LOS MÚSCULOS

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Los músculos que había debajo de su fina camiseta se tensaron con el movimiento.
–Algo te molesta.
A veces odiaba de verdad que Zaymi pudiera leerme tan bien. Que cuando me
miraba, como estaba haciendo en esos momentos, me sintiera como si pudiera descubrir
todos mis secretos solo con esa mirada. Pero eso no significaba que estuviera dispuesta a
ponerme a compartirlo todo.
Zaymi soltó un suspiro.
–Llevas todo el día evitándome.
–No es verdad.
–Sí que lo es. –Cerró los ojos y encogió un solo hombro–. Algo te pasa.
Retorcí un largo mechón de mi cabello alrededor de un dedo y le hice una mueca a
Zaymi, aunque no pudiera verla.
–No te estaba evitando. –Una completa mentira–. Es solo tu inseguridad la que
habla.
Abrió un ojo.
–¿Perdón?
–Ya me has oído –dije, tratando de ocultar mi sonrisa–. No te estaba ignorando. He
estado muy ocupada hoy.
El otro ojo se abrió mientras bajaba el brazo y lo ponía sobre el respaldo del sofá. Ya
tenía toda su atención.
–No has hecho una mierda hoy, salvo quedarte en tu habitación y mirar a ver Netflix
mientras trataba de morderte los pies –señaló, y yo entrecerré los ojos–. ¿Por qué no
podías dormir?
Continué retorciendo mi cabello en una cuerda grande.
–No podía y ya está.
Pasaron unos cuantos momentos de silencio.
–En realidad, me alegra que estés despierta. Quería hablar contigo de una cosa. Tiene que ver con rita.
Pronunció su nombre como si fuera alguna nueva enfermedad de transmisión sexual.
–¿De verdad tenemos que hablar de él?
–Sí. –Frunció el ceño–. Deja de jugar con el pelo.
Mis dedos se quedaron inmóviles y bajé la mano, devolviéndole el ceño fruncido.
–¿Qué pasa con rita?
–No confío en él. No solo porque sea un demonio, sino por… Bueno, por lo que
puede o no puede significar para ti. –Sus ojos aún no se habían separado de mi cara–.
Es… No importa. Sé que vas a verlo en el instituto, pero no quiero que salgas corriendo
con él a solas.
Le lancé una mirada afilada. La frustración de antes regresó, provocándome un
cosquilleo en la piel y haciendo que Bambú se agitara.
–Sí, porque eso era exactamente lo que estaba planeando a hacer.
–Mira, no digo que fueras a hacerlo, pero sé que vas a querer descubrir más sobre el
Leydi, y no quiero que estés a solas con él. –Abrí la boca–. Solo porque no quiero ver
cómo te hace más daño –añadió.
Y, en realidad, ¿qué podía decir ante eso? Sin embargo, ¿podía ser que fuera algo
más? Solo Dios sabía lo que rita y Zaymi se habían dicho, y ahora que Zaymi sabía
todos los detalles sobre lo que había pasado con rita, tan solo podía suponer qué era lo
que estaba pensando.
Desde debajo de las pestañas lo observé estirarse de forma fluida, como un gato con
el estómago lleno. Zaymi era superprotector conmigo, pero eso no significaba que
estuviera celoso ni que estuviera enamorado de mí.
–Además, hay otra razón por la que he venido pronto a casa –continuó, arrastrando
las palabras perezosamente–. Estaba seguro de que me echabas de menos.
–No creas. –Le tiré el colchón a la cabeza, y él lo sujetó en el aire un segundo antes de
que le golpeara en la cara–. En absoluto.
Él se puso el cojín detrás del cuello, observándome.
–Eres una mentirosa terrible.
No podía saber lo mucho que se parecían sus palabras a las de rita, y yo no iba a
decírselo.
–No estoy mintiendo.
Sus labios se crisparon como si quisiera sonreír.
–Ajá cómo digas.
Me incliné hacia delante y tiré sus piernas del sofá. Cayeron al suelo, pero él volvió a
levantarlas.
–No seas cría, bicho.
Aparté la mirada y respiré hondo, intranquila por la inquietud que sentía.
–No me llames así. Ya no soy una niña pequeña.
–Créeme, sé que no lo eres.
Me volví hacia él y estuve a punto de decir algo sarcástico, pero las palabras se
perdieron en mi lengua. No estaba de broma. Carajo, lo decía en serio. Y esa mirada, la
forma en la que sus párpados estaban algo caídos y sus labios separados, decía algo a lo que no estaba acostumbrada, pero que había visto en él el día que entró en mi habitación mientras me estaba cambiando.
