando sentimientos, y nunca era
él. Pero se había… hastiado de todo eso.
La sensación de estar harto, de no importarle nada, llevaba persiguiéndole
desde hacía un par de meses, asfixiando casi todas las facetas de su vida. La

AMOR POR CONTRATOSWhere stories live. Discover now