TAYLOR

3 1 0
                                    

Taylor vio los ojos en los de ella.
—No tengo por qué girar esta llave. Puedes hacerlo tú y nos despedimos aquí. O puedo abrir esta puerta, me dejas entrar y entre los dos hacemos que esta noche merezca la pena. Tú decides.
Ella decidía.
Por supuesto.
Deseaba aquello, quería lo que podía suceder detrás de esa puerta cerrada,
pero nunca había hecho algo así. Jamás. Solo había estado con su ex por un tiempo. Se
habían casado jóvenes, cuando todavía estaban en la Universidad carrera, y ella
nunca había tenido aventuras de una sola noche jamás, ni oportunidades para
experimentar el sexo ocasional nada. No porque no quisiera hacerlo después del
divorció, sino porque tampoco se había parado a pensar demasiado y nunca
se había abierto a la posibilidad.
Para ella, el sexo… el sexo era algo importante.
Tampoco tenía mucha experiencia. Y no hacía falta ser ninguna estrella
del porno para darse cuenta de que Taylor era un experto en esas Lidiar.
Era consciente de que no podía competir con él.
Pero no quería despedirse. No quería dejar que se marchará, porque sabía que nunca volvería a verle. Al día siguiente viajaría a otro país y él se iría
adonde quiera que fuera. No tendrían una segunda oportunidad… y no quería
que esa noche, ni ese hombre, formaran parte de su larga historia de arrepentimiento.
De modo que recobró la compostura, rodeó la mano de él con la suya y
giró la llave.
—Me gustaría que entraras conmigo.
El pecho de Taylor se expandió bajó su suéter negro.
—Me has alegrado la noche.
Lucía esbozó una leve sonrisa mientras abría la puerta y se hacía a un lado.
—La mayoría de mis cosas están en cajas grandes, salvo los muebles, por
supuesto. —Señaló el sofá y cerró la puerta despacio—. Los muebles los llevaremos a
un almacén.
Taylor avanzó unos pasos y contempló el apartamento. No había mucho
que enseñar. Un salón y una pequeña zona de comedor frente a la cocina.
—Mi padre se encargará de eso porque los de la mudanza no podían venir
hasta el fin de semana —explicó, pasando por delante de él—. El baño está al
final del pasillo. —Dejó la cartera sobre la isla de la cocina y empezó a
volverse hacia él. ¿Tenía tiempo para cambiarse la ropa interior y ponerse algo más sexi? Había enviado la mayor parte de su ropa a su nueva dirección, pero quizá podía encontrar algo más bonito en la maleta—. No tengo mucha
bebida que ofrecerte, pero estoy segura de que…
Dejó de hablar cuando se encontró con los ojos de Taylor. Lo vio llevarse
las manos al cuello de su suéter y después, sin mediar palabra, se lo quitó,
arrojó la prenda a la parte trasera del sofá y bajó los brazos.
—¡Oh…! —susurró, comiéndoselo con los ojos—. ¡Oh, Dios…!
Taylor era magnífico.
Tenía la piel bronceada; lo sabía porque en ese momento le estaba
mostrando una buena porción de ella, desde los anchos hombros, hasta los
fascinantes surcos de las caderas y esa vena protuberante que desaparecía bajo sus pantalones. Los músculos del pecho y los bíceps estaban perfectamente
definidos. En cuanto a su estómago…, aunque no era demasiado musculoso,
lucía su buena tableta de abdominales.
Se dio cuenta de que era la primera vez que veía una en persona.
Cuando consiguió (no sin esfuerzo) volver a mirarle a la cara, vio que
volvía a esbozar esa media sonrisa tan característica de él.
—Te va a parecer un demonio, pero me alegro de que te guste lo que ves.
—¿Y a quién no le gustaría esto? —preguntó ella con genuina curiosidad.
Su sonrisa se ensanchó.
—No lo sé. Ahora lo único que me importa es que te guste a ti.
—Siempre sabes decir lo adecuado en el momento justo, ¿verdad?
—En realidad, no —respondió, yendo hacia ella. Se movía como un felino
al acecho—. Solo soy sincero.
—¿En serio? —Ella retrocedió, chocando con la isla.
—En serio.
Se paró frente a ella, abrasándola con la mirada. A Lucía le ardía la piel y
fue incapaz de respirar durante un instante.
—Si quieres, puedes tocarme —dijo él—. Ojalá quieras.
Lucia (lucía es la misma) asintió. O al menos eso pensó que había hecho, porque Taylor estiró el brazo, enroscó los dedos alrededor de su muñeca y guio su mano hasta su
pecho, dejándola allí. Ella contuvo el aliento.
Luego le acarició el brazo, bajando hasta la manga de su vestido. Lucia
disfrutó de la calidez de su piel, embriagada mientras él le movía la mano
sobre los músculos de su pecho.
—¿Cómo? —preguntó antes de poder detener las palabras.
Él enmarcó una ceja.
—¿Cómo qué?
¡Dios! ¿En qué habría estado pensando? Sentía un hormigueo en la mano
mientras doblaba los dedos sobre su piel.
—¿Cómo… cómo hemos terminado aquí?
—Bueno —Taylor arrastró la palabra, acercando una mano hacia la de
ella—, salimos del bar, nos metimos en el coche y conduje hasta aquí, pero
supongo que no te refieres a eso.
—Supones bien.
El bajó la cabeza y apoyó la frente en la de ella.
—Estamos aquí porque te vi y quise conocerte mejor. Y eso fue lo que
hice. Y a medida que hablaba contigo quise conocerte de verdad. —Taylor
empezó a mover su mano de nuevo. Las yemas de los dedos de lucia rozaron
el cinturón de él—. Y así es como llegamos aquí.
Cerró los ojos, sintiendo un profundo aleteo en su pecho.
—¿Y no viste a ninguna otra mujer a la que hubieras preferido conocer
mejor?
Taylor le acarició la frente con la suya y frotó la nariz contra la de ella.
—Vi otras mujeres. —Hizo una pausa. Lucia echó la cabeza a un lado mientras la boca de él se deslizaba sobre su mejilla—. Mujeres a las que, en
circunstancias normales, habría querido conocer mejor. Mujeres que no se
parecen a ti.
Lucia se puso tensa y abrió los ojos de golpe.
—¡Vaya! Ahora puede que te hayas pasado de sincero.
—No ha sido ningún insulto —dijo él, colocando su otra mano en la nuca de ella—. Confía en mí.
—Yo… no sé qué decir —reconoció ella.
La risa ronca de Taylor hizo que se estremeciera.
—¿Tal vez porque no hace falta que digas nada?
—Tal vez.
Taylor volvió a moverse. Sintió su aliento justo debajo de la oreja, y luego
sus labios. La besó en el punto donde le sentía el pulso y se lo mordisqueó
antes de lamérselo para aliviar el dolor. Un gemido ascendió por su garganta.
Una oleada de calor le recorrió las venas, enviando una descarga de puro
deseo que casi hizo que le fallaran las piernas. Y entonces él volvió a guiar su
mano hacia abajo, más allá del cinturón.
Lucia jadeó.
¡Oh, Señor! Podía sentirlo, duro y grueso debajo de los vaqueros. Uno no
tenía una erección de ese tamaño si no estaba interesado en la otra persona.



Seré sincera no estoy bien, mi mamá anda enferma yo no suelo rendirme, no me e atrevido hacerlo ..... ¿Que hago?

AMOR POR CONTRATOSWhere stories live. Discover now