Nos miramos fijamente, en silencio. Nada y todo cambió entre nosotros en un
instante. Una densa tensión flotaba en el aire, cubriéndome como una manta demasiado
cálida. Sus ojos relucían como zafiros bajo la tenue luz, provocándome un escalofrío a
pesar de que sentía que estaba ruborizada otra vez.
Se incorporó un poco, y volví a pensar en lo que había dicho Danila.
Quería huir de allí.
Y eso es lo que hice. Me puse en pie con rapidez y me alisé el pelo con las manos,
esperando que no se diera cuenta de cómo me temblaban.
–Hablar tanto me ha dejado cansada. Me voy a la cama. Buenas noches.
Zaymi arqueó una ceja y se quedó en el sofá.
Prácticamente salí corriendo de la habitación y subí la escalera. ¿Qué demonios
acababa de pasar ahí? No lo sabía, pero reconocía la pesada sensación de no tener aire en
el pecho. Tenía que ser la falta de sueño y mi imaginación demasiado activa.
Una vez que estuve en la habitación, me quité la rebeca y los calcetines y me forcé a
poner la mente en blanco. No era tarea fácil. Mientras apartaba las mantas, la puerta de
mi habitación se abrió, haciéndome dar un gritito.
Zaymi atravesó la puerta, todavía descalzo, y cruzó los brazos por delante del pecho.
¿Y si hubiera estado desnuda? Mis mejillas se volvieron de un escarlata intenso al darme
cuenta de que la delgada camiseta no ocultaba demasiado.
Esforzándome por no cruzar los brazos sobre los pechos, me quedé inmóvil.
–¿Qué quieres ahora?
–Nada. –Caminó hasta la cama, se sentó y estiró su larga figura. Dio unas palmaditas
al punto que había junto a él–. Ven aquí.
–¿Zaymi…? –Me moví con incomodidad, queriendo al mismo tiempo huir de la
habitación y sentarme en la cama junto a él–. Estás siendo muy molesto esta noche.
–Tú eres molesta todas las noches. –Volvió a dar unas palmaditas en la cama, y un
mechón de pelo cayó sobre sus ojos–. Deja de actuar de una forma tan extraña, tania.
¿Cómo que era yo la que estaba actuando de forma extraña? Vale. Tal vez estuviera
un tanto nerviosa. Que se apropiara de mi cama como si fuera suya no era nada nuevo.
Carajo, incluso había dormido en ella un par de noches antes.
Pero todo parecía diferente después de lo que había dicho Danila.
–¿Vienes? –murmuró, observándome. Respiré hondo y me metí en la cama. Él se
tumbó de costado y su pierna rozó la mía–. Bonitos pantalones de mezclilla.
Por supuesto que iba a fijarse en mis pantalones cortos de la gatita Kitty.
–¿Podrías no hablar?
Se rio entre dientes.
–Menudo humor tienes esta noche. ¿Es por la masa de galletas marías?
Me puse de costado para mirarlo. Había poco espacio entre nosotros, y cerré la boca,
pero lo más extraño sucedió cuando nuestros ojos se encontraron. Contuve el aliento
mientras miraba fijamente la cara que conocía como el dorso de mi mano. Podía cerrar
los ojos y todavía conocería cada una de sus expresiones, salvo la que tenía en ese
momento. Aquella era algo nuevo, completamente inexplorado.
Y daba miedo; era increíblemente terrorífico, porque nunca me había planteado en
serio que Zaymi correspondiera mis sentimientos nada normales hacia él. Era terrorífico
por lo que quería hacerle, por lo que podría hacerle. Y había algo más; estaba rita y ese
sentimiento estúpido e irracional de que estaba haciendo algo mal. Básicamente se había
sacrificado por mí… y después me dijo que nada de lo que había dicho o hecho alguna
vez respecto a mí importaba nada.
Me puse boca arriba y miré el techo. Mi pecho subía y bajaba con una respiración
entrecortada e irregular. Su aroma invadía mis sentidos y mis dedos descansaban contra
mi estómago, abriéndose y cerrándose.
–¿Qué pasa, bicho? –preguntó.
–Nada –susurré.
–Mentira.
Zaymi se movió de repente y se incorporó sobre un brazo con tanta rapidez que el
aire salió de mis pulmones en una ráfaga. Me miró con los labios entreabiertos como si
estuviera a punto de hablar, pero pareció perder el hilo de lo que iba a decir. No pasaba
nada. Yo tampoco tenía ni idea de lo que estábamos hablando.
Apenas había tres o cuatro centímetros de separación entre nuestros cuerpos.
Estábamos tan cerca que las puntas de su pelo me rozaban las mejillas. Su mirada bajó
hasta el cuello de mi camiseta. Estaba bajo, mostrando más de lo que debería haberme
hecho sentir cómoda. La cabeza de Bambú descansaba sobre la curva de mi pecho
derecho. Otra vez.
