SALIMOS POCO ANTES

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Salimos poco antes de la medianoche, y aparcamos a unas manzanas de distancia del

monumento. Un Porsche como el de rita atraería demasiado la atención, y estaba

empezando a preocuparme que nos encontráramos con algún Guardián de los cielos. Estarían fuera

cazando demonios… demonios como Roth.

Fuimos por Constitution Avenue, y no me sorprendió la cantidad de personas que

había a esas horas de la noche. La mayoría eran humanos que iban de fiesta, pero

mezclados entre ellos había algunos que no tenían alma. Una mujer Esbirro, con el

pelo color vino recogido en una coleta alta, estaba pidiendo un taxi, lo cual me pareció

extraño. Junto a ella había un hombre humano, y me pregunté si sabría qué era lo que

tenía al lado.

Mientras nos acercábamos al National Mall, la luna llena estaba alta en el cielo,

grande e hinchada. Roth me tomó la mano y yo le eché un vistazo.

—¿Qué? ¿Tienes miedo otra vez?

—Ja, ja. En realidad, nos estoy haciendo invisibles.

—¿Qué? —Bajé la mirada hasta mi cuerpo, esperando ver a través de mi pierna—.

No me siento invisible.

—¿Y qué se siente al ser invisible, Layla? —Su voz estaba teñida de diversión. Le

hice una mueca, y él me dirigió una sonrisita burlona—. El National Mall cerró hace

como media hora. Lo último que necesitamos es un guardia de seguridad que se meta

en nuestros asuntos.

No le faltaba razón.

—¿Ahora somos invisibles?

Me lanzó una rápida sonrisa y me llevó justo delante de dos hombres jóvenes que

estaban holgazaneando junto a la calle. Bajo la luz de las farolas, los extremos de sus

cigarrillos emitían un resplandor rojizo cuando inhalaban. Caminamos hasta ponernos

justo delante de ellos, tan cerca que podía ver el pequeño piercing que llevaba uno de

ellos en la nariz. Ni siquiera pestañearon cuando Roth les hizo un corte de mangas; no

hubo ningún tipo de reacción. Para ellos, era como si no estuviéramos allí.

Seguimos bajando la calle, y finalmente logré hablar.

—Eso mola mucho.

—Pues sí.

Cruzamos la ancha calle, y las partes superiores de los museos de arenisca se

asomaron por el cielo nocturno, lleno de estrellas.

—¿Haces esto de volverte invisible muy a menudo?

—¿No lo harías tú si pudieras? —preguntó a su vez.

—Probablemente —admití, tratando de ignorar lo cálida que sentía su mano en la

mía.

Unos nudos apretados se formaron en mi estómago cuando el Monumento a

Washington apareció ante nosotros. No tenía ni idea de lo que iba a pasar, y supuse

que habría trampas al estilo Indiana Jones para darnos la bienvenida.

AMOR POR CONTRATOSWhere stories live. Discover now