–Le gusta mucho poner la cabeza ahí, ¿verdad? –preguntó Zaymi con voz áspera.
–Supongo que para ella está blando. –En cuanto esas palabras salieron de mi boca
quise pegarme una patada en la teta blanda–. Dios –gruñí–. A veces tengo que…
Zaymi puso un dedo sobre mi barbilla, silenciándome. El ligero toque me provocó
un montón de sensaciones: sed, necesidad, un deseo tan intenso que me agitaba hasta la
médula.
–Eso tiene sentido. –Hizo una pausa y tragó saliva mientras su mirada recorría los
detalles del tatuaje demoníaco–. Seguro que es un… lugar blando. –Aquella conversación
era… uff. En realidad no tenía palabras–. ¿Por qué conservas este colgante? –preguntó,
tocando ligeramente la cadena.
Hice un esfuerzo por contestar.
–No… no lo sé.
Sus facciones se tensaron por un momento, y entonces pareció liberar lo que quiera
que estuviera sintiendo. La verdad sobre por qué conservaba el colgante no tenía nada
que ver con mi madre, pero entonces su mano se movió, recorriendo con el dedo hasta
el centro de mi garganta, por encima de la elevación de mi clavícula y después
directamente hacia donde descansaba BAMBÚ. Se detuvo a solo un par de centímetros de
su cabeza.
Ay, Dios mío.
El corazón me aleteaba tan rápido en el pecho que era como un colibrí a punto de
alzar el vuelo. Noté un peso en el pecho, y la presión era exigente y al mismo tiempo
agradable. Entonces su dedo volvió a moverse y se deslizó por el contorno de la cabeza
de Bambú.
Ella se movió ligeramente, girándose hacia el toque como una mascota buscando
más caricias. Tomé aire mientras me humedecía el labio inferior. ¿Debería estar más
aturdida porque me estuviera tocando de una forma tan íntima o porque estuviera
tocando a Bambú? ¿O porque ella no estuviera saliendo de mi piel para tratar de comérselo? En realidad no importaba, porque sentía un cosquilleo en cada terminación
nerviosa de mi cuerpo.
Recorrió las delicadas escamas alrededor de las fosas nasales de Bambú, y cuando me
estremecí su mirada se alzó y atrapó la mía. Había tanto calor e intensidad en esos ojos
de cobalto que su forma de mirarme era inconfundible.
Como aquella noche que me había visto en sujetador.
La comisura de sus labios se elevó, y el corazón me saltó en el pecho. Su mirada
regresó al lugar donde descansaba BAMBÚ, donde su dedo estaba recorriendo
perezosamente las escamas en suaves caricias.
–El tacto no es como esperaba que fuera. La piel está ligeramente elevada, pero en
realidad es como un tatuaje cualquiera.
Con la boca seca, cerré los ojos mientras su dedo se movía sobre la cabeza de Bambú,
acercándose al pequeño lazo que decoraba el dobladillo de mi camiseta. No l evaba nada
debajo de ella, y él estaba muy muy cerca.
–¿Le gusta? –preguntó, y su aliento era cálido en el espacio entre nuestros labios.
Asentí con la cabeza, suponiendo que sí, ya que no estaba tratando de matarlo–. ¿Y a ti?
La pregunta me golpeó con la fuerza de un huracán destructivo. Abrí los ojos de
golpe, y el aire me salió en pequeños jadeos. Seguía estando muy cerca, y su pelo me
hacía cosquillas en las mejillas mientras su dedo seguía descendiendo, siguiendo la curva
de Bambú, bajo el lazo de mi camiseta.
Sus pestañas volvieron a elevarse y su mirada impactó contra la mía. No tenía ni idea
de cómo habíamos acabado así. Su mano se quedó inmóvil y entonces esperó, y no había
forma de negar la fuerza que había detrás de la pregunta. Si decía que no, se apartaría. Y
si decía que sí, entonces… ni siquiera podía hacerme a la idea de esa posibilidad.
Si decía que sí, todo cambiaría; cambiaría de una forma que no podía imaginar
siquiera, de una forma que nunca había creído realmente que pudiera pasar entre
nosotros. El corazón me latía con demasiada rapidez, y una extraña clase de calor se acumuló profundamente en mi cuerpo.
–Sí. –La palabra salió en apenas un susurro, pero Zaymi la escuchó.
Inhaló bruscamente mientras movía la mano hasta el delgado tirante de mi camiseta.
Sus ojos jamás abandonaron los míos.
–¿Puedo ver el resto de Bambú?
Mi ritmo cardíaco se incrementó hasta niveles de infarto. ¿Estaba soñando? ¿Me
había caído por la escalera y me había abierto la cabeza? Parecía más probable que lo que
estaba sucediendo. Ver el resto de Bambú significaba ver el resto de mí. O, al menos, la
mitad de mí.
Abrí la boca, pero no salió ningún sonido. Mi mirada se concentró en el contorno de
su boca, se clavó en sus labios entreabiertos, y no pude evitar preguntarme el tacto que
tendrían…, el sabor que tendrían.
Solo en la parte distante de mi mente me di cuenta de que quería saborearlo a él y no
su alma.
Bambú movió la cola junto a mi cintura, como si estuviera impaciente con todo el
asunto y quisiera que la mostrara. Incapaz de encontrar el valor para hablar, volví a
asentir con la cabeza.
La mirada febril de Zaymi descendió mientras me bajaba el tirante. La camiseta era
tan delgada y suelta que solo hacía falta un diminuto esfuerzo para moverla. En cuestión
de segundos los tirantes acabaron en mis muñecas y el tejido se acumuló sobre mis
manos unidas en el estómago.
Sentí su mirada fija mientras bebía cada detalle de Bambú y todo lo demás, cada parte
de mí que estaba expuesta. Era como una caricia mientras su mirada recorría la larga y
elegante extensión del cuello de la serpiente entre mis pechos, hasta su cola enroscada
justo debajo de mi caja torácica.
–tania… –dijo con voz ronca, y el sonido hizo que se me curvaran los dedos de los
pies.
Dejé de respirar mientras su mano seguía el camino de Bambú, y el anhelo y la sed
que sentía se elevaron hasta que notaba cada parte de mi cuerpo como un cable eléctrico.
Todo lo que había fuera de aquella habitación dejó de existir; todo problema,
preocupación o contratiempo. Todo desapareció mientras su mano volvía a moverse y
mi espalda se arqueaba sobre la cama. Un sonido jadeante se escapó de mí, mezclándose
con el aliento entrecortado de Zaymi.
Su tacto era ligero y reverencial mientras exploraba la extensión de mi cuerpo. Lo
hizo con tanta delicadez como si fuera su primera vez, aunque yo sabía, o al menos
pensaba, que ese no podía ser el caso. Con su aspecto y su personalidad, tenía que haber
habido otras veces mientras salía de cazas, tenía que haber habido otras chicas.
Pero eso no importaba mientras bajaba y su cabeza descendía hasta un lugar cercano
a donde descansaba la cabeza de Bambú. Había muchas posibilidades de que aquello
acabara horriblemente mal, pero mis manos formaron un puño y me mordí el labio con
tanta fuerza que un sabor metálico me llenó la boca ante el primer roce ligero de sus
labios contra…
La puerta de la habitación se abrió de golpe y se estampó contra la pared con una
fuerza que sacudió la habitación como si hubiera sonado un trueno. Zaymi se separó de
mí y estuvo en el suelo en un instante. Se giró con rapidez y yo me senté, aferrándome a
la camiseta con el corazón en la garganta. Nos habían pillado a lo grande, e íbamos a
meternos en un lío enorme.
Pero cuando levanté la mirada no había nadie en el umbral de la puerta, nada detrás
de ella salvo el pasillo largo y oscuro y todas las sombras de la noche.
Zaymi cruzó la habitación y sujetó el borde de la puerta mientras echaba un vistazo
hacia el pasillo. Negó con la cabeza mientras se enderezaba y cerraba la puerta.
–No hay nada aquí.
Me estremecí mientras una brisa fría y casi helada soplaba sobre mi piel. Miré a mi
alrededor, pero no vi nada anormal en la habitación.
–Eso ha sido… –Me aclaré la garganta–. Eso ha sido muy raro.
Se pasó los dedos por el pelo; unos dedos que acababan de estar tocándome. Se
volvió de nuevo hacia mí, con el pecho subiendo y bajando con fuerza. Comenzó a
avanzar hacia mí, pero entonces se detuvo. Su forma de mirarme… mi cuerpo entero se ruborizó.
–Cre… Creo que debería marcharme.
No quería que lo hiciera. Quería que volviera junto a mí, pero eso no sería muy
inteligente, y lo más adecuado sería dejar que se marchara de la habitación. Tiré de la
manta y me obligué a asentir con la cabeza. Zaymi me miró fijamente durante un
momento más y después tragó saliva con fuerza antes de girar y salir en silencio de la
habitación. Me quedé donde estaba mientras la fría realidad de la situación regresaba. Sin
importar lo que sintiera por él, o él por mí, buscar algo con Zaymi era peligroso.
Y no podía ser.

AMOR POR CONTRATOSWhere stories live. Discover now